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jueves, 30 de enero de 2014

Cuando las élites de la Humanidad Gliptolitica escaparon a las Pléyades: Las Piedras de Ica

Cuando las élites de la Humanidad Gliptolitica escaparon a las Pléyades: Las Piedras de Ica


Leyendo por primera vez el libro Existió Otra Humanidad, de J.J.Benitez es innegable que un montón de preguntas se agolpan en nuestra mente. De alguna forma los esquemas mentales, las enseñanzas y paradigmas establecidos desde el colegio se vienen abajo. Siempre nos han dicho que los seres humanos somos las únicas criaturas inteligentes que han surgido en el planeta azul tras miles de años de evolución.


Haciendo uso de la paleontología, (ciencia que estudia la vida a través de los fósiles), los primeros pre-homínidos se remontarían a 7 millones de años de antigüedad y otros  homínidos más desarrollados como el Australopithecus a 2 millones de años aproximadamente. Si acaso lo estudiamos desde el punto de vista de la antropología, (ciencia que estudia a los seres humanos dentro de la sociedad), la primera civilización que se dio en la Tierra tras el Neolítico fue la sumeria, hace ahora aproximadamente 7.000 años A.C., ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates.  

Analizando estos prolongados espacios temporales, podemos decir sin lugar a dudas que los seres humanos somos los últimos inquilinos en llegar a este planeta, teniendo en cuenta que los primeros signos de vida en la Tierra surgieron aproximadamente hace ahora 4.000 millones de años en forma de organismos unicelulares hasta que finalmente, esas formas primigenias,  se convirtieron en seres inteligentes dentro de una sociedad tecnológica.

Javier Cabrera Darquea y J.J.Benitez
Sin embargo, cuando se analiza el extraordinario hallazgo del médico iqueño Javier Cabrera Darquea, los cimientos de la  historia terrestre se tambalean considerando la magnitud del propio mensaje interpretado. Es conocido que por razones del destino  llegaron a manos de Javier Cabrera una serie de piedras en las cuales se representaban diferentes aspectos  de una humanidad anterior a la nuestra, descubrimiento que posteriormente fue difundido por extraordinario periodista y escritor J.J.Benitez. Aquellos seres que aparecían  coincidieron hace millones de años en el mismo espacio y tiempo que el de los dinosaurios a los cuales tenían declarada la guerra, principalmente porque en ello se jugaban su propia supervivencia. Hablamos entonces de una civilización de una antigüedad muy lejana en el tiempo, situada por lo menos hace 200 millones de años  y cuyo desarrollo técnico superaba al nuestro actual (Sirva como ejemplo que en aquella civilización eran capaces de trasplantar cerebros, del mismo modo que podían también trasvasar  información cognitiva de unos cerebros a otros, por lo cual, esa información acumulada durante toda una vida se implantaba en otra persona sumándose a los del receptor.) Mediante el análisis de las Piedras de Ica se ha podido comprobar que aquellos seres ya eran capaces igualmente de realizar vuelos dentro de la atmosfera terrestre, utilizando para ello grandes saurios voladores “domesticados” como puede verse en alguna de esas piedras ó bien utilizando naves mecánicas que les permitían a su vez vuelos interplanetarios.  


Por alguna razón, posiblemente por un error en el aprovechamiento del magnetismo terrestre, los seres gliptoliticos desataron un cataclismo planetario que provocó su total extinción, salvo la de unos pocos supervivientes que lograron escapar a las Pléyades. Como se describe en las piedras de Ica, la captación del magnetismo exterior para el uso energético  desequilibró de tal manera la órbita de dos de las tres lunas existentes en aquel tiempo, que provoco consecuentemente su caída a la Tierra. Se entiende que aquel cataclismo llevó pareja la desaparición de los propios dinosaurios que en ese momento existían, aunque la ciencia oficial nos dice que esa extinción se hubiese producido por el choque un meteorito  contra la Tierra hace ahora 65 millones de años.


Es obvio que aquella humanidad, altamente tecnificada y en base a sus estudios astronómicos, ya hubiese previsto con antelación el desastre que ellos mismos habían desatado y tal vez decidieran a modo de intento desesperado,  dejar constancia de su paso por este planeta y  grabar en las conocidas como Piedras de Ica todos los aspectos de su civilización, sus logros sociales y tecnológicos así como lucha contra todas las adversidades que les toco vivir. ¿Pero porque reflejarlo precisamente en piedras y no en metal, por ejemplo? Sencillamente y aplicando la lógica de los conocimientos actuales, porque esos seres previeron que las rocas aguantarían mejor el paso del tiempo y teniendo en cuenta que una destrucción terrestre de esa magnitud acabaría con toda posibilidad de supervivencia durante miles de años. Si hacemos una abstracción en el momento actual, imaginando una hecatombe planetaria, se supone que no todos los habitantes del planeta habrían muerto de forma inmediata, aunque ellos mismos sabían que su destino estaba marcado en los meses o años sucesivos puesto que la atmosfera terrestre se cubriría totalmente de cenizas y gases provocando algo así como un “invierno nuclear”.

Ocultándose el sol y bajando bruscamente la temperatura en toda la superficie terrestre la mayoría de plantas y animales morirían irremediablemente y en esas condiciones, los pocos supervivientes que no hubiesen perecido, tendrían los días contados al carecer de alimentos y energía. Por ello, tal vez en meses o quizás años previos a la llegada del cataclismo planetario ó bien, en momentos posteriores, aquella humanidad gliptolitica quiso dejar constancia de su existencia en este planeta. Acontecimientos de esta magnitud deben significar inequívocamente un punto de inflexión para la propia evolución vital, un “reseteo” que dejarían paso a cambios donde diferentes criaturas hacen su aparición, tal es el caso de pequeños mamíferos que en tiempos de los dinosaurios eran incapaces de despegar evolutivamente.


Respecto a la humanidad gliptolitica hay un aspecto que no debemos dejar a un lado, una pregunta: ¿De qué modo hizo su aparición en la Tierra dicha humanidad? ¿Cómo en un mundo hostil, poblado por bestias despiadadas como los dinosaurios, fueron aquellos capaces de evolucionar hasta dominar por entero el planeta, sin antes no perecer? Entonces, frente a estas dudas tenemos que recurrir obligadamente a los mensajes dados por extraterrestres a ciertos contactados. Tomaremos  por ejemplo el entregado al grupo de contacto extraterrestre Aztlan, explicándoles que en diferentes épocas fueron trasladados desde otros planetas a la Tierra,  por civilizaciones extraterrestres altamente evolucionadas a seres en fase de evolución que fuesen capaces de dar esa impronta de inteligencia planetaria a este planeta que entonces solo estaba poblado por animales salvajes e irracionales, aunque finalmente los resultados no fuesen los esperados precisamente:


(Transcripción de comunicación extraterrestre recibida por el grupo Aztlan desde Alfa B, Constelación de Centauro)
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Este es el mensaje de Geenom:

Cada generación tiene un plazo previsto por el colectivo. En el caso del planeta Tierra ese plazo suele ser de 25.000 años, que es el tiempo que tarda vuestro Sol en dar la vuelta alrededor de la estrella Alción de la constelación de las Pléyadas. En la Tierra hay vestigios de vida humana que se remontan a 600 millones de años. Desde esa época, aproximadamente, la evolución del planeta permitiría la vida de seres humanos por algunas zonas de su corteza, por lo que los hombres de Apu trasportaron en sus naves pequeñas comunidades de hombres de distintos grados de evolución, cuyos planetas de origen estaban sufriendo cambios que los hacían inhabitables, indefinida o temporalmente. Estos hombres encontraron en la Tierra un sitio donde vivir durante un tiempo, hasta que pudieran ser llevados a planetas en condiciones de albergarlos indefinidamente. Esta es la razón de las llamadas huellas erráticas, denominación que los arqueólogos y antropólogos han asignado a aquellos vestigios que, según la cronología establecida académicamente, no podían estar ahí. 
Valga como ejemplo el descubrimiento que realizo Stanley Taylor, de Fimsfor Christ Association, en las orillas del río Paluxy, en Estados Unidos, donde encontró huellas humanas junto a las de dinosaurios, cuando la antropología sitúa la desaparición de estos animales hace mas de 250 millones de años y faltaban aun 247 millones de años para la aparición del primer protohominido. Hace aproximadamente tres millones de años fue realizada la primera modificación genética en unos primates que vuestra ciencia denomina como australopitecos. Como consecuencia de esta modificación, surgió, después de varios miles de años, una nueva especie de seres llamados pitecántropos, con características claramente protohumanas. Por propio desarrollo y asimilación de sus experiencias, el pitecántropos pasó a convertirse  en el ser al que se denomina Neanderthal u homo sapiens, con características ya claramente humanas. Estos seres fueron sometidos a una segunda manipulación genética, que dio como resultado la aparición del primer ser humano consciente autóctono de la Tierra: el hombre de Cromagnon u homo sapiens sapiens. Esta nueva modificación afecto al desarrollo del cerebro de los hombres de Neanderthal, especialmente a la conexión entre el neocortex y el hipotálamo, lo que les posibilito para ampliar su capacidad intelectual. Apareció el lenguaje, se activaron una serie de centros y glándulas que permitieron al hombre luchar contra la adversidad, utilizando cada vez más áreas cerebrales.
En el año 1993 José Antonio Campoy, entonces director de la revista Mas Allá, tuvo oportunidad de estar presente en una de las sesiones contactistas del grupo Aztlan, e incluso le permitió hacer una entrevista a Geenom.

Este es un fragmento de esa entrevista:

Pregunta: Quisiera saber quién eres y donde vives.
Respuesta: Soy un ser humano, físicamente vivió, que habita un planeta de la estrella Alfa B, en la constelación de Centauro, a aproximadamente 4,39 años luz de la Tierra.
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(Para ver el resto de esta entrada consultar en el siguiente enlace: 
http://elmensajedeotrosmundos.blogspot.com.es/2012/11/mensaje-desde-alfa-b-constelacion-de.html




Para mas informacion sobre las huellas erraticas, consultar los siguientes enlaces:
http://cronicasdelgrantiempo.blogspot.com.ar/2013/01/huellas-imposibles.html
http://elmensajedeotrosmundos.blogspot.com.es/2013/11/hace-millones-de-anos-civilizaciones-no.html

Asimilando este mensaje, de ninguna manera deberíamos sorprendernos por el hecho que millones de años atrás seres extraterrestres altamente evolucionados “sembraran” de este modo  la vida en la Tierra. Posteriormente, cuando la civilización gliptolitica ya había desaparecido e hizo acto de presencia el nacimiento de otros tipos de vida animal así como  diferentes clases de homínidos que poblarían la Tierra, esos mismos extraterrestres habrían modificado, hace aproximadamente 3 millones de años, las claves genéticas de los “antecesores humanos”. Según explicaron los extraterrestres a ciertos contactados, se habría realizado un segundo retoque genético  500.000 años después y que configuró a los seres humanos tal y como lo somos en la actualidad. Debemos tener en cuenta también y a modo de curiosidad, el hecho de que Francis C. Crick y James Dewey Watson, descubridores de la cadena del ADN,  puntualizaran en cierta ocasión que la perfección de la cadena de ADN tal como la conocemos en la actualidad era imposible de conseguir siguiendo los pasos de una “evolución totalmente aleatoria”; es decir, que había sido necesaria la intervención un agente externo que propició ese salto hacia la inteligencia que nos diferencia de otros homínidos parientes de los seres humanos. (A la vista de estos hechos, nos tendríamos que plantear algunos interrogantes…¿Por qué esos otros homínidos tales como el chimpancé, habiendo coexistido en el tiempo con el homo sapiens-sapiens, no han evolucionado ni siquiera de un modo parecido a nosotros? Sin duda, la respuesta a esta pregunta llegaría desde la lógica y el peso aplastante de la realidad: Obviamente, a esos otros primates, los extraterrestres no les sometieron a ninguna reconfiguración genética que por suerte experimentaron los “antecesor” humanos.


 James D. Watson y Francis C. Crick
Estoy convencido que frente a estos argumentos una buena parte de la ciencia oficial “se escandalizaría tachándolos de irracionales y por supuesto, diciéndonos que no hay ninguna prueba que los confirme” y yo les diría a esos mismos científicos que en primer lugar tuviesen la decencia y el valor de investigar el sensacional descubrimiento de las Piedras de Ica, ya que “una buena parte de estos que se autoconsideran hombres de ciencia no lo son tanto  principalmente porque un científico debe buscar siempre en el horizonte, la verdad (sirva de ejemplo Darwin, considerado un hereje cuando enumero su Teoría de la Evolución de las Especies), aunque sea esta misma verdad la que rompa todos sus esquemas mentales y paradigmas establecidos. Si verdaderamente se quieren hacer llamar científicos, deberían buscar por ejemplo las claves verdaderas de la evolución humana actual ó bien indagar en la existencia de otras humanidades anteriores a la actual  como se demuestra en las miles de piedras que el médico iqueño, Javier Cabrera Darquea tuvo por suerte recopilar y analizar, descubrimiento que difundió posteriormente el escritor e investigador español Juan Jose Benítez. 


Charles Darwin
Es sabido que últimamente la ciencia  adolece de una cobardía evidente, máxime cuando los investigadores son preguntados sobre la realidad extraterrestre: Quienes tienen referencias y saben de la presencia extraterrestre en el planeta azul, guardan silencio y como mucho se atreven a decir, que sí, que efectivamente “existen posibilidades de vida mas allá de la Tierra” y como puede entenderse esas afirmaciones no dejan de ser meras obviedades, es decir, “no dicen nada con sustancia”; por otro lado están los científicos “cerrados de mente”, aquellos que ni siquiera se han preocupado por estudiar mínimamente el fenómeno OVNI ya que interiormente, su ego, les dice que para confirmar un hecho semejante no les sirve la infinidad de fotografías y filmaciones que se han realizado en todos estos años, para estos científicos es necesario ponerles “bajo el microscopio un OVNI, por ejemplo” y entonces sí, “ellos abrirán su mente a la realidad extraterrestre”. Luego, dentro de la comunidad científica, están aquellos que negaran rotundamente la realidad extraterrestre ya que su función en relación con ese tema es desinformar, engañar a la población en general vistiendo sus afirmaciones con cierta grandilocuencia científica asegurando que él ó ella, si tuviesen conocimiento verdadero sobre los extraterrestres, no dudarían en investigarlo. ¿Pero por qué ciertos científicos desinforman? Intuyo que unos por miedo, otros porque piensan que actuando de este modo tienen más posibilidades de ascender a puestos de mayor responsabilidad y poder dentro de sus departamentos y que además pensando que, “eso de desinformar está bien visto en la comunidad científica oficial” y luego están aquellos que engañan al público en general simple y llanamente por dinero, es decir, están comprados. Por supuesto que no debemos olvidarnos de los científicos que sí dan ese paso decisivo reconociendo la realidad extraterrestre, pero por desgracia, en la actualidad, son los menos y sufren sin lugar a dudas, multitud de presiones para que callen.


El físico nuclear Stanton T. Friedman, uno de los pocos científicos que ha tenido la valentía de denunciar la ocultación del fenómeno extraterrestre a la población en general.
Y para terminar, respecto a la desinformación relacionada con fenómeno extraterrestre, existen en la actualidad también los que yo calificaría como “desinformadores baratos”, es decir aquellos que utilizan principalmente Internet “montándose su chiringuito” en un blog ó pagina web. Por lo general a este tipo de "contaminadores sociales" les pierde el "vicio de mentir compulsivamente" y carecen en general, de la inteligencia demostrada por los medios oficiales para realizar esos menesteres, es decir, ni siquiera se toman la molestia de "hablar entre medias verdades ó medias mentiras"; de este modo estos “zafios desinformadores niegan sistemáticamente que el fenómeno OVNI exista", intentando asustar e intimidar mediante insultos generalmente, a quienes osan ir contra sus misivas.

Carl Sagan, excelente investigador y divulgador científico siempre negó la presencia extraterrestre en la Tierra ¿Por que? Frente a una realidad tan evidente...¿Que pudo condicionarle en esa decisión? Nunca lo dijo.
Verdaderamente estos individuos son dignos de lastima ya que ni ellos mismos son capaces de comprender el alcance de sus maldades, cuando tratan por todos los medios de ocultar a la población de este planeta la presencia extraterrestre, un hecho, que si fuese asumido por los gobiernos y poderes económicos impulsaría a la sociedad, incluidos ellos mismos, hacia grados de evolución prácticamente inimaginables: Por ejemplo, supongamos que a un individuo multimillonario se le detectase una enfermedad incurable pero que sociedades extraterrestres fuesen capaces de curar ó bien, que ese mismo multimillonario sopesase la posibilidad, dentro de una sociedad verdaderamente evolucionada, de adquirir conocimientos e incluso, descubrir y conocer otras sociedades extraterrestres, otros planetas.  Estoy seguro que ante esa diatriba, alguien con muchas riquezas dudaría sobre sus propias decisiones de ocultación y aun sin haber considerado hasta el momento todos los beneficios relacionados con un futuro ciertamente inmejorable para familiares cercanos como pudieran ser sus propios hijos ó allegados.


A continuación, he transcrito una pequeña parte del libro Existió otra Humanidad, de J.J.Benitez donde se aprecia el inconmensurable descubrimiento realizado por Javier Cabrera Darquea





La huella de los Dioses, 1 de 5




La huella de los Dioses, 2 de 5




La huella de los Dioses, 3 de 5




La huella de los Dioses, 4 de 5




La huella de los Dioses, 5 de 5

Fuente del vídeo y para ver el documental completo La Huella de los Dioses, de J.J. Benitez Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=OR7VJKH-wYw

CAPÍTULO 1
UN «PISAPAPELES» DE 140 MILLONES DE AÑOS

Todo empezó con un «pisapapeles». O, mejor dicho, con lo que un amigo del doctor Cabrera Darquea consideró que podría servir como «pisapapeles». Aquello ocurrió hacia 1966.
Un día como tantos otros, el médico de la ciudad peruana de Ica, don Javier Cabrera Darquea, recibió, como digo, de manos de un conciudadano, una pequeña piedra de color pardo en la que aparecía grabado un extraño pájaro.
Al principio, el médico iqueño no reparó en el citado grabado. Sin embargo, poco tiempo después de que la piedrecita fuera depositada sobre su mesa de despacho, el médico del Hospital Obrero de Ica y profesor de Biología —hombre curioso e inquieto— tomó de nuevo en sus manos el «pisapapeles» y quedó profundamente extrañado. Aquel grabado no representaba un ave conocida por el hombre de hoy. Y Javier Cabrera investigó.
Los resultados fueron todavía mucho más desconcertantes. Aquel «pájaro» era un pterosaurio. En otras palabras, un reptil volador, un ave prehistórica ya extinguida y que, según la Paleontología, había vivido en los períodos Jurásico y Cretácico. Es decir, hace más de 140 millones de años...
«¿Cómo es posible? —se preguntó, desconcertado, el doctor Cabrera—. ¿Quién ha podido grabar con tanta precisión un reptil prehistórico ya desaparecido...?»


Estas preguntas empujaron a nuestro protagonista a interesarse vivamente por dicha piedra. E interrogó al amigo que se la había regalado...
—Me han asegurado que las hay a miles —contestó éste—. Muchas de ellas, incluso, de gran peso y belleza. Tengo entendido que las graban los campesinos del poblado de Ocucaje...
Javier Cabrera, conocedor de dicho poblado, así como de las humildes y sencillas gentes que lo pueblan — no en vano era médico del Hospital Obrero de Ica—, no terminaba de entender. El misterio, lejos de aclararse, se había oscurecido mucho más. Y la curiosidad insaciable de Cabrera le impulsó a seguir el «rastro» de la diminuta piedra del reptil-volador.
Fue así como el médico de Ica iba a encontrarse con el más fantástico descubrimiento de todos los tiempos: la «biblioteca» lítica de una civilización, de una Humanidad olvidada que pobló nuestro mundo en la más tenebrosa noche de los tiempos.

Cuando conocí a Javier Cabrera Darquea, la investigación iniciada por él hacia 1966 se encontraba ya —por suerte para mí— francamente avanzada. Habían sido ocho largos, intensos y silenciosos años de trabajo, de esfuerzos y de constantes gastos por parte del profesor peruano. Todas y cada una de aquellas 11.000 piedras labradas que había logrado reunir en su antigua consulta médica de la plaza de Armas de Ica fueron religiosamente abonadas a los campesinos de Ocucaje, que habían encontrado en el doctor Cabrera el más fiel comprador de los cantos rodados. Uno de estos campesinos —Basilio Uchuyafue— quizá el mayor «proveedor».
Pero, ¿cómo llegué al conocimiento de la existencia de esta «biblioteca» de piedra que con tanto celo había reunido y estudiado Javier Cabrera? En realidad, nunca me lo he explicado del todo. En aquella época —agosto de 1974— yo viajé a Perú como enviado especial de mi periódico —La Gaceta del Norte—, a fin de trabajar en una serie de reportajes que, hasta cierto punto, se iba a ver ligada con la formidable «biblioteca» del desierto peruano. Me refiero a la noticia surgida en Lima acerca de extraños e insólitos «contactos» telepáticos y físicos entre miembros del llamado Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias (IPRI) y seres extraterrestres, tripulantes de los OVNIS.
Cuando me encontraba investigando y trabajando en dicha noticia, dos miembros de este Instituto —Ernesto Aisa y Tiberio Petro León—, conocedores e interesados en el hallazgo de Cabrera Darquea, me hablaron del mismo.

OVNI - UFO
Algunos días después —creo recordar que el 31 de agosto— conocía por primera vez a Javier Cabrera Darquea y sus 11.000 piedras.
Nunca olvidaré mi primera impresión al entrar en el centro-museo donde el investigador conserva sus «libros » de piedra. Creo que haría mal si pasara por alto aquella sensación, aquel shock que le recorre a uno hasta los últimos rincones del alma al enfrentarse por vez primera a tantos miles y miles de piedras labradas...
Esa sensación —de tanto valor para mí— es algo que, como señalaba al comienzo de este libro, sólo puede ser comprendida cuando se está frente a la «biblioteca» lítica. Sólo así. Y esa sensación, ese tremendo shock, le hace intuir a uno —y no sé bien por qué— que se encuentra ante «algo» distinto, desconcertante, estremecedor, desconocido...
A los pocos minutos, después de haber escuchado las primeras y apresuradas explicaciones de Cabrera y de haber explorado algunas pocas de los miles de piedras grabadas de la colección, empecé a sospechar que «aquello» difícilmente podía ser obra de campesinos... Allí había algo más. Algo grande.

Recuerdo que aquella mi primera estancia en el centro-museo de Javier Cabrera fue más breve que ninguna. Ardía en deseos de conocer a esos campesinos del poblado de Ocucaje, a escasos kilómetros de la ciudad de Ica. Necesitaba despejar totalmente de mi espíritu una incógnita que apenas si podía sustentarse.
«¿Cómo era posible que hubieran atribuido semejante obra de grabación, semejantes conocimientos, a campesinos que habitaban en casas de adobe y paja y que, en la mayor parte de los casos, no sabían leer ni escribir...?» Y mientras viajábamos por el blanco desierto, rumbo a Ocucaje, recordé algunos de los momentos de mi primera entrevista con Cabrera...
—...Cuando descubrí que la piedra que me habían regalado como «pisapapeles» contenía la grabación de un reptil-volador que había existido hace millones de años, me dediqué a una intensa búsqueda de piedras. Me puse en contacto con los campesinos que las vendían, y empecé a adquirirlas. Así descubrí un día que todas aquellas piedras podían «seriarse».
Cada «tema» aparecía grabado, no en una, sino en varias piedras. A veces, en decenas de ellas... Mi interés creció y creció, hasta que un día, estando yo trabajando en el Hospital Obrero, tropecé con Basilio Uchuya. El bueno del «cholito llevaba un paquete bajo el brazo. Un paquete que contenía piedras grabadas y que habían sido compradas por el director del Hospital.
»Y así, de esta forma, conocí a Uchuya. A partir de ese día, el hombre me ha ido proporcionando piedras...

Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos ante la súbita aparición —al fondo del polvoriento desierto— de las ocho o diez chozas de adobe que constituyen el humildísimo lugar. Al descender del vehículo, una nube de niños descalzos, casi desnudos y con la profunda timidez del que nada tiene, nos rodeó, solicitándonos sin cesar algunos soles. Aquello hizo que mis ojos se abrieran del todo.
Allí no había más que pobreza y miseria. Polvo, chozas requemadas por el sol del desierto y campesinos sencillos y silenciosos que nos observaban desde la oscuridad de sus casuchas.
Los amigos que me acompañaban —Tito y Tiberio— me señalaron una de aquellas chozas grises, en mitad del arenal.
—Es la casa de Basilio Uchuya —comentaron—. Los arqueólogos del país afirman que todos estos millares de piedras han sido grabadas, íntegramente, por él...
*Denominación popular que se da en Perú a los indios o habitantes del campo

Basilio Uchuya
Pero mi primera pregunta estaba ya en el aire. Y Cabrera, después de reflexionar unos segundos, tratando de sintetizar esos ocho años de estudio, comenzó a hablar:
—¿Cómo he llegado a la conclusión de que esta «biblioteca» lítica fue dejada por una Humanidad que vivió hace millones de años? Bien, desde el primer momento en que comencé a adquirir estas piedras me di cuenta que se trataba de una «biblioteca». Cualquiera lo habría visto... ¿Qué era entonces lo importante?: conseguir un máximo de piedras o «libros», a fin de llegar a un conocimiento más exacto y profundo de lo que aquí se nos estaba tratando de comunicar.
»Y así lo hice. Durante meses y meses compré y conseguí cuantas piedras pude. Ningún grabado era igual a otro. Nunca se repetían. ¡Era fascinante...! Era como si fuésemos reuniendo las "páginas" de un libro y los distintos volúmenes de toda una gigantesca "biblioteca"... Aquello, repito, podía "seriarse". Y empecé a descubrir, después de no pocos estudios, que todo parecía tener un sentido. Allí se estaba "explicando" algo...
»Por supuesto, deseché la idea de que se tratase de una simple manifestación artística de Dios sabe qué cultura o civilización.

»Después de lograr varios cientos de estas piedras —de todos los tamaños—, llegué a una conclusión: aquellos grabados y altorrelieves constituían "ideografías". Servían para representar algo. Pero, ¡Dios santo!, ¿qué era aquello en realidad...?
»Pasé miles de horas investigando, analizando y sopesando cada una de las piedras que me habían ido llegando. Meses después de iniciar esta labor, toda mi obsesión estaba centrada en encontrar alguna piedra a través de la cual pudiera conocer la antigüedad de la civilización que había trabajado semejante "biblioteca".
»Pero el tiempo fue pasando con lentitud y esa piedra no terminaba de llegar. Yo había descubierto para entonces caballos, canguros, camellos y otros animales que, sin embargo, no me señalaban con claridad la antigüedad de estos "libros" de piedra.
»Hasta que un día —al fin— apareció una con la figura de lo que resultó ser un dinosaurio... »Era la nítida reproducción de un stegosaurus. Y detrás llegaron otras muchas piedras en las que fui reconociendo otros animales antediluvianos como el triceratops, tyrannosaurio, etcétera.
»Estos grandes saurios —así lo dice la Paleontología— habían poblado el planeta hace millones de años...




¿Cómo era posible entonces que hubieran sido grabados por el hombre o por figuras que, al menos, tenían aspecto humano? Porque en aquellas piedras, en decenas y decenas de ellas, se repetía constantemente la presencia del hombre junto a la de estos animales prehistóricos. Y la Ciencia —eso es, al menos, lo que siempre se nos ha enseñado— no admite la existencia del ser humano más allá del millón de años...
»Aquello me maravilló. Sin embargo, no podía dejarme llevar por la imaginación. Era cierto que en muchas de las piedras que me habían ido trayendo, el hombre "convivía" con los gigantescos saurios de la Era Secundaria o Mesozoica. Era cierto que los grabados reproducían con gran exactitud anatómica estos animales desaparecidos. Pero era necesario asegurarse por completo. ¿Podía tratarse de la imaginación creativa de unos hombres que jamás conocieron o supieron de estos animales? Lógicamente, no. Pero, insisto, había que atar todos los cabos... había que buscar una relación más positiva.

»Yo, francamente, no podía creer que el sentido artístico o la imaginación de unos hombres pudiera coincidir tan exactamente con los restos de los fósiles que conocemos en la actualidad. Es francamente difícil...
»Entonces, ¿cómo podía llegar a esa prueba definitiva que vinculara al ser humano con los grandes saurios de la Era Mesozoica? Sólo a través, lógicamente, de conocimientos de la biología y fisiología de estos animales. Sólo si lograba encontrar piedras donde aquella Humanidad describiese, por ejemplo, los "ciclos biológicos" de los saurios gigantes...
—Pero, ¿por qué? —interrumpí a Javier Cabrera.
— ¿Quién podría describir el ciclo biológico o la fisiología de un animal? Únicamente quien ha podido observarlo y conocerlo. Únicamente quien ha convivido con él. Sólo alguien que debía luchar permanentemente contra estos monstruos porque, sencillamente, eran sus grandes y más feroces enemigos.

»Y esa piedra llegó. Tardó meses, pero, al fin, uno de los campesinos la puso ante mis ojos...
»Aquella piedra era tan fascinante, aquel altorrelieve significaba tanto en mis investigaciones, que si hubiera tenido 100.000 soles, 100.000 soles le hubiera dado a aquel "cholito"...
Pero, ¿qué encerraba aquella piedra? ¿Por qué el doctor Cabrera le había concedido semejante importancia?
No tardé en comprenderlo. Allí, ante mis ojos, colocada sobre una mesa especial, separada ex profeso, estaba una de las más hermosas piedras labradas de la colección del médico e investigador.
Sólo aquel ejemplar —al igual que sucede con otras muchas de las piedras que pude contemplar merecía ya un libro.



CAPÍTULO 3
EL HOMBRE CONVIVIÓ CON LOS SAURIOS

—No había posibilidad de error. Estudié esta piedra una y otra vez. La comparé con el resto, con la «serie» que mostraba a los grandes saurios prehistóricos... Todo coincidía.
»Allí estaba el "ciclo biológico" y la forma de destruir al stegosaurus, un monstruo prehistórico perteneciente a la rama de los dinosaurios armados o blindados y que vivió en el período Jurásico.
»Pero, observa... Javier Cabrera me señaló en el altorrelieve de la amarillenta piedra las placas óseas verticales que se extendían a todo lo largo del lomo del animal. Y comentó, entusiasmado:
—En este magnífico relieve se puede ver con claridad la doble fila de placas que protegía a este dinosaurio. Y también vemos en su cola una serie de pinchos, que le servía como arma defensiva.
»Pues bien, esta civilización grabó el "ciclo biológico" del stegosaurus no sólo para ofrecer un conocimiento de Zoología, sino, principalmente, para hacer ver que la única forma de exterminar a este enemigo era destruyéndolo desde sus formas más primitivas.»
Y aquí, junto a la hembra del stegosaurus, que se diferencia del macho por su cuello más largo, el hombre "gliptolítico" dejó grabado también el proceso, la metamorfosis, que sufrían las larvas...



Dudé un instante, pero recordé que la Paleontología enseña que los reptiles prehistóricos no experimentaban metamorfosis. Los nuevos saurios nacían de un huevo, sí, pero ya con su forma definitiva.
—Esto no encaja con lo que enseña la Ciencia actual —le insinué a Cabrera.
—En efecto. Esto no concuerda con lo que la Paleontología asegura...
Quedé perplejo. Y observé los altorrelieves de aquella desconcertante piedra con mucha más intensidad.
—Aquí puedes ver —continuó el médico iqueño que, junto al stegosaurus adulto, también grabaron las larvas—. Primero sin patas. A continuación, con las dos patas anteriores; después, la larva con las patas posteriores... Esto, querido amigo español, se llama metamorfosis.
Hasta ahora habíamos creído que los reptiles prehistóricos nacían ya de los huevos con sus formas completas. Pero esto nos está mostrando lo contrario. ¡Y esto es una observación directa! Nadie podría reflejar un conocimiento tan exacto del ciclo biológico de un animal si no lo hubiera observado meticulosamente.
—Pero en la piedra, como ves, hay otros elementos —prosiguió Javier Cabrera—. Varios hombres portan armas y están hiriendo al animal.
Así era, efectivamente.
—¿Por qué? Porque estos monstruos amenazaban la vida de aquella Humanidad. Durante la Era Secundaria, miles de especies de estos enormes saurios se extendieron por todos los continentes y mares. Y el hombre «gliptolítico» no tuvo más remedio que declararles la «guerra».
»Por eso en estas piedras, cuando aparecen escenas de "caza" de dinosaurios, siempre se extienden las matanzas hasta las larvas de los monstruos antediluvianos. De esta forma, con la muerte del macho y de la hembra y la destrucción de los huevos y las larvas, conseguían un exterminio prácticamente completo.
Rompían el ciclo biológico.
—Aquí tienes, por ejemplo, el del agnato. Su «ciclo biológico» está formado por más de 100 piedras...


Era sorprendente. Había piedras de todos los tamaños. Desde algunas muy reducidas, de apenas 50 ó 100 gramos, hasta otras de 40 y más kilos. Y en todas ellas pude comprobar la evolución, la clara metamorfosis de este pez prehistórico que vivió en nuestros océanos en el período Devónico (Era Primaria o Paleozoica) y al que se le señala, por tanto, más de 320 millones de años.
(Según indica la Paleontología, estos peces sin mandíbulas son los primeros vertebrados conocidos. Los ostracodermos no habían desarrollado las mandíbulas óseas o los pares de aletas que poseen todos los peces posteriores a ellos. Sus restos se encuentran ya en el período Silúrico, pero son comunes sólo durante el referido período Devónico. Algunos —sigue afirmando la Paleontología— vivieron en el mar, y otros, en agua dulce. La mayor parte disponía de un «casco» óseo alrededor de la cabeza y parte frontal del tronco, así como gruesas escamas también óseas sobre el resto del cuerpo.)
—Pero entre todas estas piedras —continuó Javier Cabrera— encontré también algunas que daban una nueva dimensión de estos peces prehistóricos. Estos agnatos eran gigantes... Cabrera me señaló varias piedras de gran peso, separadas del centenar que constituía la «serie» del «ciclo biológico». Observé grabaciones de este mismo tipo de pez sin mandíbulas, pero, con una sensacional diferencia respecto a las anteriores piedras. En este caso, el agnato aparecía devorando una pierna humana...
—¿Qué significa? —interrogué al investigador.
—Que estos peces eran gigantescos... En cierta ocasión me visitó un profesor y me señaló que la única especie de agnato conocida en la actualidad fue encontrada en Vietnam. Pero eran muy pequeños. Es decir, con estos peces prehistóricos sucedió exactamente igual que con los grandes reptiles de la Prehistoria. Los «descendientes» actuales —los escasos «parientes» de aquellos— han visto reducido su tamaño a extremos insospechados.

Pero volvamos de nuevo a la piedra que había dado la clave de la antigüedad al investigador de Ica.
Aquel fascinante ejemplar, con forma de «huevo» gigantesco, «mostraba» mucho más. Como si se tratara de una «película», los altorrelieves iban recorriendo la superficie de la piedra, explicando primero el citado «ciclo biológico» del stegosaurus para pasar a continuación a otra «secuencia» tan desconcertante o más que la primera. Dos hombres de extrañas caras se habían situado sobre el lomo del animal. Y parecían atacar al gran saurio...

Javier Cabrera me explicó así el significado de aquella «secuencia»:
—El stegosaurus medía unos seis metros de longitud. Y aunque parece ser que se alimentaba de vegetación blanda, yo he comprobado en las piedras que también atacaba al hombre. Pues bien, ésta era una de las razones por las que la Humanidad prehistórica emprendió también la «guerra» contra el stegosaurus.
»Este enorme animal tenía en la cabeza un hueso tan débil, que con un golpe se le podía matar. Pero, ¿cómo se las arreglaban estos "cazadores" para llegar hasta el cráneo? Aquí lo tienes explicado...


Y Cabrera me señaló nuevamente a los dos seres que parecían «caminar» sobre el lomo del monstruo prehistórico.
—...El stegosaurus, como otros reptiles, disponía de un cerebro normal y de un ganglio pélvico que regía el automatismo de la parte posterior del cuerpo del animal.
»Esto ha sido reconocido por la Ciencia actual. De ahí que se les haya llamado también de "doble cerebro".
En su columna vertebral se producía un ensanchamiento, muy superior, incluso, al del cerebro propiamente dicho, y que tenía por finalidad, como digo, el control de esa zona posterior del gran saurio.
»Pues bien, el cazador subía por la cola —concretamente por el estrecho corredor que quedaba entre las dos hileras de placas óseas— y llegaba hasta la altura de la cintura escapular. Esa doble dependencia era fatal para el animal, puesto que hacía insensible su cola... Y esto lo sabían los hombres de las piedras grabadas.
»Ascendían por el monstruo hasta que éste sentía "algo" sobre la zona del referido ganglio pélvico. En ese instante, el stegosaurus volvía la cabeza y el cazador le rompía el cráneo de un golpe


No había salido de mi asombro cuando Javier Cabrera me rogó que le acompañara hasta otro lugar de su museo. Allí, en otras enormes piedras, había también grabaciones y altorrelieves con nuevos tipos de dinosaurios.
—Con el stegosaurus —prosiguió Javier— no había casi peligro. Sin embargo, no sucedía lo mismo con este otro: con el llamado tyrannosaurio.
Este formidable monstruo carnívoro tenía el cuello corto y robusto y la cabeza provista con poderosas mandíbulas. La Paleontología asegura que hizo su aparición a finales del período Cretácico, es decir, hace más de 65 millones de años. Tenía quince metros de longitud y seis de altura, y sus patas delanteras eran tan cortas que, según parece, no podían llegar hasta la boca.
El tyrannosaurio —según he podido comprobar con el estudio de los gliptolitos— era uno de los más terroríficos e implacables enemigos de esta Humanidad. Y contra él fue dirigida gran parte de esta operación de «limpieza».

Pero, lógicamente, la táctica para exterminarlo no podía ser idéntica a la empleada en el caso del stegosaurus. Javier centró mi atención en una piedra concreta. Allí se reproducía la figura de uno de estos feroces monstruos del Cretácico. Y junto a él, otros hombres que portaban también sendas armas.
—El tyrannosaurio era un animal sumamente peligroso. ¿Qué hacían entonces los cazadores? En primer lugar —tal y como ves en la piedra— le dejaban ciego. De esta forma, otro cazador podía ascender por la cola y lomo del animal, golpeándole en la cabeza. Pero, ¡ojo!, no en cualquier punto del cráneo... Como ves, el arma que porta el hombre gliptolítico tiene una especie de rayado. Y en la cabeza del tyrannosaurio han grabado también otro punto, con un rayado idéntico al del arma. Pues bien, eso significaba que debían golpear al monstruo prehistórico en una zona concretísima del cráneo.
Estas nociones precisas de la anatomía de un tyrannosaurio, de un stegosaurus, de un triceratops, etc., y de sus ciclos biológicos, sólo pueden revelar un conocimiento profundo de la fauna. Un conocimiento que sólo podría producirse a base de haber coexistido con dichos seres.
Pero aquel «capítulo» de la «guerra» a los monstruos antediluvianos iba a culminarse con otra insólita piedra labrada. En mi opinión, la más espectacular de cuantas logré ver en la colección del profesor Cabrera.


Aquel «libro» de 70 u 80 kilos, perfectamente redondeado y con un altorrelieve desconcertante, había sido donado por el también amigo del doctor iqueño, Tito Aisa. Yo había admirado aquella fascinante piedra en la casa de este último, en Lima. Pero en mi segundo viaje a Perú, el magnífico ejemplar se encontraba ya en el museo de Javier Cabrera Darquea.
Distribuidos a la perfección entre las dos caras de la piedra, pude ver un enorme «pájaro mecánico» sobre el que volaban dos seres que portaban sendos telescopios y con los que miraban hacia tierra. Pero, ¿qué «buscaban» aquellos hombres desconocidos? La respuesta estaba también en el «libro» lítico.
A ambos lados de la piedra, y coincidiendo precisamente con su parte inferior, aparecían los grabados en altorrelieve de dos dinosaurios. Un tercer hombre, idéntico a los que se encontraban sobre el «pájaro mecánico», había descendido hasta el lomo de uno de los dinosaurios y, mientras se sujetaba a la «nave» con una especie de «cordón umbilical», con la otra mano hundía un cuchillo en el cuerpo del animal.
En aquel grabado había también otros tres elementos para los que Cabrera guardaba una no menos sensacional revelación. Se trataba de tres Lunas situadas en distintas posiciones del cielo o firmamento en el que se movía el gran «pájaro mecánico».
—Estos seres —comenzó el médico peruano— habían vencido la fuerza de la gravedad y disponían de aparatos voladores que aquí, en las piedras, aparecen «ideografiados» como «pájaros mecánicos». Pues bien, esas máquinas voladoras les permitieron extender su «guerra» contra los animales prehistóricos a todo lo largo y ancho del planeta.
»Estudiando las piedras he sabido que, en muchos casos, como en el del tyrannosaurio, cegaban o atontaban al animal, lanzando una descarga sobre el mismo. Esto les permitía descender desde sus aparatos voladores para rematar al monstruo o bien ascender hasta su cabeza por la cola y el lomo. Era sencillamente desconcertante.


Permanecí largas horas contemplando, analizando y reflexionando sobre aquel altorrelieve de 40 centímetros de anchura, 70 de altura y poco más de 20 de longitud. Era la más fantástica piedra de la gran «biblioteca». El documento más sensacional y definitivo que mostraba la existencia de otra Humanidad, más tecnificada, incluso, que la nuestra. Hasta el momento, como apuntaba al comienzo de este libro-reportaje, ninguna de las teorías esgrimidas en pro de posibles y remotas «supercivilizaciones» se encontraban sustentadas por pruebas concretas, por datos físicos visibles...
Pero esto era distinto. Tan distinto y revolucionario, que todo lo anterior quedaba eclipsado, difuminado.
—Los paleontólogos se siguen preguntando por qué estos animales prehistóricos tan numerosos y resistentes desaparecieron súbitamente de la faz de la Tierra. ¿Cómo puede explicarse este singular hecho?
El planteamiento de Cabrera me sacó de nuevo de mis pensamientos. La repentina extinción de estos millones de gigantescos saurios que dominaban los antiguos continentes del planeta era, en efecto, una incógnita fascinante.

Era difícil pensar que la ferocidad de unos pudiera terminar con la totalidad del resto, y de manera tan súbita. No es precisamente el sistema elegido por la Naturaleza en su constante proceso de selección natural de las especies. Muchos de esos gigantescos saurios habrían permanecido o se habrían transformado, adecuándose a las nuevas necesidades de sus hábitats. Pero nada de eso ocurrió.
Otros paleontólogos han barajado también la posibilidad de que este extraño fenómeno tuviera su origen en un enfriamiento del clima del período Cretácico —gran marco en el que se movieron buena Parte de estos animales antediluvianos— que dio al traste con aquella fabulosa fauna. Como se sabe, los dinosaurios parece ser que se valían de su enorme tamaño para regular la temperatura del cuerpo. Al no disponer de una envoltura aislante, de un abrigo de pluma, pelo o lana, estos monstruos prehistóricos fueron pereciendo. Esta teoría, sin embargo, falla también estrepitosamente...
De haber ocurrido así, lo lógico es que muchos de estos dinosaurios hubieran sobrevivido durante la Era Terciaria o Cenozoica. Al menos, durante una parte de la misma y en las zonas más calurosas del mundo...

Ninguna de estas hipótesis ha resuelto satisfactoriamente el problema. ¿Por qué tantos y tan diversos grupos de animales antediluvianos fueron borrados del planeta de forma tan simultánea y abrumadora?
Javier Cabrera Darquea sí lo había descubierto en aquella increíble «biblioteca» del pasado de este viejo mundo nuestro.


Y me lo explicó con estas sencillas y, al mismo tiempo, estremecedoras palabras:
—Una gran catástrofe, un cataclismo de proporciones insospechadas, tuvo lugar en la Tierra hace millones de años. Pues bien, esa tremenda destrucción, esa convulsión masiva del planeta terminó con la existencia de esos millones de reptiles gigantescos que habían poblado el mundo desde tiempos remotísimos. Sólo eso, y la metódica y masiva «guerra» que aquella Humanidad sostuvo con los grandes saurios, puede explicar la desaparición de estos animales.

El hombre «gliptolítico» luchó intensamente contra los dinosaurios y demás reptiles. Fue una «guerra» de toda la Humanidad contra estos monstruos... Así se refleja en cientos de piedras grabadas. Fue una «guerra» —y esto es importante— en la que participó toda la civilización que entonces habitaba la Tierra. Una «guerra» a muerte. Sin tregua. Una «guerra» que fue más allá, incluso, de la simple matanza de los saurios, puesto que dicha Humanidad rompió el «ciclo biológico» de estos monstruos prehistóricos, anulando así la supervivencia de las especies. Estas matanzas masivas y constantes y el formidable cataclismo —que también contribuyó a la anulación del mecanismo reproductor de los reptiles— sí explican esa súbita extinción de los más fantásticos y resistentes animales que jamás hayan poblado la Tierra. De no haber sido por estas razones, quizá hoy muchos de ellos siguieran poblando el planeta...

Aunque en otro capítulo de este libro hablaré más extensamente de la catástrofe mencionada por el profesor Cabrera Darquea, sí quiero exponer ahora —y a título de simple orientación— el origen del cataclismo que acababa de comentar el investigador de las piedras labradas.
—En aquellos tiempos —me explicó Javier—, y tal y como he descifrado en los gliptolitos que forman esta «biblioteca» prehistórica, alrededor de nuestro mundo giraban tres Lunas o satélites naturales.
Un formidable desfase entre la tecnología utilizada por aquella Humanidad y el magnetismo natural de la Tierra fue provocando un desajuste en las órbitas de dos de estas Lunas, que terminaron por caer sobre el Planeta. Este impacto terrorífico convulsionó los continentes y océanos, provocando la indescriptible catástrofe...
Pero dejemos aquí el relato del científico peruano. En aquel instante, mientras Cabrera me explicaba sobre las piedras labradas del desierto de Ocucaje el apocalíptico choque de aquellas Lunas contra nuestro mundo, recordé una de las muchas teorías que sobre este formidable cataclismo mundial se han escrito.


Una de las que, quizá por su plasticidad y verosimilitud, más me habían impresionado hasta el momento de conocer las piedras grabadas de Ica. Decía así:
«Siberia nordoriental, 5 de junio del año 8496 antes de Cristo. Son las 12:53 (hora local). Siete minutos antes de la colisión del planetoide con la Tierra.
»El Sol está alto en el cielo, y junto a él se hallan, invisibles en el claro azul, el planeta Venus y la Luna nueva. Los árboles de la linde de la selva virgen proyectan sombras breves sobre el suelo. El musgo verde oscuro crece lozano bajo los altos troncos de pinos, abetos y alerces. El río, saliendo de la selva, discurre, murmurando y gorgoteando, a través de un calvero. Es un espacioso calvero con hierba fina, jugosa, rico en helechos y flores junto a la orilla.
»De pronto retumba un pisoteo entre los arbustos junto al borde de la explanada, las ramas se rompen crepitando y las copas de los árboles empiezan a cimbrearse. Una manada de elefantes se acerca al río...

»A las 14:47 dos elefantes se paran bruscamente. Una fuerza invisible los ha aferrado, y su furia se ha desvanecido de golpe. Debe de haber ocurrido algo espantoso... »La catástrofe se ha producido hace bastante. La sacudida provocada por la colisión ha empleado una hora y cuarenta y siete minutos para llegar a la tierra de los tunguses. El suelo es recorrido por un temblor: primero es sólo una débil vibración, casi imperceptible, pero luego se hace sensible, violenta. De la selva llega un gemido; un pino gigantesco se dobla, crujiendo, hacia el calvero, abatiéndose con fragor entre los elefantes. Algunos pájaros, despavoridos, levantan el vuelo.
»El disco del Sol parece haber saltado de su sede, se tambalea en el cielo, luego se detiene, se desliza lentamente hacia abajo, hacia el horizonte, vuelve a detenerse...

»Las sombras de los grandes animales, de los árboles y de los arbustos se agitan convulsas sobre el calvero, se alargan, mientras el río rebulle más fuertemente. Las sombras permanecen alargadas, y el Sol ya no calienta.
»Cuando el temblor remite, la manada de elefantes se pone en movimiento. Inquietos, los grandes proboscidios pisotean la hierba, balancean la maciza testuz, remueven el terreno con las patas... Y la calma renace muy lentamente. »Transcurren horas sin que pase nada. Hace frío. Los elefantes hace mucho que ya se han puesto a comer de nuevo.
»Son las 20:53. Siete horas y cincuenta minutos después de la catástrofe. La manada sigue en el calvero.
Los animales arrancan ramas de los árboles jóvenes y se abrevan en el río. El Sol del atardecer es amarillento, mortecino. De improviso se eleva a distancia un ruido sordo, que crece. Se acerca a fulminante velocidad, y pronto cubre el gorgoteo del río, el canto de los pájaros y estalla como un trueno interminable.
»El jefe de la manada alza la trompa, pero su barrito es ahogado por el enorme fragor. Con todas sus fuerzas inicia la carrera, y los compañeros le siguen. El suelo retumba bajo centenares de patas titánicas, pero el ruido no ahoga el que procede del cielo. Por primera vez en su vida, una de las más potentes criaturas del globo es presa del pánico y corre ciegamente por la selva, derribando arbustos y árboles.
»Pero, a los pocos pasos, la carrera termina. El jefe de la manada se desploma como fulminado por un rayo y muere antes de que su cuerpo toque el suelo. Con él, en los mismos segundos, mueren también los demás. Con él mueren todas las formas de vida de la Siberia septentrional: miles y miles de elefantes, de rinocerontes lanudos y de tigres de las nieves, de zorros, de martas, de aves y reptiles...
»¿Qué había ocurrido?

»A 10.000 kilómetros de aquel calvero siberiano, aquel 5 de junio de 8496 antes de J. C., a las 13 horas, un cuerpo celeste cayó con violencia incalculable en la región sudoccidental del Atlántico septentrional. Aquel planetoide, con sus 18 kilómetros de diámetro, era un enano en comparación con nuestro planeta. Pero las consecuencias de su caída fueron terribles: rompió la costra terrestre y provocó la mayor catástrofe que jamás castigara a la Humanidad.»
Ésta y otras muchas narraciones y leyendas que se han conservado vivas en los corazones de los pueblos de la Tierra denotan un hecho único y terrorífico en la Historia del planeta. Un hecho que, a pesar de la erosión de los siglos, se ha transmitido de civilización en civilización, de raza en raza y de continente en continente.
Hace miles o quizá millones de años, algún astro, en efecto, chocó con la Tierra, sembrando la muerte y la desolación. Y esa tragedia apocalíptica ha quedado grabada en el espíritu del ser humano y transmitida de unos hombres a otros.
Pero, ¿cuándo tuvo lugar realmente dicho cataclismo?
Las piedras grabadas que forman la «biblioteca» lítica del doctor Cabrera tienen la respuesta. Una respuesta que no se mueve indecisa en la noche de los tiempos. Es una respuesta concreta. Grabada en piedra. Pero, como digo, reservemos los detalles de tan tremenda destrucción para la «serie» de piedras que, precisamente, «habla» de dicha tragedia.


Antes de dar por terminado este «capítulo» o «sección» de la «biblioteca» gliptolítica, en la que la olvidada Humanidad del Mesozoico plasmó sus conocimientos y luchas contra los enormes saurios prehistóricos, Javier Cabrera me indicó un detalle fundamental a la hora de valorar las piedras labradas.
—El volumen y trabajo de las mismas —explicó— está en proporción directa a la importancia del tema que se «relata» en dichas piedras. He comprobado este importante detalle en cientos de gliptolitos...
Esto quería decir que, cuanto más pesada fuera la piedra y cuanto más trabajo y esfuerzo se hubiera empleado a la hora de la grabación, más trascendental era la «ideografía» que aquella Humanidad había querido exponer. De ahí, por tanto, que los altorrelieves —por término general— señalaran siempre conocimientos mucho más decisivos que los simples grabados.
Éste era el caso, por ejemplo, de la hermosa y pesada piedra —en altorrelieve— que Cabrera acababa de mostrarme y en la que se «narraba» el «ciclo biológico» del stegosaurus, así como la forma de exterminar a dicho animal.
Así sucedía igualmente con otra formidable mole de piedra de media tonelada en la que el investigador me mostró toda una «matanza» de hombres, por parte de los dinosaurios...
Cuando contemplé aquella piedra descomunal, mi asombro volvió a dispararse. Labrados en unos altorrelieves finísimos, animales prehistóricos de varios tipos devoraban y atacaban a hombres gliptolíticos.
—Pero, ¿por qué? —interrogué a mi anfitrión.
Tú has visto ya otras piedras donde estos hombres grabaron también ciervos, caballos y toda una extensa gama de animales que conocieron. Sin embargo, todos ellos aparecen grabados en piedras más o menos pequeñas. Aquí no. Con los monstruos prehistóricos, con los grandes reptiles, no ocurre lo mismo. Casi todos están grabados en piedras de gran tamaño y peso. Casi todos en altorrelieves...
»¿Por qué?, preguntas. Porque en estos casos —cuando se toca el tema de los dinosaurios— no se trata ya de "cacerías" más o menos deportivas. Es la "guerra" de toda la Humanidad contra sus mortales enemigos. Por eso plasmaban estas escenas en piedras mayores, con altorrelieves...
»Y esta mole que tienes ante tus ojos es otra viva muestra de lo que te digo. El hombre no debía aproximarse ni entrar en este lugar que señala la roca labrada. Si lo hacía, podía morir. En esta piedra se está señalando un área donde vivían dinosaurios adultos y las formas intermedias de éstos. Eran terrenos de dominio de los grandes saurios...

Una y otra vez me preguntaba cómo podía el doctor Cabrera Darquea haber llegado a estas conclusiones.
Una vez explicadas por él, las «ideografías» parecían sencillas, tremendamente claras. Pero, ¿cómo poder descifrar esos conocimientos?
—Existe una clave —concretó el investigador—. Una clave que, después de muchas horas de estudio, me ha permitido tener, al menos, el 75 por ciento del conocimiento del grabado. Sin ese porcentaje mínimo, nadie podría desentrañar con exactitud las grabaciones de los gliptolitos.
»Sin esa clave, por ejemplo, resultaría poco menos que imposible averiguar que en esta otra piedra, uno de estos hombres tiene en sus manos un corazón bilobular, recién extraído de un pelicosaurio...
El profesor de Ica me indicó otra de las piedras grabadas. Allí observé la figura de un hombre que, efectivamente, sostenía un extraño corazón. Y junto al hombre gliptolítico, este reptil prehistórico de gran aleta dorsal y que —según la Paleontología— apareció en el Carbonífero Superior, subsistiendo hasta el período Pérmico Medio. Es decir, en plena Era Paleozoica o Primaria.
—Este grabado, de gran valor científico —prosiguió Cabrera—, nos está revelando una vez más, el profundo conocimiento que tenía esta Humanidad de la fisiología y anatomía de sus innumerables enemigos.

Aunque el doctor Cabrera me hablaría a lo largo de nuestras numerosas entrevistas de múltiples detalles relacionados con esa «clave», la verdad es que en ningún momento logré que me hiciera una exposición completa y exhaustiva de la misma. Siempre que se lo insinué me encontré con la misma respuesta:
—Sólo haré pública dicha «clave» cuando responda a todos los ataques de que soy objeto desde hace años. Y esa «respuesta» está ya en preparación. En breve será editado un trabajo en el que detallo todas mis investigaciones y descubrimientos en torno a esta «biblioteca».
Desde ese instante me abstuve, por tanto, de seguir interrogando a Javier Cabrera —al menos de forma directa— sobre la «clave». En aquellos momentos, entusiasmado además por el sinfín de conocimientos que tenía a mi alcance, consideré más oportuno empaparme a fondo de las «ideografías» y grabaciones que podía ver y tocar.
Aquella «serie» dedicada a los animales prehistóricos y en la que había podido descubrir nada más y nada menos que 37 tipos de grandes saurios, perfectamente clasificados por la Paleontología, así como otros muchos, desconocidos aún para la Ciencia moderna, me había abierto ya nuevos e indescriptibles horizontes.
¿Es que era posible entonces que el ser humano hubiera CONVIVIDO con los monstruos antediluvianos?
La prueba estaba en cientos de piedras grabadas. Pero el propio Javier Cabrera me iba a relatar un descubrimiento acaecido no hace mucho en el vecino país de Colombia y que venía a ratificar todas sus afirmaciones.



CAPÍTULO 9
UN TESTIMONIO DESCONCERTANTE: «PÁJAROS MECÁNICOS» Y REPTILES VOLADORES «TRIPULADOS»

Pienso yo que cualquiera que pudiera contemplar aquellos «hemisferios» terrestres de hace millones de años, grabados en dos enormes piedras, se haría la misma pregunta:
«¿Cómo llegó a conocer aquella remota Humanidad las formas y contornos de los continentes?».
Sólo admitiendo, en definitiva, que en otras épocas del planeta se desarrollaron civilizaciones de un gran nivel técnico y científico podríamos comprender y encajar la formidable realidad de los mapas de Piri Reis. Es la misma conclusión a la que uno llega sin querer después de conocer e investigar la «biblioteca» gliptolítica del desierto peruano.
El ingeniero Arlington Mallery expresaba precisamente su extrañeza al no entender cómo habían podido ser trazados estos mapas, sin la ayuda de la aviación...

Esa misma interrogante surgió en mi mente mientras examinaba las piedras de los «hemisferios». Pero, en este sentido, yo iba a tener más fortuna que Arlington Mallery. Porque en otras muchas piedras de la colección del doctor Cabrera estaba, precisamente, la respuesta a dicha pregunta.
—Aquella civilización dominaba la navegación aérea —me respondió Javier Cabrera señalándome varias piedras en las que aparecían extraños «pájaros» de apariencia mecánica, así como otras aves que pertenecían, indudablemente, a diversos tipos de reptiles voladores de eras muy pretéritas del planeta.
—¿Qué diferencia existe entre estos grabados en los que se representan «pájaros mecánicos» y aquellos en los que el hombre parece «cabalgar» sobre grandes aves prehistóricas?
—Esos que tú llamas «pájaros mecánicos» son el más bello y evidente símbolo de que aquella Humanidad perdida en el tiempo y el espacio podía dominar la navegación aérea... ¿Por qué quisieron grabar estos «pájaros» que no son naturales? Todo en ellos denota tecnología. Son, indudablemente, «mecánicos». Es decir, nos están mostrando —a través de una «ideografía»— que podían surcar los espacios...

Lo más escalofriante, lo más sugerente de aquel «capítulo» o «sección» de la «biblioteca» era que el número de piedras descubierto, donde aparecían estos «aparatos voladores», era muy elevado. Sin embargo, como sucede en casi todas las «series», no todos los gliptolitos están investigados en profundidad. Muchos de ellos, decenas, permanecen ignorados.
—No logro aceptar —le comenté a Javier Cabrera— que una Humanidad tan anterior a la nuestra haya podido conocer la aviación. Eso resulta fácil de comprender.
—Todos hemos vivido y seguimos haciéndolo bajo el influjo de unas enseñanzas y una ciencia que rechaza cuanto no se ajusta a esos moldes preconcebidos y convencionales. ¿Quienes han sido los peores enemigos de la Humanidad? Los hombres que pensaron en profundidad. Los que no se dejaron arrastrar o lucharon contra «lo tradicional» y aceptado.


»Esta Humanidad gliptolítica nos maravillará con sus conocimientos. Ya lo está logrando.
»Porque estos seres llegaron a salir al espacio, por supuesto. Y lo lograron, no a través de nuestros sistemas matemáticos o de cálculo. Ellos, como ya te he comentado en otras ocasiones, eran conceptuales. Llegaban a esos conocimientos casi instantáneamente... Su mente estaba preparada para ello. ¿Qué nos ocurre hoy a nosotros? Salimos del colegio o de la Universidad con la mente cuadriculada, dividida. No tenemos una preparación integral del conocimiento».
—¿Está también en las piedras el sistema que empleaban para salir de la Tierra?
—Naturalmente.


Javier Cabrera regresó a su mesa de despacho y extrajo de la caja fuerte un «huaco» de color tierra a cuyo alrededor aparecían dibujados unos extraños símbolos. Algo así como un «pájaro». Sí, se trataba de un «pájaro» idéntico al que yo acababa de ver en los grabados de las piedras...
—¿Cómo puede ser? —interrogué al profesor.
—Es bien simple. Esta civilización dejó su «mensaje», no sólo en las piedras, sino en otros muchos objetos que hoy, para nosotros, sólo constituyen motivos de «artesanía» o —a lo sumo— de manifestación artística de otras culturas incas o preincas... ¿Recuerdas el manto de Paracas? ¿Recuerdas las tallas de madera de las que hablamos cuando tocamos el tema de la isla de Pascua?
»Todas esas manifestaciones tenían un significado mucho más profundo que la mera decoración o sentimiento artístico. Aquella Humanidad dejó sus conocimientos en la "biblioteca de piedra", sí, pero los gliptolitos no fueron su única huella.

»¿Cómo podríamos explicar, si no, esas construcciones megalíticas de Tiahuanaco, de Sacsahuamán, del mismo Machu Picchu, de la gran pirámide de Keops, de los gigantes de Pascua, etc.? La Humanidad gliptolítica dominó la totalidad del planeta. Sus restos, por tanto, se extienden por doquier. Lo que ocurre es que no queremos reconocerlo, no queremos abrir los ojos...
»Tampoco debemos olvidar que entre aquella Humanidad prehistórica y nuestro "filum" han podido existir otras civilizaciones que quizá alcanzaron elevadas metas en los distintos campos del conocimiento. Y su huella se ha mezclado también con la de aquel hombre gliptolítico.
Cabrera guardó silencio unos instantes y me mostró aquella pequeña vasija de barro. La hizo girar lentamente sobre la mesa y señaló:
—Este «huaco» nos está mostrando también el sistema que utilizaban para salir al espacio.

»Estos seres lograron vencer la fuerza de la gravedad. Y sus máquinas voladoras escapaban a la atracción terrestre sin necesidad de esas potentes cargas de combustible que hoy exigen nuestros cohetes portadores.
La Humanidad gliptolítica anulaba la gravedad, y era el planeta el que realmente abandonaba a la nave. No al revés, tal y como sucede en la actualidad con nuestros vuelos espaciales.
»Al producirse esa anulación de la gravedad, los aparatos voladores de aquella Humanidad eran prácticamente "catapultados" al exterior a una velocidad equivalente a la que lleva nuestro mundo en su viaje a través del Cosmos: 29,6 kilómetros por segundo.
»Esa velocidad de "escape" era más que suficiente para situarse en órbita terrestre o para seguir rumbo a otros astros de la galaxia.

En la actualidad se ha calculado en 11,2 kilómetros por segundo la velocidad mínima para que un cohete pueda escapar del campo gravitatorio terrestre. Esta velocidad es llamado también de «escape» o «fuga».
»Para vencer la fuerza de la gravedad —tal y como he descifrado en los gliptolitos y en este espléndido "huaco"—, aquella civilización usaba de la fuerza electromagnética que captaba del exterior de la Tierra a través de las Pirámides.
»¿Comprendes ahora cómo pudieron trazar los "hemisferios" de la Tierra?
»Era sencillo. Sus "pájaros mecánicos" —sus avanzadísimas astronaves— podían elevarse sobre los continentes y abandonar, incluso, el planeta.
Quizá en este capítulo de la «biblioteca» —más que en ningún otro— resulta vital el examen de los grabados y altorrelieves de las piedras de Ica.


Y de nuevo volví a situarme frente a aquel bellísimo labrado donde se nos mostraba un gran «pájaro mecánico» sobre el que navegaban dos de aquellos seres olvidados. Dos hombres «gliptolíticos» que oteaban la tierra en busca de los mortales enemigos de la Humanidad prehistórica: los grandes saurios.
Allí, mejor que en ninguna otra piedra, mi espíritu pudo sentir la proximidad del misterio. Y la imaginación terminó por desbordarse, incapaz de resignarse a una realidad como la nuestra, tan convencional como limitada.
Pero tan remota civilización no sólo utilizó «pájaros mecánicos».
También mi imaginación tembló al detenerme ante decenas de piedras donde hombres «gliptolíticos» volaban a lomos de enormes y extrañas aves. Aquellas eran aves de carne y hueso. De eso no cabía la menor duda. La diferencia con los «pájaros mecánicos» era evidente. Algunos de aquellos reptiles voladores —así los calificó Javier Cabrera— resultaban hoy desconocidos, incluso, para la Paleontología.

Algunas de aquellas formas de animales antediluvianos me recordaron, por ejemplo, al pteranodom, con su cráneo en forma de martillo. Sin embargo, ¿cómo podían transportar estos extraños «pájaros» a los hombres «gliptolíticos»? Si no recordaba mal, y a pesar de sus nueve metros de envergadura, estos reptiles voladores —como en toda la «familia» de los pterosaurios— apenas si podían remontar el vuelo. Ni los músculos de sus alas ni las débiles patas traseras eran capaces de levantarse del suelo. La Paleontología asegura que debió vivir posiblemente en los acantilados, donde las corrientes de aire le ayudarían a elevarse...
Cuando le planteé este dilema a Javier Cabrera, me respondió:
—Muchos de estos animales prehistóricos están sin clasificar. Lo ignoramos todo de ellos. No podríamos pronunciarnos sobre sus posibilidades para transportar a los seres de aquella Humanidad sobre los aires...

»HOY, nuestra civilización aprovecha y se ha servido hasta la saciedad de los grandes paquidermos, de los camellos y dromedarios y hasta de los delfines.
»¿Por qué no pudieron hacer lo mismo los hombres de entonces con los animales que resultaban dóciles o fáciles de domesticar? Hoy no tenemos posibilidad de comprobarlo porque carecemos de grandes reptiles voladores o, simplemente, de aves de las dimensiones de aquéllas. Pero, ¿qué habría ocurrido si los hubiéramos tenido? ¿No los hubiéramos utilizado?»
El planteamiento del médico e investigador de la «biblioteca» lítica de Ica no carecía de base. Además, ¿qué significaban sino aquellas piedras grabadas donde parecían representarse escenas de luchas, de exploración, de caza y hasta de observación de cometas?

Plaza de Armas de Ica, Perú
Por indicación de Cabrera —y en una de mis visitas a la capital peruana— visité el Museo Aeronáutico. Allí, el director del mismo, el ya mencionado coronel Omar Chioino, me mostró amablemente lo que en realidad constituye la más insólita y remota manifestación de la «navegación aérea», si es que se me permite esta expresión.
Javier Cabrera, amigo del coronel Chioino, había donado, hacía ya tiempo, al citado Museo de Lima más de sesenta piedras de todos los tamaños y pesos, exclusivamente grabadas con grandes «pájaros mecánicos» o reptiles voladores sobre los que, como señalaba anteriormente, viajaban hombres «gliptolíticos».
Allí quedé maravillado una vez más con los grabados y altorrelieves que formaban lo que hemos dado en llamar el «capítulo» de los «pájaros mecánicos».

Conscientes de lo espectacular de aquella colección, el Museo había solicitado de expertos dibujantes del Ejército del Aire el traslado al papel de cada uno de los grabados que figuraban en las sesenta y tantas piedras. La laboriosa tarea había sido Ya concluida y los visitantes podían apreciar de un solo vistazo la escena que se representaba en cada piedra. Este procedimiento —utilizado ya por Javier Cabrera para otras muchas piedras— daba siempre un resultado magnífico. Uno de los grandes obstáculos con que, precisamente, tropiezan cuantos contemplan los gliptolitos es la dificultad para percatarse con rapidez de las imágenes contenidas en las rocas. La curvatura de las mismas hace imposible contemplar la totalidad del
altorrelieve o grabado a un mismo tiempo. De ahí que los dibujos-desarrollo siempre constituyan un eficaz sistema de comprensión del «gliptolito».

Lineas de Nazca
A la vista de aquella espléndida «serie» —con todo tipo de «pájaros mecánicos» y de reptiles voladores antediluvianos—, uno no podía olvidarse de aquel otro no menos profundo misterio que se extiende a unos 200 kilómetros al sur de la ciudad de Ica y que todos conocemos ya como las «pistas» de Nazca.
Esas enigmáticas figuras de cientos de metros de longitud e, incluso, hasta kilómetros, que nos han recordado siempre las pistas de despegue y aterrizaje de nuestros aeropuertos. ¿Qué relación podía tener la «biblioteca» encontrada en el desierto de Ocucaje con la pampa donde se entrecruzan gigantescos dibujos de una araña, un mono, pájaros, figuras geométricas y un sinfín de líneas rectas?
Javier Cabrera conocía el secreto. Lo había descifrado a través de las piedras grabadas. No cabía duda, por tanto, de que existía una vinculación directa entre los seres que grabaron la «biblioteca» lítica y los que dejaron impresas en la pampa nazqueña aquellas misteriosas huellas.
¿Y cuál era esa vinculación?
—Se trataba de los mismos hombres «gliptolíticos» —me comentó Cabrera cuando comenzamos a conversar sobre tan apasionante tema—. Yo he descubierto en estas piedras la explicación de las figuras y pistas de Nazca. ¡Están acá!
Ardía en deseos de conocer esa «explicación».
—Como te comenté antes, esta Humanidad logró anular la gravedad, procurándose así un inmejorable sistema de salida al espacio. Un sistema que ni siquiera nuestros científicos han conseguido aún.
»Nazca, con su pampa, era uno de esos "espaciopuertos". Por allí entraban y salían de la Tierra y por allí se catapultaban en sus viajes por el planeta.
»¿Cómo lo lograban?
»En la actualidad sabemos que bajo gran parte de Perú y del continente sudamericano existe un gigantesco filón de hierro. Ese yacimiento va desde Nazca hasta Paracas, alcanzando también Machu Picchu.


Machu Picchu
»Pues bien, según mis descubrimientos —todos ellos basados en las piedras grabadas y en los "huacos"—, la Humanidad prehistórica construyó sobre dicho filón de hierro su "espaciopuerto". ¿Qué razón tenían para llevar allí semejante obra? Nosotros sabemos hoy que el hierro concentra el campo magnético. ¿Y qué sucedería si electrizásemos la zona? Contando siempre con la existencia del campo magnético propio del planeta, aquel lugar se transformaría automáticamente en un "electroimán": un gigantesco "electroimán".
»Eso fue lo que sucedió. Estos seres conocían la existencia del gran filón de hierro y construyeron su "espaciopuerto" sobre la pampa de Nazca.
»Las pistas y algunos de los dibujos fueron sometidos a sistemas de electrificación que les permitían "ingresar" o "salir" de la Tierra cuando lo deseaban.
»Bastaba regular ese campo magnético para "aterrizar" o "despegar". El mecanismo era sencillo.
»Existía un lugar de "embarque" y una zona inicial de recorrido —a base de motores electromagnéticos— que concluía en una "caída libre", aprovechando el desnivel del terreno. En un tercer tramo, las naves eran aceleradas mediante un "cojín magnético" y los motores lineales. Por último, en una plataforma angulable se llevaba a cabo la deflexión, incrementando la velocidad».


Una mañana tórrida me decidí a comprobar por mí mismo la magnificencia de aquellas figuras y pistas de la pampa de Nazca. Después de casi 200 kilómetros por la carretera Panamericana, logré divisar el Valle del Ingenio. Allí, y sobre un «lienzo» de tierra arenosa y sembrada de guijarros marrones y negros, se extendían 50 kilómetros de misterio. Allí, después de caminar durante horas sobre la pampa, me senté a esperar el crepúsculo. Un crepúsculo que se produciría con la misma pureza y color durante millones de años. Allí, en fin, comprendí con desolación que nuestro pasado es algo tan oscuro como nuestro futuro.
¿Qué representaban en verdad aquellas simétricas —atormentadoramente simétricas— figuras de cientos de metros, de kilómetros, que se perdían en el horizonte? Mis pensamientos estaban confundidos. Recordaba las palabras de Javier Cabrera, y mis dudas parecían crecer.. Si aquello había sido un «espaciopuerto» en el pasado, ¿qué había sido de tanta grandeza?

Recuerdo bien cómo mi confusión se vio mezclada con la impaciencia cuando, al principio, al comenzar a caminar por la achicharrada pampa de nazca, las famosas pistas y figuras parecían haberse difuminado. Tardé horas en comprender. Era imposible percatarse desde allí abajo de la presencia de las líneas. El «guía» me advirtió: «Es preciso subir en avión para divisar las figuras en toda su dimensión... »
Pero antes de seguir los consejos del nazqueño me aproximé a un pequeño cerro de no más de 15 metros de altura. Al llegar a lo más alto del peñasco comprobé asombrado que había estado caminando durante horas sobre las mismas líneas que forman los dibujos gigantes. ¡Pero yo no lo había notado desde el suelo!

Un total de 50 líneas rectas nacían de aquella roca y se perdían en todas direcciones, rumbo al horizonte. Sentí una curiosidad infinita. Y casi de un salto me situé sobre una de aquellas líneas que arrancaban del peñasco. La examiné con detenimiento. Recogí tierra y algunos pequeños guijarros...
En realidad, nada parecía distinto. Sólo un detalle me llamó poderosamente la atención. Regresé nuevamente a lo alto del cerro a fin de percatarme, y comprobé que mis deducciones eran acertadas. La pampa, como comentaba anteriormente, se encontraba cubierta casi por completo de guijarros de pequeño y mediano tamaño. Sin embargo, ninguna de las líneas presentaba el mismo número de guijarros que el resto de la pampa.
Era como si un chorro gigantesco de aire a presión hubiera ido apartando del trazado de cada figura los miles o millones de guijarros negros y parduscos que en buena lógica deberían cubrir también las figuras y las pistas.
¿Cómo podían haber desaparecido tantos miles de piedras de cada una de las superficies que formaban las anchas rayas?

Al regresar a Ica comenté con Cabrera este hecho y la circunstancia de que las figuras no hubieran sido borradas en tantos siglos, a pesar de que aquellas llanuras fueron hasta hace muy pocos años paso obligado de grandes manadas de mulas y caballos.
El profesor fue directo al grano:
—Aquella Humanidad nos dejó con estas figuras de Nazca la infraestructura, el esquema, de toda una tecnología. Esas figuras —como en el caso del mononos— están revelando el mecanismo que impulsaba a una nave a salir de la Tierra.

María Reiche
Sin embargo, no todos los estudiosos y científicos de la pampa de Nazca opinan como el profesor Cabrera.
María Reiche —la llamada «bruja del desierto», que lleva más de treinta años estudiando las pistas y figuras— asegura que aquella formidable obra pudiera ser un «calendario astronómico». El más grande y ambicioso de cuantos ha construido el ser humano.
Y defiende su teoría basándose en el hecho de que la civilización que trazó las líneas —por supuesto desde tierra y valiéndose de cuerdas— estaba profundamente interesada en conocer con exactitud la entrada y salida de las distintas estaciones del año.
«Esto —opina la alemana— era vital para sus cosechas.»

Pero la hipótesis de María Reiche —aunque, en efecto, el Sol coincida en su caso con algunas de las rayas— no es suficiente para sostener ese cúmulo de enigmáticas y gigantescas figuras.
Para Javier Cabrera, sin embargo, el misterio dispone tiempo que está resuelto. Y lo está porque él pone del valiosísimo documento que representan 11.000 piedras grabadas por la misma Humanidad que, al parecer, construyó las pistas de la pampa.
—Si uno estudia al hombre prehistórico con el criterio convencional o tradicional de la Arqueología —añadió el investigador— jamás encontrará nada de valor...
»Con estas figuras de la pampa nazqueña sucede lo mismo. Hay que ser demasiado ingenuo o ignorante para pensar que un dibujo tan complicado podía ser obra de un hombre prehistórico. Y, ya ves, sin embargo, podemos reconocer en él valiosos elementos de física.
»Pero hay algo más que los arqueólogos no quieren comprender. Si estos dibujos fueron ejecutados hace 3.000 años por los pueblos preincaicos, ¿por qué no se han borrado todavía?
»Porque sigue vigente la infraestructura de siempre. La alemana cree que las líneas se mantienen vivas porque pasa su escoba de vez en cuando sobre ellas. Pero María Reiche llegó a Nazca hace treinta años y las líneas —según ella, incluso— tienen 3.000...»
¿Qué quería decir Javier Cabrera con la afirmación de que seguía vigente la infraestructura de las pistas y figuras de Nazca? ¿Es que si procediésemos a una sistemática excavación encontraríamos algo fantástico?

Javier Cabrera sonrió maliciosamente y prefirió dejarme con la duda. Había llegado su hora de entrada, como médico, en el Hospital Obrero de Ica.
—Ésta sí es una gran tragedia para mí —concluyó, mientras nos despedíamos a la puerta de su museo—.
Yo tengo que seguir en el Hospital, y todas esas horas que dedico a mi profesión las resto de esta urgente y trascendental investigación... Por eso estoy constantemente pidiendo que llegue hasta Ica una comisión oficial de científicos.
—Por cierto —le pregunté en el último instante— ¿sabe María Reiche que las pistas y figuras de Nazca están en las piedras grabadas de Ica?
Por supuesto que lo sabe. Por eso sus ataques son más furibundos... Pero lo importante, de cara a la opinión mundial, es aportar pruebas. Y yo las estoy mostrando...

De eso no había la menor duda. Cabrera me había dejado sin aliento después de mostrarme la más sensacional y remota colección de «pájaros mecánicos» del mundo. ¡«Pájaros mecánicos» de hace millones de años!
Algunos días después de aquella última charla, Javier Cabrera pondría ante mis ojos otras piedras que completaban el fascinante «capítulo» de la gran catástrofe y de la posterior huida del planeta por parte de algunas minorías...


CAPÍTULO 10
HUYERON A PLÉYADES

En las piedras de Ica —tal y como señalaba al principio de esta obra— se manifestó la proximidad de un apocalíptico cataclismo. Una destrucción que pudo ser muy similar a la descrita por Much, pero que —según se manifiesta en la «biblioteca» lítica— tuvo un origen y un tiempo diferentes. He aquí la explicación que sobre dicha destrucción me proporcionó Javier Cabrera Darquea frente a varios cientos de piedras relacionadas con este cataclismo:
—La Humanidad que hace millones de años poblaba el planeta tenía un elevado nivel tecnológico. Eso lo hemos visto ya en muchas de las «series» de piedras que llevo analizadas.
Esta civilización perdida en el tiempo había vencido la fuerza de la gravedad, volaba al espacio, conocía los más profundos secretos de la Astronomía, etc. Y sabía también que el planeta disponía a su alrededor de un «cinturón» electromagnético, que hoy nosotros acabamos casi de descubrir y bautizar con el nombre de «Van Allen». Ese cinturón podía ser «utilizado» para uso industrial y tecnológico y la Humanidad «gliptolítica » lo hizo. Pero, ¿cómo?

»En las piedras —en muchas de ellas— hay pirámides. Pirámides que se levantaban en la zona del ecuador terrestre. Un ecuador que no coincidía del todo con el actual. ¿Por qué estaban allí esas pirámides?
Las piedras lo "detallan".
»La civilización prehistórica que grabó estas piedras construyó dichas pirámides para captar y transformar esa energía electromagnética que rodeaba la Tierra.
—Dicha energía —una vez convertida en eléctrica— se distribuía a todos los continentes, tal y como muestran las piedras grabadas. La Humanidad prehistórica conocía también la electricidad. Sin embargo, con el paso de los siglos, el uso excesivo de esta fuente de energía iba a dar lugar a la más tremenda destrucción de que se tenga conocimiento.

»Como habrás apreciado en muchas de las piedras fabricadas —continuó Javier Cabrera— nuestro planeta tenla en aquellas épocas remotas tres Lunas o satélites naturales. Dos de ellas, posiblemente, eran menores que la que hoy conservamos.
»Pues bien, al llegarse a un consumo extremo de la citada energía electromagnética, el planeta, lentamente, fue aumentando su magnetismo natural, de tal forma que —progresivamente— fue rompiéndose el equilibrio entre las lunas más cercanas al globo y nuestro mundo.
»Pero este hecho no se produjo súbitamente. La mayor fuerza de atracción del planeta constituyó un hecho gradual y lento. Sin embargo, aquellos hombres lo descubrieron. Y comprendieron el alcance del inevitable desastre.
»Quizá pasaron siglos antes de que una o dos de aquellas Lunas —las más próximas y de menor diámetro— se acercaran tanto a la Tierra como para caer violentamente sobre nuestro mundo.

»El hecho incontrovertible es que esos astros se precipitaron un día sobre el planeta. Y provocaron la más espantosa de las destrucciones que jamás recuerde el género humano.
»Se había roto el equilibrio natural, y la civilización humana —una vez más— se autodestruyó.
»La caída del satélite o satélites hundió parte de los continentes, agrietó la corteza terrestre y desencadenó posiblemente un interminable diluvio. Pero ese diluvio no se formó de manera súbita. La Tierra — según se aprecia en las piedras— carecía entonces de polos. Y la relación tierra-agua no era la actual.

Había entonces mucha más tierra que océanos. ¿Por qué? El planeta había experimentado un largo calentamiento. Y este proceso de calentamiento, haciendo que buena parte de las aguas se evaporasen, concentrándose en la atmósfera. En aquella era, la Tierra debía presentar desde el exterior un aspecto muy similar al que hoy tiene Venus. Las nubes eran extremadamente densas cubrían casi por completo la superficie del globo.
»Aquel hecho provocaría indudablemente un diluvio universal como una consecuencia más del gran choque de los astros con nuestro mundo.


Continentes en aquella epoca, Mu y la Atlantida
»Lo que entonces era Atlántida —y que había ido derivando ya en dirección Este— hacía mucho tiempo se hundió sólo en parte. El resto quedó desplazado violentamente, formando lo que hoy conocemos por Europa y norte de África.
»Pero Mu no se hundió entonces, tal y como pretenden muchos autores. El continente había ido "viajando" también hacia el Oeste, dejando tras de sí —a todo lo largo del Pacífico— un rastro de islas y archipiélagos que hoy existen todavía en buena parte. Mu llegaría a formar Asia, tal y como ya te he explicado...

Como vemos, la diferencia respecto a las teorías de Much sobre el origen de la catástrofe es amplia. Y no lo es menos a la hora de analizar el tiempo transcurrido desde entonces.
Para Much, la caída del asteroide sobre el Atlántico pudo ocurrir hace aproximadamente 10.000 años.
«Esto explicaría —afirma el científico— el cambio de clima en gran parte de Europa y la desaparición de la capa de hielo que cubría por aquellas fechas, además de Escandinavia, Gran Bretaña e Irlanda, casi la totalidad del continente europeo. Y esto sucedió —prosigue Much— porque, al desaparecer Atlántida del centro del océano, la llamada corriente del Golfo tuvo paso franco hacia las costas de Europa. Y la cálida corriente hizo más benigno el clima».
Por otra parte Much apoya esta teoría en la existencia en el fondo del Atlántico —junto a Puerto Rico—, así corno en la América centromeridional, Georgia, Virginia y Carolina, de vastos cráteres abiertos hace 10.000 o 12.000 años por enormes meteoritos.

Por último, afirma que los citados bólidos celestes cayeron precisamente en la época en que un indescriptible seísmo formó las cataratas del Niágara y elevó los Andes hasta convertirlos en una de las más imponentes cordilleras del globo.
Difícilmente podemos fijar el proceso de desglaciación 10.000 años atrás, puesto que —según los últimos estudios, ya referidos en otro pasaje de este libro— los científicos, entre ellos Claude Lorius, fijan el comienzo del último período glacial entre 9.000 y 10.000 años atrás... Es ahora, precisamente, cuando acaba de comenzar la desglaciación.
La teoría, por tanto, del cambio de clima en Europa, como consecuencia de la «arribada» de la corriente del Golfo hasta las costas europeas no resulta demasiado lógica. Pero existen más contradicciones en las hipótesis de Much.

Esos cráteres que han sido descubiertos en el fondo del Atlántico pudieron ser provocados, en efecto, por una lluvia de grandes meteoritos. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que la Tierra, en su constante viaje por el espacio, «cruza» de vez en cuando verdaderos «ríos» o «torrentes» de asteroides que siguen un curso definido en el Universo. El planeta, al atravesar dichos «ríos» de piedras, hace que muchas de ellas caigan sobre su superficie, formando lo que en las noches estivales solemos denominar «estrellas fugaces».
Muy regularmente, cada año, la Tierra atraviesa varios de dichos «ríos». Esto fue lo que ocurrió por ejemplo, entre el 9 y el 17 de agosto de 1902, con un máximo de «estrellas fugaces» en la noche del 12 del referido mes. Aquella entrada de nuestro «buque sideral» —la Tierra— en el «cauce» de piedras que viajaban también por el Cosmos produjo un espectáculo indescriptible. Bellísimo. Como si miles de estrellas errantes cayeran a un mismo tiempo y sobre una misma zona. Los astrónomos denominaron aquellos «fuegos de artificio» con el nombre de «perseidas», puesto que las «estrellas fugaces» procedían de la constelación de Perseo. En aquella ocasión —y según cálculos de los observadores soviéticos— los meteoritos que se precipitaron sobre la atmósfera terrestre apenas si pesaban una fracción de gramo.
Pero no siempre esas «lluvias» de piedras siderales constituyeron un inofensivo espectáculo.

En tiempos remotos, otros meteoritos gigantescos cayeron sobre la superficie del mundo, abriendo cráteres, sí, de hasta 100 kilómetros de diámetro, como sucedió hace doscientos millones de años en África del Sur. En aquel violento choque con la Tierra, el asteroide hundió la costra sólida del globo e hizo brotar el magma pastoso del que los volcanes nos ofrecen algunas muestras en la lava.
Pero, aun reconociendo esta posibilidad, en relación con los cráteres existentes en el fondo del océano Atlántico, más probable parece, no obstante, que los mismos tuvieran su origen en el alzamiento de la cordillera que divide dicho océano en dos partes casi simétricas.
Por último, la cordillera andina no se levantó hace 10.000 años, tal y como afirma Kolosimo. Precisamente la «revolución de la montaña» —que daría origen a las grandes cordilleras del planeta— hay que centrarla en los comienzos de la Era Terciaria. Hace, por tanto, más de 60 millones de años...

Difícilmente en suma, podemos fijar ese formidable cataclismo 10.000 años atrás. Pero esto, además, encuentra en las piedras grabadas de Ica una prueba decisiva. En la gran «biblioteca»
no se está hablando de 10.000 años. Ni siquiera de 100.000 o de un millón.
Las «series» que aparecen grabadas en las piedras —todas unidas y vinculadas entre sí— nos remontan mucho más atrás: a las eras de los formidables reptiles voladores, de los dinosaurios, de los agnatos...
Es decir, a un tiempo que tuvo lugar hace millones de años.
Aquella Humanidad, como decía anteriormente, supo con antelación la proximidad del cataclismo que ella misma había engendrado. Y se apresuró a dejar un «mensaje», una «biblioteca», en la que se mostrara a posibles civilizaciones o Humanidades posteriores todo su conocimiento, experiencia y sabiduría. Aquella Humanidad dejó un legado, tal y como hoy están llevando a cabo ya los científicos norteamericanos, ante la posibilidad de una nueva autodestrucción termonuclear.

Hoy, esos hombres de ciencia —apoyados por el Gobierno de los Estados Unidos— están enterrando todos los conocimientos de esta Humanidad en microfilmes que encierran en tubos al vacío. Pero, ¿qué sucederá si algún día son encontrados por un nuevo hombre primitivo? Lógicamente los utilizará para encender fuego y calentarse. No comprenderá lo que aquello significa. Y posiblemente lo destruirá...
Ésa es la diferencia con este otro «mensaje», grabado en piedras, que han permanecido enterradas durante millones de años y que nunca podrían ser arrojadas al fuego para calentar a hombres primitivos
—Pero, ¿por qué precisamente en piedra? —pregunté a Javier Cabrera.
—¿Es que conoces algún material más idóneo? ¿Es que los metales podrían soportar el paso de millones de años? Sólo la piedra puede lograrlo y sólo si se encuentra, como en este caso, protegida.

Aquella palabra —«protegida»— encerraba un significado tan apasionante como estremecedor.
Días después, Javier Cabrera me explicaría su sentido real.
Ahora, nuestra conversación había entrado en otra fase no menos interesante que las anteriores. La presencia de pirámides en aquellas piedras me había desconcertado desde el principio. Examiné una y otra vez las piedras grabadas y llegué a la conclusión de que «aquello», efectivamente, eran pirámides.
Pero, entonces, ¿por qué las hemos considerado nosotros como tumbas faraónicas?

Cabrera sonrió. Y me expuso sus argumentos, en parte compartidos por otros muchos científicos del mundo:
—Una civilización como la egipcia, pongamos por caso, a pesar de su desarrollo y conocimiento de las Ciencias, carecía de los necesarios medios técnicos para mover y levantar una obra como la gran pirámide de Keops. Cálculos modernos han concretado que, sólo para trasladar la piedra hasta pie de obra, se hubieran requerido más de 600 años. ¡Y valiéndonos de nuestros medios actuales!
—Pero, ¿quién construyó entonces las pirámides?
—La Humanidad «gliptolítica». Así está grabado en las piedras que constituyen su «mensaje». Estas pirámides eran utilizadas para captar la energía electromagnética, ya lo hemos dicho...
»Lo que ocurre es que, millones de años después, los faraones, al darse cuenta de la magnificencia de esta obra, quisieron que los enterrasen en su interior. Las convirtieron en tumbas. E incluso trataron de imitar su construcción. Pero la finalidad primera, el motivo real por el que fueron construidas, no fue ése.
»La Humanidad "gliptolítica" construyó pirámides a todo lo largo del ecuador terrestre. Hoy nos quedan algunos vestigios de esa formidable obra en Egipto, América y Asia. Muchas otras resultaron destruidas por el gran cataclismo o por posteriores desastres. Y quizás algún día encontremos sus restos...


Una nueva pregunta me quemaba en los labios.
—En cierta ocasión afirmaste que no todos los seres de esta Humanidad prehistórica perecieron o quedaron en el planeta. «Una minoría —comentaste— salió de la Tierra». Pero, ¿hacia dónde?
El médico iqueño no respondió. Pero me rogó le siguiera hasta la entrada de su centro-museo.
Allí se inclinó sobre una piedra de gran tamaño y me respondió con firmeza:
—Las elites viajaron a Pléyades. Concretamente, a uno de los planetas de dicho cúmulo estelar.
Otra vez Pléyades. Pero, ¿por qué este lugar del firmamento? Me acordé entonces de una de las entrevistas anteriores. Javier había hablado de dos piedras en las que aparecían grabados unos «hemisferios» que no parecían corresponder a la Tierra.
«Son de otro mundo», había dicho el investigador.

Mi mente, no sé bien por qué, lo vinculó a esta huida de las elites hacia un extraño planeta. Y acerté. Javier Cabrera se incorporó y me señaló las dos piedras que yo había visto ya en aquella ocasión
—Marcharon allí —me respondió con la voz temblorosa por la emoción—. En ese planeta, en esos «hemisferios » desconocidos para nosotros, se aposentaron.
—Pero, ¿por qué escogieron precisamente ése?
Aguardé la respuesta con expectación. Pero Cabrera, encerrándose una vez más en sí mismo, murmuró tan sólo:
—Creo que el mundo se asustaría si lo supiera. Yo no pude conciliar el sueño en muchos días. Este hallazgo ha cambiado, incluso, mi vida... »Sólo puedo decirte por el momento que aquella Humanidad tenía ya conocimiento de la existencia de tal planeta en Pléyades... No lo eligieron porque sí».
—¿Está relacionado con esas decenas de piedras del «cuarto secreto»?
Javier Cabrera me miró fijamente y, al comprobar que me aproximaba a la realidad, se limitó a darme una palmada en la espalda, cayendo desde ese instante en un mutismo absoluto. Profundo. Casi aterrador. Tuvimos que cambiar el rumbo de la entrevista. Y regresamos a la primera piedra: a la que mostraba todo un «acoplamiento» de dos naves espaciales en pleno vuelo.

Más sereno, Javier Cabrera me explicó así el significado de aquella trascendental «ideografía»:
—Aquí ves, en efecto, dos naves, dos «pájaros mecánicos» simbólicos, que están realizando todo un «acoplamiento» espacial. Exactamente igual que nuestros astronautas.
»Uno de los "humanoides" realiza el acople...»
Así era, efectivamente. Así aparecía en aquellos grabados.
La nave principal —continuó Cabrera— es dirigida por este hombre, que ostenta la jefatura de la expedición. Él representa la energía cognoscitiva y de mando.

Uno de aquellos hombres «gliptolíticos», en efecto parecía «dirigir» al gran «pájaro mecánico». Sobre la segunda nave, otros 2 seres «obedecían» órdenes del comandante de la expedición.
—Estas naves —según mis investigaciones— llevaban en su interior todo un «cargamento» de vida. Eran las elites del planeta que abandonaban la Tierra antes de que ésta sufriera la gran catástrofe. »Para entonces, para cuando esas elites decidieron salir del globo, todo se daba ya por perdido.

—¿Y qué sucedió con los que quedaron en el planeta?
—Perecieron en su mayoría. El cataclismo sumió la Tierra en la más absoluta desolación. Es posible que los que llegaran a sobrevivir tuvieran que empezar de nuevo...
»Me inclino a pensar que el shock fue de tal calibre, de tal trascendencia, que esos pocos seres que pudieron salvarse se encontraron prácticamente "a cero". Y con la desaparición de aquel "filum" humano pudo comenzar su andadura una nueva Humanidad. Otra Humanidad que arrancaba quizá desde las cavernas...»

¿Ocurrió realmente así? ¿Desapareció por completo aquella Humanidad misteriosa? ¿Quedaron hombres «gliptolíticos» esparcidos por la Tierra? ¿Cuánto tiempo debió pasar hasta que una nueva civilización alcanzó las mismas metas de la Humanidad que acababa de ser arrasada del globo?
Quizá nunca lo sepamos. Lo cierto, lo palpable, es que el hombre «gliptolítico» quiso dejar constancia de su paso por el mundo. Y un día, por casualidad, alguien encontró todo un «mensaje». Un «mensaje» —eso sí— de «supervivencia». Y ninguna «serie» de la «biblioteca» lítica lo demuestra mejor que nada al mostrar los revolucionarios conocimientos de Medicina que había alcanzado aquella civilización.
Unos conocimientos que hacen palidecer, incluso, los de nuestros mejores cirujanos y especialistas.



CAPÍTULO 11
«TRASPLANTES» HACE MILLONES DE AÑOS

Cuando Javier Cabrera me mostró las numerosas piedras de la llamada «serie» de Medicina hubiera deseado detener el tiempo.
No sé bien cuántas veces acaricié aquellas moles de cientos de kilos. No sé bien el número de ocasiones en que mis dedos se deslizaron sobre los grabados, tratando de cerciorarme, quizá, de que no estaba en plena pesadilla.
Tenía ante mis ojos extraños «cirujanos» que «operaban» sobre seres que yacían en no menos insólitas «mesas de quirófano».
Tenía frente a mí —y en decenas de grandes piedras— las sucesivas «secuencias» hasta un vino hubiera identificado con «trasplantes» de los más diversos órganos humanos: corazón, riñón, hígado, cerebro...
Javier Cabrera se sentía orgulloso, profundamente orgulloso, con aquel hallazgo. Era posiblemente una de las «secciones» o «capítulos» más intrigantes de la gigantesca «biblioteca de piedra. Y él lo había desentrañado.

TRASPLANTE DE CEREBRO 
( Fuente de imágenes:  http://www.piedrasdeica.es/)

Incisión

Extirpación

Extracción

Cerebro extraído

Regeneración encefálica


Cerebro donante y receptor


Conexiones nerviosas

Observación con lente

Fase final


Cauterización


Sutura

Sutura

Honradamente, era demasiado para mí. Llevaba sobre las espaldas de mi mente demasiadas emociones, demasiados sobresaltos, demasiadas sorpresas. Y aquella parte de la «biblioteca» terminó por derrumbarme... Me negué en redondo durante muchas horas a aceptar lo que jamás creí que pudiera ver o escuchar. Me negué casi instintivamente. Sin embargo, conforme Javier Cabrera me fue detallando los pormenores de aquella «serie» de piedras, la realidad se fue imponiendo. Una realidad aplastante. Con todo lujo de detalles.
Desconcertante.

El investigador de Ica había procurado separar cada una de aquellas «operaciones» o temas médicos en distintos ángulos de su centro-museo. La operación, indudablemente, había sido ardua, puesto que muchas de las rocas alcanzaban con facilidad los 100 y 150 kilos. Pero la idea del profesor facilitaba extraordinariamente la comprensión de cada «trasplante», cuyas partes o pasos más importantes habían sido grabados en piedras distintas, como si se tratara de «secuencias» de una misma «escena».
De esta forma pude contar hasta catorce piedras relacionadas con el «trasplante» de corazón: más de diez con el de cerebro; otras tantas para los de riñón, etc.
Aquello era casi alucinante. Si los primeros «trasplantes» que llevó a cabo nuestra civilización los practicó el cirujano sudafricano Barnard, en 1967, ¿que explicación podíamos darle a unas piedra grabadas — encontradas hacia 1962— y en las que, precisamente, se detalla todo un «trasplante» de corazón?
Pero no un «trasplante» como el que, durante mucho tiempo, practicó el famoso cirujano. No. En las piedras de la «biblioteca» de Ica se trasplantaba el corazón de forma íntegra. Barnard, en sus primeros intentos, se limitó tan sólo a trasplantar parte del corazón humano. Pero en las piedras grabadas no ocurre así. Aquellos «cirujanos» de enormes cráneos y sus «ayudantes» manejaban corazones completos...

Allí, indudablemente, había mucho que aprender. Javier Cabrera me lo iba a ratificar a los pocos minutos, cuando comenzó a describirme las distintas fases seguidas por el hombre «gliptolítico» en dicha operación de «trasplante» de corazón.
—En la primera piedra de esta «serie» dedicada a la operación de cambio de un corazón enfermo por otro sano, puedes ver cómo el «cirujano» que dirige el «trasplante» —y que se distingue del resto de los médicos ayudantes por su «sombrero»— comienza por palpar el pecho donde se encuentra el corazón que va a extraer.
Este «paciente» era sin duda el «donante», tal y como nosotros lo llamamos hoy. Al otro lado de la piedra se encuentra el «receptor»...

Aquello no podía estar más claro.
—...Pues bien, en síntesis, puesto que el estudio de esta operación nos llevaría horas, lo que se estaba preparando era el paso de un corazón sano al cuerpo de otro individuo cuyo órgano motor se encontraba dañado. En esa misma piedra puedes observar cómo uno de los «ayudantes» prepara junto a la «mesa de operaciones» todo un instrumental quirúrgico.
En la piedra en cuestión podían apreciarse numerosos detalles que uno no podía por menos que relacionar con los clásicos aparatos que se utilizan siempre en los más modernos quirófanos.
En otra de las piedras —y como continuación de la primera—, el cirujano» abre el pecho del «donante» saca el corazón, unido todavía al organismo a través de la vena aorta. Para abrir el pecho del hombre, aquel «médico» prehistórico había utilizado un instrumento de apariencia cortante y que cualquiera relacionaría automáticamente con nuestros modernos bisturíes.
—El «instrumental» —apunté a Javier Cabrera— parece, sin embargo, muy rudimentario. ¿Cómo podían verificar semejantes operaciones con estos «cuchillos» tan burdos?
—No eran «cuchillos burdos» como tú crees. No olvides que todas estas piedras representan «ideografías». Esto no significa que aquellos cirujanos practicasen tan complejas operaciones con este «instrumental» tan aparentemente primitivo. Se trata de mostrar la esencia de lo que habían logrado. Y la forma más elemental de transmitirlo, con la seguridad de que otros seres pudieran entenderlo, es así, a través de las «ideografías» o símbolos. Si ellos hubieran grabado en las piedras el verdadero aspecto de sus «quirófanos», «telescopios», etc., quizá no lo hubiéramos comprendido.
»¿Qué hemos hecho nosotros con la placa o "mensaje" que viaja en estos momentos a bordo de la sondaespacial Pioneer X? Nuestra civilización ha grabado allí las figuras de un hombre y de una mujer, ¡desnudos!

Tal y como somos. No se les ha ocurrido a los científicos de la NASA grabar un hombre vestido con corbata y llevando un paraguas en la mano. ¿Es que si otra civilización extraterrestre encontrara un grabado semejante habría sabido que aquello era una simple prenda para vestir o un objeto para protegerse de la lluvia?
Lógicamente, no. Esa Humanidad —a poco que fuera inteligente— los hubiera vinculado necesariamente a la propia forma o estructura de esos seres que enviaban la sonda espacial.
Lo mismo sucede con estas piedras.
Javier Cabrera prosiguió su explicación sobre el fantástico «trasplante» de corazón:
—Una vez que el corazón ha sido extraído totalmente, como ves en esta otra piedra, el «cirujano» procede a su limpieza y adecuación para su inmediata entrada en el tórax del «receptor», que espera sobre otra mesa de operaciones en ese otro ángulo de la piedra.

El investigador se acercó a una nueva y enorme piedra grabada y, poniendo sus manos sobre la «ideografía », continuó:
—Y ésta, querido amigo español, es posiblemente una de las «lecciones» maestras de esta «biblioteca». ¿Qué es lo que ves en este grabado?
Centré mi atención y respondí que aquel nuevo ser que entraba en escena parecía una mujer...
—Efectivamente —prosiguió el científico peruano—. Una mujer embarazada a la que se está extrayendo sangre. Observé con más atención el grabado y descubrí a otro «cirujano» que sujetaba una especie de bomba con la que se aspiraba la sangre de aquella embarazada. La muñeca de la mujer parecía vendada y una fina aguja clavada en la vena radial permitía el paso de la sangre desde el cuerpo de la «donante» hasta la citada bomba. La sangre —eso estaba claro como la luz era aspirada y almacenada en otro recipiente.
—Mas, ¿para qué? ¿Qué papel desempeña esta de «trasplante» de corazón?
—Vital. «Transfusión» de sangre en medio de una operación. Esta Humanidad había descubierto la solución contra el «rechazo». Hoy sabemos que los «trasplantes» de órganos tropiezan siempre con un «fantasma» para el que la Medicina moderna no ha encontrado todavía solución: el rechazo de los cuerpos extraños por parte del «receptor». Colocar un corazón o un riñón o un hígado o un cerebro en otro cuerpo significa la introducción de un elemento extraño en ese organismo. Y el órgano en cuestión termina siempre por ser rechazado.

Corazon gliptolitico
»Pues bien, el hombre "gliptolítico" había remontado ese obstáculo. Aquí tienes la prueba...»
Me incliné sobre la piedra donde se mostraba la referida «transfusión» de sangre, pero, por más vueltas que le di, no terminaba de comprenderlo.
Javier Cabrera continuó su apasionante relato:
—La Humanidad que dejó este «mensaje» —un legado en el que rezuma la llamada a la «supervivencia»— había descubierto lo que pudiéramos calificar como «hormona antirrechazo». Y había logrado aislarla en la sangre de la mujer embarazada.
»Si examinamos con serenidad el asunto, observaremos que, en efecto, la embarazada es el único ser humano que no sólo no rechaza un cuerpo extraño, sino que lo asimila y lo hace suyo. El "espermatozoide" masculino constituye un elemento extraño para la mujer. Y, sin embargo, es recibido y crece en su interior. En buena lógica debería terminar por ser igualmente rechazado, tal y como ocurre con cualquier otro órgano que se "trasplanta".
»Pero, ¿por qué no sucede así? Porque la Naturaleza —que es tremendamente sabia— ha proporcionado a la sangre de la mujer una hormona que evita ese rechazo.
»Y eso lo supieron los seres de la Humanidad prehistórica que nos dejó este maravilloso "mensaje”.
»Por eso en cada "trasplante" proporcionaban al "receptor" del órgano sangre de una mujer que se encontraba entre el tercero y quinto mes de gestación. Eso impedía que el órgano extraño fuera rechazado con el paso del tiempo.
»Nosotros —ya ves tú—, ni siquiera hemos desarrollado esta técnica. Y los cirujanos del mundo entero luchan denodadamente por encontrar esa solución contra el gran "fantasma" de la Medicina moderna.
»¿Comprendes, una vez más, por qué solicito a gritos que una comisión de expertos del mundo entero venga a estudiar esta "biblioteca"?»

Al regresar a España me encontré con una buena sorpresa. Un biólogo de la Universidad de la Sorbona, el profesor Bohn, había lanzado ya en 1944 una tesis que produjo hilaridad entre los medios científicos de la época, pasando después al más absoluto olvido. El citado profesor había presentado una tesis según la cual, al principio de la gestación, el organismo de la mujer tiene tendencia a rechazar el cuerpo extraño en el que la mitad de los genes provienen del padre.
Dicha tesis del profesor Bohn fue confirmada de forma terminante y clara por los trabajos del Instituto Pasteur. Los profesores Francois Jacob y Robert Fauve llegaron a descubrir que existían mecanismos comunes que permitían al mismo tiempo la implantación del huevo fecundado en el útero, la tolerancia por la madre del gen extraño que es su hijo y la resistencia de las células cancerosas a las defensas naturales del organismo.
Sin embargo —insistí—, ¿cómo sabes que se trata de una mujer embarazada? Podría tratarse de una simple transfusión, realizada sobre el cuerpo de una Mujer.
—No. ¿Por qué digo y sostengo que se trata de una embarazada? ¿Porque su vientre presenta los síntomas típicos del embarazo? No, en absoluto. Mira bien. Aquí se ve el esófago, el estómago, el duodeno, el intestino delgado, etc. Se ven también los pezones turgentes y los senos hipertrofiados. El diagnóstico del embarazo no lo hago porque esta mujer presente una figura más o menos gruesa. Todos los médicos saben que una mujer puede estar embarazada y, no obstante, presentar un vientre más o menos abultado.

»Lo que en verdad caracteriza el estado de gestación son los pezones y la glándula mamaria hipertrofiada. Por eso digo que está embarazada.
»Recuerdo que los que me atacan preguntaron en el poblado de Ocucaje a la campesina que asegura haber grabado estas piedras "si ella, en efecto, era la autora de esta ideografía". ¿Sabes qué respondió, la pobre "cholita"?
»—"Sí —dijo—, ésa fue una piedra en la que la señora me ‘salió’ un poco gorda"».
Ni Javier Cabrera ni yo hicimos comentario alguno.
—¿Es que una «lección» tan profunda como ésta —continuó el investigador— puede ser obra de alguien que ni siquiera sabe leer ni escribir? ¡Por Dios, señores...!
»Si examinamos la sangre de una mujer embarazada —insisto—, podríamos llegar a descubrir esa "hormona antirrechazo".


Cabrera hizo una pausa y me dejó asimilar lo que, ahora, parecía lógico y natural ante mi mente.
Después, prosiguió con las piedras del «trasplante» de corazón:
—En este otro «gliptolito» vemos precisamente cómo la sangre de esa mujer embarazada es inyectada ya en el «receptor». Mediante una aguja, la sangre que en otra piedras había sido preelevada, era ahora trasvasada hasta el «receptor» a través de una de las venas de su muñeca.
Sentí escalofríos.
Sobre el corazón del «enfermo», el hombre que grabó esta piedra señaló, incluso, la zona afectada por el mal.
Un pequeño círculo, efectivamente, resaltaba con una especie de rayado dentro del corazón.
—¿Y cuál era el problema de dicho corazón?
—En este caso, miocarditis.
Cabrera me señaló una nueva piedra. Y prosiguió:
—En ésta, el corazón del «donante» es irrigado constantemente por la sangre de la mujer embarazada...
»Aquí, en este nuevo gliptolito —manifestó, indicando otra enorme piedra grabada que se encontraba junto a las anteriores—, el "cirujano" procede a la abertura de la caja torácica del enfermo. Todo está a punto para el "trasplante" del órgano.
»Procede, como ves, a la extracción del corazón dañado, juntamente con la totalidad de sus vasos arteriovenosos al completo, mientras otro "cirujano" sostiene en sus manos —siempre provistas de "guantes"— el segundo corazón, el del "donante".
Cabrera había vuelto a pasar a otras nuevas piedras. La «escena» proseguía con todo lujo de detalles.

El segundo corazón, efectivamente, esperaba en las manos de otro «médico», mientras un complejo sistema de tubos y aparatos lo mantenía constantemente irrigado.
La emoción iba subiendo por segundos en mi pobre corazón, que saltaba violenta y aceleradamente dentro de mi cuerpo.
Nueva piedra: el corazón es introducido en el tórax del «receptor», siempre irrigado con la sangre que contiene la «hormona antirrechazo», extraída de la mujer embarazada.
»Los "cirujanos" colocan el nuevo órgano en su lugar y, por último, en esta nueva "ideografía", el médico procede a "coser" y cerrar la pared torácica y abdominal. El "trasplante" ha concluido.
»Otro "ayudante" procede a introducir en la boca del "paciente" el oxígeno necesario.
»En aquella piedra, uno de los "cirujanos" "escucha" los latidos del nuevo corazón.

Di un salto. ¡Aquello era «algo» similar a nuestros estetoscopios! Cabrera sonrió cuando observó mi sorpresa.
—Esa piedra pertenece a lo que nosotros llamaríamos «cuidados postoperatorios». El médico está controlando el buen funcionamiento del órgano recién «trasplantado»...
Por último, y como final de aquella «operación prehistórica», otro de los «cirujanos», de gran cráneo e insólita figura, procedía a desenganchar todos los sistemas que habían ayudado a la realización del «trasplante».
—La «operación» —concluyó Cabrera— había sido un éxito.
Estaba desconcertado. Y creo que mi reacción era del todo lógica y normal. Costaba lo suyo aceptar que una civilización prehistórica —a las que siempre hemos considerado como primitivas e incultas— hubiera podido alcanzar semejante nivel científico y tecnológico.
Quizá influido por este fuerte shock no presté demasiada importancia a los «trasplantes» de riñón, de hígado o pulmón que también observé fugazmente ente las numerosas piedras.


Envuelto ya por completo en aquel torbellino de emociones, Cabrera me condujo hasta otro de los extremos de la gran nave donde se amontonaban miles de piedras y me señaló varias, alineadas sobre una de las estanterías de madera.
¡Eran órganos humanos perfectamente detallados! Corazones, riñones, pulmones, etc.
—Sin un profundo conocimiento de la anatomía, estas piedras no podrían haber sido grabadas —comentó.
Antes de que hubiera podido recrearme con aquel fantástico espectáculo, Javier me indicó otras grandes piedras que se alineaban en el suelo de la sala. Por un instante creí que me encontraba ante otra operación de «trasplante». Pero el investigador me rogó que no me precipitara, que observara con más atención.

Unos segundos más tarde levanté la vista hacia el médico peruano y murmuré con toda la extrañeza de que era capaz:
—Esto parece un parto...
—No —corrigió Cabrera—, se trata de una cesárea...
Quedé en silencio. Anonadado. Allí, a mis pies, tenía un completo «cuadro médico» en el que se mostraba el sistema de extracción de un niño, mediante el proceso conocido hoy como cesárea.
Uno de los médicos sacaba al bebé por los pies, mientras, con una especie de largo tubo, lo mantenía conectado con su propia boca...
De esta forma —puntualizó Cabrera— el «cirujano» practicaba una especie de respiración «boca a boca» con el pequeño. Y evitaba que pudiera fallecer durante la operación.
En algunas de aquellas piedras dedicadas a las «cesáreas», el investigador me mostró detalles que señalaban, incluso, si el niño iba a nacer vivo o muerto. De acuerdo con parte de aquella «clave» que Cabrera no quería revelar aún, podía saberse si el bebé se encontraba con vida en el momento de practicar la cesárea a la madre.

Un determinado símbolo, situado generalmente al pie de la grabación, señalaba con precisión la edad exacta del pequeño. En algunas de las piedras, por ejemplo, Cabrera contó el número de «triángulos» o «placas» que aparecían en dicho símbolo, confirmando si el bebé estaba vivo o muerto.
—En este caso, por ejemplo, el bebé será extraído sin vida. La «clave» manifiesta que ha permanecido más de once meses en el vientre de la madre.
»Por otra parte, además, esta afirmación viene corroborada con el signo inequívoco que expresa "vida" o "muerte": la "hoja".
Y allí estaba, efectivamente, la aludida «hoja», colocada en la posición que —según la «clave» descubierta por el investigador— indicaba «vida» o «muerte»...
En otras piedras contiguas, el hombre «gliptolítico» había grabado «partos» completos. En algunos de ellos, la mujer era «anestesiada» mediante sistemas de acupuntura.

En otra piedra negra y redonda como un balón de fútbol, Cabrera me mostró una nueva e insólita «operación ». Otro «cirujano» con un «sombrero» de varias puntas —símbolo de su profesión e, incluso, de su grado y competencia dentro de dicha profesión— «operaba» sobre un gran corazón similar a los anteriores.
La diferencia, esta vez, estaba en que dicho corazón había sido aislado del cuerpo al que perteneció y era sometido a algún proceso de «reparación», que todavía no había sido descifrado por Javier Cabrera.

Muchas de las piedras —comentó con desaliento— están esparcidas por el país y por el resto del mundo. Como sabes, todas forman parte de «series» que completan el conocimiento que —sobre ese tema concreto— quiso legarnos la Humanidad «gliptolítica». Por desgracia, muchas de estas «series» jamás podrán ser completadas. Y éste es el caso de esta piedra en la que uno de los «cirujanos» trabaja sobre la mencionada víscera cardíaca.
¿Qué pretendió decirnos con ella la Humanidad prehistórica?
Aquel hecho —comprobado por mí en numerosas ocasiones, especialmente cuando visité el poblado de Ocucaje—, producía un agudo desaliento en el investigador. ¿Cuántos miles de piedras grabadas, cuántas y trascendentales «series», se habían perdido ya...?
Aquella piedra, la única de su «serie» que había sido recuperada por el investigador peruano, era como un permanente grito de alerta para el profesor. Aquello significaba un constante aliciente para seguir en la lucha y en la búsqueda de nuevas piedras.

Precisamente aquella tenacidad de Javier Cabrera había hecho posible que entre sus 11.000 piedras grabadas se encontrase una de las «series» más audaces sin duda de la «biblioteca».
Creo recordar que pude contar más de 18 piedras dedicadas a la operación de «trasplante» de cerebro.
Ni la más avanzada cirugía actual hubiera podido lañar aquella perfecta y sistemática intervención, en que el cerebro de un hombre era sustituido por el de otro.
Al ver las piedras de dicho «trasplante» me vinieron a la memoria otras grabaciones que había tenido oportunidad de contemplar en algunas de las piedras que integran la pequeña pero también interesante colección de mi amigo Tito Aisa, en Lima.
Y noté una clara variante. Mientras en unas piedras se practicaba el «trasplante» con el «receptor y «donante» colocados «boca abajo» sobre la mesa de operaciones, en otras, en cambio, aquella postura variaba.
Y los «pacientes» habían sido grabados «boca arriba» sobre las mismas mesas del «quirófano».
¿A qué podía obedecer esta diferencia en la posición de los «receptores» y «donantes»?
Sin saberlo había formulado una pregunta esencial. Una pregunta que iba a abrirme otro fascinante
horizonte.
—Cuando el «paciente» se encuentra boca arriba sobre la mesa de operaciones —comenzó a explicar Cabrera— eso indica que la «serie» nos está mostrando un «trasplante» de claves cognoscitivas. En el caso contrario, la operación corresponde a un cambio de la totalidad del cerebro.

Me quedé aterrado. Cabrera —yo no sé si por la fuerza de la costumbre o por los muchos años que lleva ya investigando estos «documentos» en piedra— había pronunciado aquellas frases con la más absoluta de las normalidades.
—¿«Trasplante» de claves cognoscitivas? Pero, ¿sabes lo que eso significa?
—Desde luego que sí.
Pero eso no podría ser —subrayé—. Sería como hacer «vivir» a dos individuos en un solo cuerpo...—. Me negué a aceptar aquello. Pero Javier Cabrera insistió:
—Sí, así sucedería si tratáramos de aplicar este «trasplante» a los individuos que forman nuestra Humanidad, pero no ocurriría lo mismo con los hombres "gliptolíticos” .
No entendía a dónde quería ir a parar el investigador —Aquella Humanidad podía efectuar el cambio de claves cognoscitivas porque todos los seres eran iguales entre sí. Ésa era otra de las grandes diferencias con nuestra civilización. Nosotros somos distintos.
Cada hombre constituye un mundo. Y no entendemos que pueda haber existido una Humanidad donde todos los seres sean idénticos entre sí. Pero esto lo he podido descifrar a lo largo de estos muchos años de estudio de la «biblioteca».
»Las claves cognoscitivas pasaban desde el cerebro de un hombre al de otro, y eso no representaba choque o contraposición de personalidades. Era del todo imposible, puesto que ningún ser era distinto a otro. Muy al contrario, las mentes experimentaban una suma de conocimientos o una "multiplicación" cognoscitiva. Porque el "trasvase" de claves podía verificarse en número ilimitado. Es decir, en un solo cerebro podían ser encajados los conocimientos de otros hombres.

»El hombre "gliptolítico" —tal y como se desprende a todo lo largo del estudio de la "biblioteca" lítica—no era personal. No existía el actual concepto de propiedad. No estaba sujeto al egoísmo. Su finalidad era única: el conocimiento.
»Pero, cada vez que estudiaba esta "serie" de piedras terminaba por hacerme la misma pregunta:
»"¿Dónde va a parar el cuerpo, una vez concluido el trasplante de cerebro o de claves cognoscitivas? No lograba averiguarlo. No figuraba por ninguna parte el símbolo de la muerte o destrucción para aquel cuerpo que constituía el "donante" del cerebro...
»Hasta que un día logré descifrarlo. La Humanidad prehistórica que dejó este "mensaje" había logrado también la técnica de la conservación de los cuerpos. ¿Qué representaba esto? »Algo inconmensurable. »Al poder mantener con vida esos cuerpos, las distintas claves cognoscitivas que habían sido multiplicadas o fundidas en un único cerebro podían seguir viviendo ininterrumpidamente. »Bastaba con volverlas a "trasplantar" a cada uno de estos cuerpos, conforme el anterior —el que le servía de soporte— se iba degradando con el paso del tiempo.
»De esta forma no se perdía el conocimiento. Al contrario, era sostenido y enriquecido sin cesar.
»Hoy sabemos ya, por ejemplo, que un individuo es lo que es precisamente su clave de conocimiento. Y eso existe físicamente. Es algo real. Cada uno de nosotros podría ser reducido en la actualidad a nuestra clave genética o de conocimiento. Sería nuestro conocimiento "transformado" en materia.
»Esa "clave" ha sido expresada por nuestros científicos en ácidos nucleicos.
»Pues bien, eso era lo que el hombre "gliptolítico" derivaba de un cerebro a otro, multiplicando e incrementando el poder mental».

Resultaba difícil de comprender. Sin embargo, los más avanzados especialistas en genética —entre ellos el profesor Severo Ochoa— han demostrado que dicha clave de conocimiento es visible, incluso, al microscopio.
Cuando un niño nace, por ejemplo, su cerebro comienza a crecer. ¿Qué ocurre entonces? Simplemente, que la neurona empieza a asimilar materia. Una materia que, a su vez, servirá para «inscribir» en el sistema nervioso cada una de las vivencias que experimente. Y eso tiene un nombre: proteínas. La celulosa nerviosa, por tanto, «inscribe» en un código proteínico lo que realmente es el individuo.
Javier Cabrera añadió:
—Si logramos aislar todo ese sistema proteínico que es y representa el conocimiento de un individuo y los «trasplantamos» al cerebro de otro hombre, éste lo asimilará, incrementando así su poder cognoscitivo.
»Y eso fue lo que hizo el hombre "gliptolítico". Pero esto, insisto, no podría ser efectuado en la actualidad.

Nuestra Humanidad es básicamente distinta de aquélla.
»En los hombres que dejaron grabadas las piedras no existía esa posibilidad de choque de dos o más personalidades. Eran mentes cuyo único objetivo era el conocimiento. No estaban orientadas a la ejecución, tal y como sucede con nosotros. No eran matemáticos.
»Quizá la finalidad de nuestro "filum" esté precisamente ahí. Y ya parece que tendemos a una progresiva despersonalización, a un dominio del grupo y de la sociedad sobre el líder o el individualismo. Quizá nuestro "filum" esté llegando a una última fase, donde la vinculación con aquella Humanidad y con todas las que han podido poblar el planeta sea evidente y obligada. Quizá nuestra Humanidad esté cerca de su auténtica "realización".

»Hay algo, sin embargo, que esta Humanidad nuestra no ha conseguido. Algo que era esencial para la civilización "gliptolítica": el respeto a la Vida, por encima de cualquier otra cosa. Este "mensaje" es un mensaje" de supervivencia. En cada piedra, en cada “serie” el hombre de entonces nos grita que amemos la Vida, que la conservemos. Y se nota, incluso, hasta en los más nimios detalles de la "biblioteca".
»En cada una de estas operaciones de "trasplante" por ejemplo, el individuo que aparece tumbado sobre la mesa del quirófano era sometido a un complejo sistema que controlaba hasta sus últimas funciones biológicas».
Javier Cabrera me mostró las zonas de contacto de la nariz, boca, corazón, sistema nervioso, circulación sanguínea, etc., del enfermo con la mencionada «mesa» de operaciones. En cada uno de aquellos puntos había grabado un rayado que Cabrera identificó como «sistemas de controles electrónicos» de cada una de estas funciones vitales.
—Cualquiera que vea o examine estas «mesas de operaciones» no observará en ellas nada de particular.
Quizá, incluso, las considere primitivas y burdas. Pero no es así. Estas «mesas» nos están revelando todo un proceso de vigilancia en el enfermo. No sólo se le está practicando un «trasplante» de cerebro, sino que, al mismo tiempo, se controlan todas sus funciones vitales: respiración, alimentación, sistema neurovegetativo, corazón, etc.
»Es decir, el hombre no entraba en el quirófano, como puede parecer aquí, de una forma tosca, sin cuidados.
Nada de eso.
»No podía haber parálisis respiratoria ni cardíaca... Todo era controlado.
»¿Ocurre hoy lo mismo? No. En la mayor parte de los casos, nuestros pacientes son operados sin ese necesario y absoluto control de sus funciones biológicas. Y el enfermo puede morir en plena operación. Pero, ¿por qué? Porque nuestra Humanidad no ha aprendido a respetar la Vida. Porque no le hemos dado valor . »Sí lo hemos hecho, en cambio, con un cohete que viaja a la Luna. Todo en él está controlado y supervisado. No escapa un solo detalle.


»¿Crees que si el hombre actual hubiera otorgado a la vida toda la atención que merece, habría un solo ser humano que pereciera de hambre?
»Para nuestro "filum" es más trascendental el poder. Y la muerte ha ocupado el lugar que corresponde a la Vida...
»¿Comprendes ahora por qué deseo que los científicos del mundo entero conozcan esta "biblioteca"?
¿Comprendes por qué deseo que este descubrimiento se propague a los cuatro vientos?
—¿Es que consideras que a esta Humanidad puede interesarle dejar lo que sabe y posee para acercarse a este descubrimiento y aprender de él?
—Quizá mi confianza esté puesta en la juventud. Sólo aquellos cuya mente no está intoxicada o bloqueada por los prejuicios pueden entender el alcance de este «mensaje». Hoy resulta ridículo y absurdo considerarse en posesión absoluta de la Verdad.

Antes de cerrar este capítulo dedicado a la Medicina en la gran «biblioteca» lítica del desierto peruano, creo que convendría hacer mención también del propio aspecto morfológico que presentaba aquel sin fin de figuras de apariencia humana grabadas en las rocas. Su aspecto físico me había llamado la atención desde un principio. Resultaba realmente curioso observar cómo la totalidad de los hombres y mujeres grabados en las piedras eran idénticos entre sí. Sin embargo, la diferencia con el hombre de nuestra humanidad era evidente. E interrogué a Cabrera sobre ello.
—Si se trataba de una raza autóctona del planeta, como pienso, ¿por qué tenía que ser necesariamente igual al hombre del siglo XX de nuestra era? Quiera el hombre de Neandertal o de Cro-Magnon con sus 150.000 y 40.000 años, respectivamente, son iguales a nosotros. ¿Qué podíamos esperar entonces una Humanidad que vivió hace tantos millones de años? ¿Es que los «moais» de la isla de Pascua son iguales a los hombres de nuestro tiempo? Ni siquiera los habitantes actuales de dicha isla se asemejan a los seres representados en tales estatuas.
»A través de mis estudios he podido deducir que el hombre "gliptolítico" poseía un tremendo cráneo, índice inequívoco de su alto nivel mental. Nosotros, a su lado, seríamos microcéfalos.
»Por otro lado, sus brazos eran extremadamente largos y carecían —tal y como se aprecia en casi todas las piedras— de pulgares. Sus manos disponían de cinco, cuatro o tres dedos largos, pero siempre sin dedo pulgar.
—»En el manto de Paracas —me recordó Javier Cabrera—, aquella civilización explicó el porqué de esta anomalía.

»Recuerdo que en cierta ocasión —y conversando sobre este tema con médicos compañeros míos en el Hospital Obrero de Ica—, me exponían la tremenda dificultad que tiene que suponer para un ser humano carecer del dedo pulgar. Ellos hacían hincapié en la absoluta necesidad de la oponibilidad, a fin de poder utilizar libremente la mano.
»Sin embargo, poco tiempo después de esta discusión tuve la gran fortuna de poder demostrarles que estaban equivocados.
»Un día llegó hasta mi consulta en el Hospital una "cholita" muy joven que tenía cierta dolencia, constantemente con gran timidez, ocultaba constantemente sus manos a las miradas de los que la rodeábamos y le pregunté por qué. La "cholita" se resistía y, al tomar sus manos entre las mías, observé con gran sorpresa que sólo tenía tres dedos largos en cada mano
»Comprendí al instante que mis deducciones respecto a la Humanidad de las piedras tenían, incluso, una base real y demostrable hoy día. Así que pedí inmediatamente tijeras, aguja e hilo y rogué a la joven india que me cortara las uñas y cosiera un botón.
»Y ante los atónitos ojos de médicos y enfermeras, aquella "cholita" llevó a cabo la tarea con tanta rapidez como precisión.

»Quedaba demostrado, pues, que el dedo pulgar no es absolutamente necesario para un normal desenvolvimiento de las manos».
Javier Cabrera, satisfecho por esta ratificación de sus investigaciones en relación con los hombres «gliptolíticos », mandó sacar fotografías de las manos de la joven, así como de las diversas operaciones que podía llevar a cabo.
Yo mismo pude ver dichas diapositivas.
—¿Y por qué aquella civilización tenía unas manos tan extrañas?
—El hombre constituye uno de los grupos de mamíferos que ha experimentado mayores cambios en sus extremidades superiores. Y cien millones de años son muchos años...
Javier prosiguió su explicación sobre las características físicas de estos seres.
Las piernas, al contrario que los brazos, eran cortas. Y el tórax y abdomen, más bien globulosos.
»Su altura media no creo que fuera superior a un metro quince o un metro veinte centímetros. Hoy los hubiéramos calificado como "humanoides".
«¿Humanoides?», pensé. Cabrera había expuesto claramente que no compartía el criterio de que aquella civilización supertecnificada y extraña hubiera llegado del exterior.
Sin embargo, las preguntas en torno a este apasionante punto comenzaron a bullir en mi cerebro. Si habían logrado huir del planeta antes de su destrucción, ¿podían haber retornado millones de años después? ¿Qué relación podían tener los actuales OVNIS con esta Humanidad desaparecida del globo?
Éstas y otras muchas interrogantes, sencillamente fascinantes, iban a plantearse en una cena que nunca olvidaré y que iba a tener lugar aquella noche en el tranquilo jardín de la casa de Javier Cabrera.



Don Javier Cabrera Darquea, Las Piedras de Ica
Fuente del video Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=j1_qsVoH-D8

Para mas información sobre las Piedras de Ica, consultar en la web: http://www.piedrasdeica.es/





Las Piedras de Ica (Dr. Fernando Jimenez del Oso)