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sábado, 15 de febrero de 2014

El Jefe extraterrestre tenía barba poblada y largos cabellos pelirrojos. Sus ojos eran redondos y el iris verde: Bebedouro, Brasil.

El Jefe extraterrestre tenía barba poblada y largos cabellos pelirrojos. Sus ojos eran redondos y el iris verde: Bebedouro, Brasil.



En esta ocasión he traído los acontecimientos que le toco vivir a Jose Antonio da Silva en un lugar conocido como Bebedouro (abrevadero, en español) situado en el estado de Minas Gerais. El relato lo he extraído del libro Secuestrados por extraterrestres, de Antonio Ribera y en él se detalla como Jose Antonio da Silva, yendo a lo largo del rio das Velhas (río de las Viejas) con intención de pescar y una vez llegó hasta una laguna, tres extraterrestres de pequeña estatura (1,20 m. aproximadamente)  lanzaron un rayo inmovilizante a sus piernas, trasladándolo a continuación hasta su pequeña nave. Ya en su interior, colocaron a Jose Antonio un casco a la vez que los sujetaban a un asiento mediante unas extrañas correas; despegando la nave hacia lo que podríamos denominar como una nave nodriza.


 Los acontecimientos que allí sucedieron están perfectamente explicados en el libro de Antonio Ribera y a mí, personalmente, me llamó  la atención la fisonomía de aquellos extraterrestres, que no se correspondían exactamente con lo que habitualmente tenemos asociado a ese tipo de seres, es decir,  bajitos, macrocéfalos y de grandes ojos oscuros: En el caso del secuestro del brasileño Jose Antonio da Silva (soldado de profesión) los secuestradores extraterrestres presentaban características ciertamente humanas aunque con una pilosidad más abundante que la propiamente humana; algo así como si constituyeran un “eslabón diferente” a nuestra especie, los homo sapiens-sapiens; entendiéndose por tanto, que dichos seres en su mundo de origen habrían sufrido una evolución diferenciada, posiblemente propiciada por unas condiciones ambientales parecidas, pero no iguales, a las terrestres.

Rio das Velhas
Y si tenemos en cuenta que hasta la fecha de hoy se han contabilizado hasta 70 razas extraterrestres que visitan la Tierra, debe entenderse lógicamente que no todas vienen con las mismas intenciones y como es el caso concreto de Bebedoruro, los propósitos de los pequeños y velludos extraterrestres parecían obedecer al estudio científico del planeta azul, de sus ciudades y habitantes, ecología y tecnología. Al parecer no era una raza especialmente evolucionada, en lo que pudiéramos entenderlo desde nuestra perspectiva mental si lo comparamos con otras que ya se han manifestado más desarrolladas: Aquellos pequeños seres no dominaban la comunicación telepática y tuvieron verdaderas dificultades para hablar con Jose Antonio da Silva ya que a primera vista desconocían el idioma portugués brasileño. Finalmente, “el jefe extraterrestre” insistió mediante ideogramas reflejados en una especie de pizarra, pudiendo transmitirle ciertos deseos que les gustaría realizara el joven soldado.

Jose Antonio da Silva
 Es lógico pensar que un denominador común en las razas extraterrestres sea la pura investigación científica, bien estudiando el Universo en su totalidad o de otro modo, analizando las diferentes partes que lo componen, tales como los seres vivientes de otros mundos diferentes a los suyos. Pero… ¿Por qué esa búsqueda científica? Pues lógicamente, porque todos, absolutamente todos los seres vivos evolucionados intentan hallar una explicación a este gran misterio de la vida. Es por ello que en cualquier rincón de esta Galaxia, y de muchas otras, cualquiera de todos ellos contemplaran la Creación con fascinación, hecho que les llevara a plantearse esos mismos interrogantes que nosotros nos hacemos ahora en este planeta al observar el cosmos en su magnitud: ¿Qué ha ocurrido durante esta inmensidad de tiempo para que yo, ahora, pueda admirar la magnificencia del Universo, de la Creación misma? Y… ¿Cuál es el lugar que ocupo ahora mismo, en este instante, respecto a ese Creador omnipotente, omnisciente y omnipresente? Ciertamente entonces, esas civilizaciones extraterrestres millones de años más evolucionadas y capaces de viajar desde una estrella a otra, buscaran como es lógico una comprensión mayor, una explicación a esos interrogantes de la propia existencia. (En la Tierra, a la rama filosófica que engloba todas estas preguntas existenciales se le conoce como metafísica)

Sin duda, aquellos pequeños extraterrestres que secuestraron a Jose Antonio da Silva caminaban también hacia “su propia  búsqueda de la verdad”, la de una explicación de la realidad, bien aquí  ó en otras dimensiones: El Universo que vemos con nuestros telescopios es un lugar autocontenido donde bien se puede aplicar la Ley de Conservación de la Energía, de Antoine-Laurent de Lavoisier y Lomonósov: “La materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”.

Antoine-Laurent de Lavoisier
"Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma"

Entonces, todos los seres vivos una vez hayan evolucionado y siendo conscientes de percibir su propia existencia, se dan cuenta que nos encontramos en una “realidad multidimensional” (los extraterrestres ya le explicaron en su día a Mel Noel, que existen 150.000 millones de Universos en expansión), por lo que cualquier criatura evolucionada intentara subir desde los escalones de una dimensión inferior a otra superior tomando como punto de partida un “universo material”, siguiendo a otro “mental”, pasando después al “espacio astral” y llegando finalmente hasta alcanzar las “dimensiones espirituales”; “lugar” que lógicamente se encontraría muy cercano al propio Creador quien verdaderamente puede dar respuesta a todas esas preguntas existenciales.

Y volviendo al “Universo autocontenido donde nos hallamos”, se entiende que, cuando los seres humanos, al igual que otras civilizaciones extraterrestres ya lo han conseguido, lleguen a “dominar el manejo dimensional”, entonces, en ese instante, se encontraran a un escalón superior  sobre la materia que no deja de ser una manifestación más de la energía. Mas allá del concepto de la energía, puede entenderse que todo cuanto existe, sea materia ó energía, se mueve dentro de “niveles vibracionales” y dependiendo de ello, nos encontraríamos en una u otra dimensión (los extraterrestres ya han explicado en su momento, que para “viajar dimensionalmente” utilizan algo así como un intercambio molecular, utilizando el mismo espacio pero en diferentes tiempos). Ciertamente son conceptos difícilmente asumibles para un cerebro que concibe la realidad de un modo tridimensional, aunque nuestras computadoras no tienen ninguno inconveniente en manejarse en espacios de 10 ó más dimensiones.


(A modo de curiosidad decir que, en el mundo subatómico de la física cuántica, las partículas no tienen definido exactamente el “tiempo real” tal y como nosotros lo entendemos. Para esas partículas no existe el presente, pasado ó futuro. Y curiosamente, en ese mundo cuántico, una partícula puede estar en dos sitios a la vez, lugares que pueden hallarse alejados cientos de años luz y “resonar” simultáneamente a pesar de la distancia e influyendo la una en la otra. Además, tal y como ahora entendemos física cuántica, la posición y velocidad de las partículas subatómicas se hallarían definidas por “picos de probabilidad”, es decir, solo se nos mostrarían aquellas que en su conjunto sumasen el mayor numero de probabilidades posibles, …bueno, son conceptos un poco enrevesados, ciertamente.)

En el mundo subatomico las leyes físicas se tornan caprichosas.
Todas las partículas vibran y pasan de un estado a otro dependiendo precisamente de esa “frecuencia” por llamarla de alguna manera (Por ejemplo la luz puede comportarse como partículas (quantos) ó bien ondas (radiación electromagnética). Nuestros sentidos perciben el sonido pero no lo ven, sentimos el paso del tiempo pero somos incapaces de explicarlo, aunque sí de medirlo; podemos notar la fuerza del viento sin verlo en absoluto y algún día, quizás, nuestra mente evolucionara y esas dimensiones, que ni siquiera ahora desde nuestra perspectiva tridimensional somos capaces de intuir, podremos entonces utilizarlas. Incluso para comprender “el hecho mismo del Creador” tendremos la posibilidad de razonar su existencia y vislumbrar los motivos del Creador que seria algo así como: “Experimentar sobre sí mismo”. Poniendo un ejemplo a una escala infinitesimal, supongamos que los seres humanos ya fuésemos capaces de crear otras formas de vida autosuficientes, ¿de qué forma sabríamos que esa obra estaría entonces bien hecha? Lógicamente, experimentando, sin duda. Llevando a esas criaturas a un lugar independiente de nosotros mismos donde pudiésemos observarlas sin producir ningún tipo de interferencia. Este hecho nos permitiría comprobar que “nuestra creación” sigue los cauces “esperados” y que al final del proceso, esos seres, siguiendo su propia evolución les llevaría a niveles donde “ellos mismos buscasen una explicación a su propia existencia, es decir, tratasen de encontrar al mismo Creador, en este caso, nosotros”. Evidentemente, en ese “juego de la vida” deberían lidiar con innumerables adversidades, evitando el peligro de no autodestruirse. Y, al hilo de este razonamiento,  tal vez los seres humanos nos encontremos justo ahora, en ese camino de evolución. 
  


Del libro Secuestrados por extraterrestres, de Antonio Ribera

Página 181

BEBEDOURO: LA COMPONENTE ONIRICA

Muchos casos de abducción presentan una fuerte carga onírica: dijérase que los testigos, bajo hipnosis o en estado consciente, nos están describiendo un sueño. Muchos casos, efectivamente, empiezan por “sueños” reales: Betty y Barney Hill, los Avis, etc. Pero luego el investigador tiene la impresión de que los sueños evocan un suceso «real»; es decir, un suceso que ocurrió “fuera” de los testigos, y en el que estos desempeñaron un papel puramente pasivo. Naturalmente, hay ufólogos que se inclinan por interpretar las abducciones como eventos oníricos; como una fabulación del inconsciente, acaso desencadenada -esto es lo más que algunos de ellos llegan a admitir- por la fuerza enigmática que activa toda la fantasmagórica fenomenología ovni.

Flotilla de OVNIs saliendo de la Luna
Sin embargo, otros investigadores (entre los que yo me Cuento) consideran la abducción como un evento real, pero borrado de la mente de los abducidos, salvo en algunos raros casos, como el de Bebedouro, por ejemplo. Este incidente presenta desde el principio hasta el fin un irremediable carácter onírico. El caso de Bebedouro es un sueño alucinante, con toques surrealistas. Lo curioso es que lo soñase un modesto soldado brasileño, que no ganaba nada con el episodio, ni ante sus familiares ni ante sus superiores·...
El protagonista de este “sueño” se llama José Antonio Da Silva. Con este caso, volvemos al Brasil, el Brasil de Rivalino Mafra da Silva, pero también el Brasil de “Zé” Arigó, de candomblés, de las macumbas y de la magia yoruba.

Candomblé brasileño.
El Brasil mágico, primitivo, ancestral, profundo. El Brasil donde todo es posible. Hasta el caso de Bebedouro.
Nos servirá de guía, de hilo conductor para exponerlo, el magnífico estudio estudio y exposición del mismo que hizo la revista Cuarta Dimensión, que dirige Fabio Zerpa, en su número 60 (número extraordinario). El estudio viene firmado por el profesor Ornar R. Demattei y el equipo ONIF. La procedencia del informe era la revista belga Intorespace, de reconocida solvencia y seriedad. De la investigación en el Brasil se encargaron la CICOANI, bajo la dirección del doctor Húlvio Brant Aleixo, y la SBEDV, bajo la dirección del doctor Walter Karl Bühler, ambos nombres muy conocidos y respetados en el mundo de la ufología.

Brasil
Pero vamos a los hechos. El sábado día 3 de mayo de 1969, José Antonio da Silva abandonaba por la tarde la modesta vivienda que ocupaba con su familia en la calle Emidio Germano, Vila Pompéia, de Belo Horizonte, en el estado brasileño de Minas Gerais (estado muy favorecido en nuestra casuística, pues en él tuvieron también lugar los casos de Antonio Villas Boas y el que acabamos de exponer de Rivalino Mafra da Silva).
El joven José Antonio da Silva manifestó a sus familiares que iba de pesca, para lo cual levaba los pertrechos pertinentes. En su mochila, además, metió su equipo de camping, alguna ropa interior, latas de conservas y la suma de 35 100 antiguos cruzeiros.

Belo Horizonte
No se tuvieron noticias suyas hasta el sábado 10 de mayo, o sea una semana después de haber partido de su casa, cuando apareció en la estación de Belo Horizonte, en tras apearse de un tren procedente de Pedro Nolasco, en el estado de Espíritu Santo, localidad distante más de 360 km de Belo Horizonte.
José Antonio da Silva iba vestido de un modo muy sumario. Se tocaba con una especie de gorro hecho con una media de mujer, y llevaba un paquete bajo el brazo. A causa de este paquete, el agente de seguridad de la estación lo interpeló, pues los robos de alambre de cobre son muy frecuentes en esa línea.
-Jefe -respondió el joven-, no tengo mis papeles de identidad, pues me los han robado. Pero soy soldado.
Conducido a la sala de espera de la estación, donde el contenido de su mochila fue examinado sin encontrar nada sospechoso, se dio a conocer como ordenanza del mayor Célio Ferreira, segundo comandante del Batallón de Gendarmería de la Policía Militar del estado de Minas Gerais
Acto seguido, José Antonio se enzarzó en un relato que los ferroviarios presentes encontraron delirante. El agente de seguridad lo asaeteó a preguntas, tratando de hacerle incurrir en contradicciones, sin conseguirlo, Decidió entonces avisar a un reportero de Radio Guarini, una emisora local grabándose el relato del soldado. Finalmente se le permitió volver a su cuartel, pero el mayor Célio Ferreira, visto su estado, juzgó preferible aislarlo durante 24 horas en su propia casa, antes de devolverlo a su familia, lo que se realizó el 11 de mayo por la mañana.
Aquella misma noche, los primeros investigadores del CICOANI (Centro de Investigaçáo Civil de Objetos Aéreos Nao  Identificados, de Belo Horizonte) interrogaron al soldado y recogieron de sus labios el relato que sigue:

El 3 de mayo, después de dejar su domicilio, Jase Antonio da Silva subió a un ómnibus en la estación de buses de Belo Horizonte a Pedro Leopoldo. Descendió durante el camino y se dirigió a pie hacia un lugar llamado Bebedouro (antiguamente “la hacienda de los Ingleses”; en cuanto a bebedouro, significa en portugués bebedero, abrevadero, a lo largo del rio das Velhas (río de las Viejas). Hacia la medianoche alcanzó una pequeña laguna alejada que le pareció propicia para instalar su campamento. Una vez hecho esto, se puso a pescar, ocupación que reanudo al día siguiente, al amanecer, sin el menor éxito. Hacia mediodía, después de haber almorzado sumariamente con una lata de sardinas, continuó en su empeño de capturar peces.


Alrededor de las 15 horas, mientras miraba los bosquecillos próximos, percibió vagamente unas formas que venían en su dirección, y oyó rumor de voces. Casi inmediatamente notó un sonido parecido a un gemido exhalado desde el fondo del pecho, y una lengua de fuego lo alcanzó en las piernas, provocando su caída al borde de la laguna “La lengua parecía de fuego, pero no lo era -explica el testigo-, puesto que no quemó mi pierna. Era un haz de luz verdosa en el centro, rojiza en el exterior, que partía expandiéndose desde su punto de origen: una silueta parcialmente oculta por la espesura.”

Al tener las dos piernas entumecidas, el soldado no pudo levantarse. Se vio entonces encuadrado por dos pequeñas siluetas enmascaradas que medirían alrededor de 1,20 m. Los  dos seres lo tomaron por los brazos y se lo llevaron sin dificultad aparente en dirección a la espesura pantanosa.
Comprendiendo que toda resistencia sería inútil y. temiendo por su vida, si un segundo haz luminoso le diera en la cabeza, José Antonio se dejó llevar alrededor de diez metros, en dirección a una tercera silueta que permaneció impasible mientras el pequeño grupo pasaba frente a ella, y después se puso a andar detrás de ellos.


José Antonio supone que fue este tercer personaje quien utilizó el arma contra él. Sus captores también es estaban provistos de la misma arma, que parecía un trabuco corto. El extraño trío y su presa prosiguieron su camino entre hierbas y matorrales. Cada uno de los pequeños seres iba revestido con una especie de buzo o mono de vuelo brillante de color claro y aspecto metálico, con articulaciones en codos y rodillas; la cabeza de los seres, proporcionada al resto del cuerpo, estaba encerrada en una especie de yelmo rígido que descendía bastante abajo por encima de los hombros. Estas máscaras o cascos eran redondeadas por detrás, con formas angulosas por delante; estaban aplanadas a la altura de la frente, y a nivel de la nariz mostraban una forma triangular sobresaliente. Dos orificios circulares de alrededor de dos centímetros de diámetro, ocupaban el lugar correspondiente a los ojos. De más abajo, a la altura del mentón, partía un tubo que tenía la apariencia del plástico y que, pasando por debajo de la axila derecha, terminaba en una cajita metálica que llevaban sujeta a espalda. En aquel momento, los seres no mostraban ninguna parte de su cuerpo visible.




El ovni “atípico”

Andando de esta manera llegaron a la vista de un aparato posado en medio de un sendero. Se trataba de una máquina constituida por un cilindro vertical, en cuyas bases estaban fijadas dos cúpulas lenticulares; cada una de estas cúpulas era de un diámetro superior al del cilindro, y la superior era más grande que la inferior, sobre la cual reposaba todo el conjunto. De la cúpula superior partían, a intervalos regulares, unas barras rígidas que venían a encajarse oblicuamente en la parte baja del cilindro, a nivel de la plataforma sobre la que éste descansaba.

Las dos cúpulas eran de color negro; el cilindro mostraba una coloración cenicienta; medirían respectivamente 2,50 y 3 m de diámetro, siendo la superior la de mayor diámetro; la altura de todo el conjunto era de unos 2 metros.
En la parte cilíndrica vertical se vislumbraba una “puerta” rectangular de aproximadamente 0,60 X 1,30 metros. No se apreciaba ningún otro detalle a simple vista. Introducido por la puerta, el testigo se encontró en un compartimiento cúbico que mediría alrededor de 2 metros de lado estaba iluminado violentamente, como por lámparas de vapor de mercurio, lo que le impidió distinguir con claridad el equipo que hubiera podido hallarse en el interior.


Se sintió empujado y obligado a sentarse sobre un asiento igualmente cúbico, y dos de sus captores se situaron a sus lados. Entonces le fijaron en la cabeza un casco idéntico al que portaban los pequeños seres; para ello tuvieron que meterle el casco a presión, a través de una abertura trasera del mismo. El casco, demasiado estrecho, no tardó producirle dolor en los hombros, en los que se le clavaban sus aristas, así como en la parte inferior de la nuca, dificultando sus movimientos. Tenía igualmente un tubo desaparecía a su espalda, pero José Antonio no sabe decir si este tubo fue conectado a una caja situada detrás suyo, encuadrado como estaba por los dos “extraterrestres”, debido también a lo exiguo de la cámara donde se encontraba en la que prácticamente no podía moverse.

Le sujetaron pies y caderas por medio de bandas de un material seco y rugoso. Los dos seres se ataron de la misma forma. Finalmente, el tercer personaje se situó sobre un banco individual, frente a ellos, y se ató igualmente. Acto seguido accionó una palanquita que sobresalía del piso, a su izquierda, y al instante se oyó un zumbido que parecía provenir de la parte superior de la máquina, que se puso en marcha, mientras el prisionero experimentaba la sensación de despegue.


Poco tiempo después, el personaje sentado frente a José Antonio accionó una segunda palanca, situada esta vez a su derecha, y el joven tuvo la sensación de que el vehículo aceleraba verticalmente. Efectuadas estas maniobras,  las tres criaturas se pusieron a discutir entre sí con animación. Su lenguaje comportaba un predominio del sonido “r” al final de lo que parecían ser palabras. Éstas tenían consonancias graves y guturales; “eran pronunciadas con  arrogancia”.
El supuesto viaje por el espacio duró largo tiempo y, a medida que parecían ganar altura, el testigo experimentaba crecientes dificultades para respirar, al mismo tiempo que su posición se hacía más y más incómoda. La dureza del asiento sobre el que estaba atado, así como los bordes cortantes del casco lo hacían sufrir y aumentaban su infortunio. Además, tenía las piernas entumecidas.
Transcurrido un lapso de tiempo que le pareció interminable, José Antonio constató que aumentaba cada vez más la intensidad de la luz en el interior de la cabina, al tiempo que se encendía y apagaba, lo que le obligó a cerrar los ojos. Esto duro aproximadamente una hora (estimación subjetiva del testigo), después de lo cual pudo abrir nueva mente los ojos, mientras el “viaje” proseguía.
En un momento dado, el aparato pareció girar unos 90 grados sobre sí mismo, lo que, al dar un cuarto de vuelta, lo habría colocado en posición horizontal. Para ilustrar este movimiento ante los investigadores, el testigo se sirvió de un vaso, que representaba el cilindro central, y lo puso tumbado.

En el curso de esta maniobra, los asientos se adaptaron por sí mismos a la nueva posición de la nave mediante un movimiento de balanceo. Más adelante tuvo lugar un nuevo giro y el aparato recuperó su posición inicial con la consiguiente adaptación a la misma de los asientos. Un tiempo bastante largo debió de pasar aún antes de que el aparato aterrizara “en un lugar no identificado”


¿En la “base espacial”?

Los hombrecitos se desataron, y luego hicieron lo propio con su prisionero. Taparon tan perfectamente los orificios de la máscara o casco que le habían colocado, que solo pudo servirse del sentido del oído. Lo cogieron nuevamente, llevándolo como hicieran la primera vez. José Antonio continuaba con las piernas insensibles, pero él cree que, de haberlo intentado, hubiera podido andar. Sus captores permanecían en un silencio total y lo llevaban a través de un espacio donde se oían voces semejantes a las de ellos, de diferentes tonalidades. Ninguna de esas voces le pareció proferida por gargantas femeninas.

Inmediatamente sintió que lo instalaban en un asiento sin respaldo, y casi al mismo tiempo que le arrancaban la banda que cubría las aberturas de su máscara. Vio entonces que se encontraba en una estancia cuadrangular, muy grande, pues mediría entre 10 y 15 m de lado.
Justo frente a él, a poco más de 5 m de distancia, se encontraba un ser de pequeña talla, sin escafandra, que lo contemplaba con un aire de visible satisfacción. Este era un poco más alto que los otros, pues podría medir rededor de 1,25 m; no llevaba máscara ni vestidura metálica protectora.
José Antonio da Silva supuso que debía ser el “Jefe” del grupo, pues sus dos guardianes, después de quitarse sus propias máscaras, comenzaron a conversar con él de manera voluble. Los hombrecitos exhibían una pilosidad abundante. Su «jefe» llevaba largos y ondulados cabellos pelirrojos que le caían sobre la espalda, más abajo de los riñones (o del lugar que éstos debían ocupar, caso de tenerlos. Una barba luenga y poblada le llegaba hasta el abdomen. Unas espesas cejas de dos dedos de ancho le cubrían casi totalmente la frente; tenía una piel clara, muy pálida Y sus ojos eran redondos, de un tamaño superior al normal entre los seres humanos; tenía los iris verdes, de un verde parecido al de las hojas que comienzan a marchitarse.
Las órbitas eran profundas; la esclerótica de un tinte más oscuro que la piel, las pupilas aparecían oscuras. Aquellos ojos no parpadeaban casi nunca; José Antonio no observo que el ser tuviese pestañas, lo que contrastaba con su abundante pilosidad.
La  nariz era larga y afilada, más acusada que entre los humanos; las orejas, bien proporcionadas, con una parte inferior semejante a la nuestra y una parte superior mas redondeada. La boca, más pequeña que la de los seres humanos, parecía la de un pez, y mientras los seres conversaban entre ellos, el testigo no pudo darse cuenta de si tenían dientes. El “jefe”, rodeado por los tres humanoides que habían capturado al joven brasileño, parecía muy regocijado y gesticulaba mucho con las manos mientras hablaba.
Otros humanoides entraron en la sala, por una abertura que el soldado supone situada detrás suyo, y se agruparon alrededor del «jefe», hasta formar un grupo de diez o doce individuos.

El prisionero se sintió sorprendido, y luego aterrorizado, cuando vio, a algunos metros sobre su izquierda, a lo largo de la pared lateral, una especie de mesa baja, rectangular, aparentemente de piedra, sobre la que se encontraban extendidos cuatro cuerpos de aspecto humano, codo con codo, descansando inertes sobre la espalda, desnudos y desprovistos de máscara.
El más próximo era de un negro “verdaderamente negro”; el siguiente mostraba una pigmentación moreno-clara: ambos eran de complexión robusta. Los dos últimos cuerpos eran a la vez más claros y más delgados. Uno de ellos era el de un hombre rubio “con aspecto de extranjero”.
Ninguno de aquellos cuerpos presentaba heridas aparentes, a menos que hubiese sido en la espalda, cosa que yo no hubiera podido ver». Los humanoides no prestaban la menor atención a los supuestos cadáveres. “Quizá no pudieron soportar sus máscaras”, pensó José Antonio.
Tanto los muros como el piso de la sala presentaban una apariencia pétrea, y tenían una tonalidad gris uniforme sin trazas de obras de albañilería. Una iluminación violenta, parecida a la que reinaba en la máquina o navecilla que había conducido al cautivo, iluminaba el lugar, sin que se pudiera distinguir 'la fuente emisora. No había allí ni ventanas, ni aberturas de ninguna clase.


Al lado de la mesa donde descansaban los cuatro cuerpos humanos, en la parte más alejada, José Antonio pudo ver, a modo de mural sobre la misma pared, representaciones de cosas y seres de la Tierra: animales como el jaguar y el mono, el elefante, la jirafa; casas y una pequeña población; árboles, un bosque, el mar. Así mismo algunos vehículos: un gran camión FNM Alfa Romeo, un avión bimotor a hélice, un automóvil.
El panel que estaba frente a él, así como el que estaba a su derecha, no tenía ninguna decoración. Por el contrario, en el rincón más alejado, a la derecha, se encontraba un extraño aparato, que José Antonio comparó a un vehículo de carreras: era una máquina cilíndrica, de 2 m de largo por 0,80 m de alto, sin ninguna abertura aparente. En cada uno de sus lados, en los lugares correspondientes a las ruedas de un automóvil, aparecían sendas protuberancias que no llegaban a tocar el suelo, lo que hace suponer que podrían ser turbinas.
Frente a él había un asiento cúbico, .sin pies, en el que el «jefe» se sentaba de vez en cuando. A la derecha de este asiento, casi a nivel del suelo, se encontraba una segunda mesita, de varios metros de 'largo, cuya superficie era blanca, y que fue utilizada como pizarra por el «jefe», en el curso de la exposición acompañada de croquis que hizo José Antonio da Silva.

El prisionero se sorprendió mucho al constatar que uno de los humanoides tenía su mochila, en la que guardaba todas sus cosas. En el momento en que lo capturaron, la mochila se encontraba abierta y los objetos estaban desparramados. El testigo supone que el tercer captor, el que se quedó atrás, había vuelto al campamento para juntarlos Entonces, los objetos fueron extraídos uno por uno de la mochila y examinados con atención. Los enanos se pasaban de mano en mano sus cuchillos, su colección de anzuelos, cajas de cerillas, conservas y su ropa interior.
De cada objeto del que había más de uno, los humanoides se quedaron una muestra para sí. Así, guardaron un ejemplar de cada tipo de anzuelo, uno de los tres cuchillos, una caja de cerillas, un pañuelo y un billete de cien cruceiros. Los objetos de los que sólo había uno fueron cuidadosamente envueltos de nuevo en la tela, y los volvieron a meter en la mochila. Por ejemplo: una lata de sardinas.
Fue en  este momento cuando José Antonio perdió su tarjeta, de identidad: la encontraron en uno de sus bolsillos, circuló de mano en mano para que todos pudiesen examinarla, y no se la devolvieron. José Antonio cree que el examen de esta tarjeta hizo creer a los «extraterrestres» que sí  era un soldado. Parece corroborarlo el hecho de que inmediatamente después de esto, uno de los seres apuntó un arma, semejante a la que habían utilizado al capturarle, dirección a una de las paredes. Surgió del arma un rayo luminoso, que decoloró el lugar del impacto. Cada uno de los ovninautas poseía un arma de este género; diferían entre ellas únicamente por sus dimensiones. Una especie de gatillo situado entre el cañón y la culata, en la parte superior hacía surgir el rayo luminoso cuando se lo accionaba hacia, atrás.
Uno de los humanoides llevó entonces al “jefe” un pequeño objeto negro y cilíndrico, que éste utilizó a modo de “rotulador” para garabatear sobre la mesita que tenía delante asiéndolo con sus dedos gruesos y cortos. Volviéndose entonces hacia José Antonio, el “jefe” se puso a gesticular, acompañando sus movimientos con su incomprensible lenguaje gutural. Varias veces señaló al soldado, luego hacia arriba, hacia abajo, después al pequeño grupo de barbudos, pareciendo esperar cada vez una respuesta del prisionero.
A medida que estos intentos de comunicación continuaban, el  soldado empezó a vislumbrar su posible significado: “el gesto hacia abajo quería decir: tu país; el dirigido hacia arriba: esta habitación, aquí, o nuestro país (¿o planeta?).


Como acompañamiento e ilustración a sus palabras y gestos, el “jefe” se puso a dibujar sobre la mesa: su primer croquis representaba lo que el testigo creyó que era un cuartel, alrededor del cual algunas siluetas armadas podían representar soldados. Con diversos ademanes, el “jefe” señaló las armas que había dibujado, después a José Antonio, luego hacia abajo y a continuación hacia arriba. El cautivo dedujo de ello que el “jefe” deseaba que él, José Antonio da Silva, procurara a los humanoides algunas de las armas que emplean los terrestres. El soldado movió negativamente la cabeza y, al ver que el “jefe” reiteraba sus demandas con creciente insistencia, empezó a perder toda esperanza de volver vivo a su casa.
(Al parecer, esa “conversación” estuvo acompañada de otras exigencias, que el testigo se negó a comunicar a Hulvio Brant Alexio y demás investigadores del CICOANI que lo entrevistaron.)

Uno de los pequeños seres se aproximó entonces al prisionero, llevando con ambas manos un recipiente cúbico de un material parecido a las paredes, y que aparentaba ser pesado. La base superior del cubo estaba ahuecada en forma de pirámide invertida, y contenía un líquido verde oscuro. El “jefe” le indico con gestos que lo bebiese, mientras uno de los barbuditos le levantaba la parte inferior de la máscara, no sin cierta brutalidad. José Antonio se resistió e indicó por gestos que no quería, pero cambio de parecer cuando vio que uno de los seres bebía una parte del contenido del recipiente cubico. El liquido tenia la consistencia del agua y sabor amargo. El líquido le produjo sin duda un efecto reconfortante, pues a partir de entonces se sintió más animado. Además, cree que después de esto empezó a comprender mejor lo que el “jefe” quería decirle.


Entre todos los aspectos que fueron abordados en el curso de esta tentativa de comunicación, el testigo no duda de que lo que el “jefe” quería era contar con su ayuda para realizar ciertos proyectos que él y los suyos abrigaban en relación con la especie humana.

Utilizando el grueso “rotulador” para dibujar en la pizarra horizontal, el “jefe” trazó sin apresurarse dos círculos contiguos, y sombreó completamente uno de ellos. Señaló cada uno de ellos, luego a José Antonio, después hacia abajo, y José Antonio finalmente comprendió que el círculo blanco correspondía al día terrestre y el círculo negro a la noche. Después  del periodo considerable de tiempo que tardó José Antonio en llegar a esta conclusión, inclinó la cabeza afirmativamente y el “jefe” siguió dibujando.
Trazó entonces un gran número de circulitos cuyo interior era blanco, uniéndolos por medio de gestos, al círculo blanco grande. Como había dejado de referirse al círculo ensombrecido, José Antonio comprendió que los circulitos correspondían a “días”. Entonces el “jefe” invitó por gestos a su prisionero a que los contase. Con gran paciencia, el singular personaje siguió dibujando pequeños círculos, y luego los rodeó a todos ellos con otro gran círculo. José Antonio perdió la cuenta cuando andaba por los 300, pero comprendió que debían de totalizar 365, lo cual correspondería a un año terrestre. 

Planeta Tierra
Cuando el “jefe” se hubo asegurado de que le había comprendido, dibujó en la pizarra otros nueve grupos de círculos, uniéndolos mediante gestos a la primera aglomeración. José Antonio comprendió entonces que se estaba refiriendo a una unidad de”diez años”, pues cada aglomeración de circulitos blancos estaba rodeada por otro círculo mayor.
 Acto seguido el hombrecillo separó mediante un grueso trazo a tres de los grupos de los siete restantes.
Luego señaló al grupo de tres círculos, luego a José Antonio y, finalmente hacia abajo; después de esto volvió a señalar al soldado, después hacia arriba y por último al grupo de siete grandes círculos, haciendo a continuación más gestos, que el joven brasileño interpretó de la manera siguiente:
“Me propone llevarme de nuevo a la Tierra, donde permaneceré  tres años, durante cuyo tiempo me dedicaré a recoger  información para ellos, Luego él me enviará a buscar para que viva con ellos, dedicado al estudio, durante siete años y finalmente ellos desembarcarán en la Tierra, y yo les serviré de guía”



José Antonio denegó con la cabeza, indicando que no aceptaba este ofrecimiento. Llegado a este punto, el muchacho empezó a pasar las cuentas de un rosario que llevaba alrededor de la cintura, Y que aún no le habían arrebatado, mientras se ponía a rezar en voz alta, Cuando llegó al cuarto misterio de dolor, el “jefe” se le acercó y, mostrando irritación por primera vez, le arrebató el Crucifijo, Una de las cuentas del rosario rodó por el suelo, siendo recogida por uno de las humanoides, que la mostró a sus compañeros , el Crucifijo fue pasando de mano en mano del mismo modo, despertando la curiosidad de todos ellos.

Una visión y un secreto

Súbitamente, mientras 'los hombrecillos parecían enzarzarse  en una prolongada discusión, José Antonio vio aparecer  ante él, y como surgida de la nada, una figura humana.
La aparición se situó ante él, en una postura a la vez firme y amistosa, mirándole de hito en hito y hablándole en un perfecto portugués brasileño. El soldado coligió que esta visión estaba destinada única y exclusivamente a él, porque los hombrecillos seguían hablando como si tal cosa, sin que al parecer se hubiesen dado cuenta de la aparición.
Lo que José Antonio veía -o creía estar viendo correspondía a la figura de un hombre de 1,70 m aproximadamente, delgado, con cabello y barba rubios y muy largos. Tenía una tez clara y sonrosada, los ojos azules y serenos. Una túnica oscura le caía hasta sus pies descalzos.
Este ropón tenía unas mangas muy anchas, el cuello vuelto y en torno a la cintura llevaba un grueso cordón blanco, con un nudo en cada uno de sus extremos colgantes. En realidad parecía el hábito o el cilicio de un monje.
José Antonio, que hasta aquel momento había estado sumido en la mayor angustia y desesperación, se sintió de pronto aliviado por aquella presencia que identificó como la de “alguien bueno, uno de los nuestros”. Lo que más le alentó fueron ciertas revelaciones que le hizo la aparición.
Estas revelaciones no tenía que comunicarlas a nadie, según dijo José Antonio a los investigadores, hasta que recibiese nuevas instrucciones, cosa que no ocurriría antes dos o tres años.


El soldado se ha mostrado enormemente reticente a hablar de esta visión, en especial por lo que se refiere al mensaje que recibió, que él considera secreto. Incluso los detalles relativos a la apariencia física del personaje que se le apareció, fueron dados por José Antonio a regañadientes pues sostiene que estos detalles podrían bastar para identificar al personaje. Los investigadores del CICOAN le preguntaron cómo era posible que el secreto pudiese ser descubierto mediante una simple descripción de los rasgos de la entidad, de alguien que él no conocía ni volvería a ver. Sin embargo, les dio a entender que sería posible reconocer a tal persona, y que no era imposible que él volviese a verla. Cuando le preguntaron si la visión correspondía a Jesús, José "Antonio se apresuró a contestar que no.
Y cuando le preguntaron si era un santo, se mostró reacio a contestar, limitándose a sonreír y a cambiar de conversación.
Parece ser que, tras repetidos interrogatorios, los investigadores obtuvieron de José Antonio algunas indicaciones acerca del contenido del mensaje.

La visión desapareció tan repentinamente como había aparecido
 Y coincidiendo con esto, los humanoides empezaron a mostrarse irritados, pero entre ellos, no contra José Antonio. El “jefe” se acercó a los dos guardianes, que en ningún  momento se habían apartado del cautivo, y con ayuda de una banda taparon nuevamente los orificios o visores de su .casco. De la misma manera que había sido conducido hasta allí lo tomaron por las axilas y lo llevaron al interior del aparato en el cual había venido, y cuyo interior pudo reconocer cuando   cuando le quitaron la venda.
Comenzó entonces el largo viaje de regreso, con la misma tripulación de  tres humanoides, las mismas maniobras de los  asientos y del aparato, y con el aumento de intensidad y la pulsación de la luz en un determinado momento.
Inmediatamente después de sentir un ligero choque, que significaba que la máquina había tomado tierra, sus acompañantes le aflojaron el casco y luego le despojaron del mismo y lo desataron. Sufrió entonces una pérdida casi total del conocimiento, dándose cuenta únicamente de que lo sacaban a rastras afuera, en la oscuridad. Cree que permaneció, en este estado de semiinconsciencia durante una hora, después de lo cual empezó a ver las primeras luces del alba.


Luego creyó oír ruido de agua corriente, e impelido  por una sed abrasadora, se arrastró por el suelo hasta llegar junto a un arroyo. Le habían dejado la mochila, de la que sacó la cantimplora, que lleno de agua, vaciándola por completo  y volviéndola a llenar por segunda Estima que bebió un litro y medio de agua, pero ni siquiera así su sed estaba calmada.
 Luego sacó sus aparejos de pesca  y consiguió capturar unos pececillos, que comió.
Cuando salió el sol, pudo ver mejor donde se encontraba y comprobó que el lugar le resultaba enteramente desconocido.  Le habían dejado cerca de una pequeña cantera al borde de un barranco. Cojeando -su pierna derecha estaba hinchada y le dolía-, aturdido, exhausto, desaliñado, juntó sus cosas y se puso a andar. Llevaba una barba crecida, como de varios días (Similitud con el caso del cabo Valdés). Al poco rato llegó a una carretera asfaltada donde se acercó a un viandante que vio pasar por allí.

Vitória, capital del estado de Espírito Santo, Brasil
Le preguntó dónde estaba, y el desconocido le dijo que se encontraba a 32 kilómetros de Victoria, capital del estado de Espíritu Santo, y que aquella carretera conducía de dicho estado de Minas Gerais. Al oír esto preguntó que día era y entonces el sorprendido fue el desconocido viandante quien le replicó que era el viernes, 9 de mayo.
Esta noticia aumentó la confusi6n del soldado. Alarmado, calculó que su ausencia había durado cuatro días y medio. Vestido de harapos y sin papeles de identidad, temió ser interpelado por la policía, que desde luego habría retrasado dar crédito a sus explicaciones y lo habría encarcelado.
Resolvió entonces regresar a pie, siguiendo la carretera en dirección a Minas Gerais. Más de una vez estuvo tentado de esconderse en los bosques, y de vivir en ellos de la pesca y frutas. Sin embargo, mientras estos pensamientos le asaltaban, sus pies seguían conduciéndole maquinalmente en dirección al estado de Minas Gerais.
Dijo luego haber sido detenido varias veces por automovilistas que, dándose cuenta de su deplorable aspecto, le ofrecían asistencia. Por último aceptó una oferta de llevarlo en coche, hasta cerca de Colatina, pues tenía la rodilla derecha hinchada, y heridas en cuello y hombros del casco.
Cuando le preguntaban acerca de las razones de su estado y de que marchara a pie, replicaba que se trataba “de cumplimiento de una promesa”. Cerca ya de Colatina, encontró un grupo de niños, a los que preguntó por dónde se iba a la estación del ferrocarril.
 Luego de informarle y sin duda a causa de su aspecto andrajoso, los chiquillos se burlaron de él y le arrojaron piedras.

Colatina, Brasil
Siguiendo la vía férrea, terminó por llegar a la pequeña estación de Colatina, donde se informó sobre la hora en que pasaba el primer tren para Belo Horizonte, pues había cambiado ya de opinión y deseaba volver a su casa, pasara lo que pasara. Como faltaba aún mucho para que llegara el tren, permaneció en 'la estación, charlando con el guarda.
Compadecido de su aspecto, el guarda le invitó a pasar a su casa, para que se aseara y comiera algo. Una vez allí, le presentó  a su mujer e hijos. Le presentaron también a un colono vecino del guarda, quien le ofreció trabajo, oferta que José Antonio rechazó.
Agradecido al guarda por sus amistosas atenciones José Antonio le regaló uno de sus tres cuchillos de monte, al abandonar su casa. Recuérdese que otro había quedado en poder de los humanoides, por lo que ahora sólo le restaba uno. Llegado a la estación, ofreció pagarle el billete a un joven indigente. Los humanoides sólo le habían arrebatado un billete de 100 cruzeiros de los 35 100 que llevaba, por lo que ahora  le quedaban 35000 cruzeiros redondos.
A las 7.25 de la mañana del sábado, Jose Antonio da Silva descendió del tren en la estación de Belo Horizonte, exactamente en la estación de la Estrada de Ferro Central do Brasil, donde fue abordado por un empleado de los servicios de seguridad del ferrocarril, el señor Gerardo Lopes da Silva,  a quien terminó por contar toda la historia, según queda dicho al principio. El señor Silva lo envió a su cuartel, desde donde fue llevado a la casa del mayor Célio Ferreira.


Investigaciones

El 26 de mayo -o sea veintitrés días después de la desaparición de José Antonio de su domicilio-, un equipo compuesto por seis investigadores se fue en compañía del testigo a  Bebedouro. Este equipo estaba compuesto por el doctor  Húlvio Brant Aleixo y el señor Luis Romaniello, del CICOANI;  el teniente Vitorino, del CIOANI, organismo militar; el coronel Jacy Práxedes, el mayor Célio Ferreira y el capitán Edeni (los tres de la Policía Militar del estado de Minas Gerais).
Llegados al sitio indicado por el soldado, se efectuaron fotografías de toda la zona. Acto seguido, el testigo procedió a la reconstrucción de su captura, indicando el sitio exacto en que se desarrollaron las distintas fases de la misma hasta el momento en que fue introducido a la fuerza en el  aparato.
En cada punto de esta reconstrucción, las reacciones del soldado se juzgaron coherentes, con referencia a lo precedentemente establecido en mi relato» (H. B. Aleixo). Se consagró una parte de la tarde a entrevistar las personas que vivían por los alrededores. Los escasos habitantes de la región .fueron invitados a señalar la presencia de eventuales  objetos voladores no identificados durante los días precedentes. Estas pesquisas dieron resultado positivo y confirmatorio de lo que declaraba el soldado:
Un niño señaló haber observado un aparato que volaba a gran altura y se desplazaba en silencio. “Parecía .un paraguas” (H. B. Aleixo; el subrayado es mío). La navecilla que llevó a José Antonio a la “base” parecería, efectivamente, Un paraguas visto volando a gran altura.

En los lugares donde según José Antonio se desarrollaron los hechos no se encontraron huellas ni trazas aunque téngase en cuenta que había transcurrido casi un mes desde el incidente. Para terminar, ofrecemos la “ficha” elaborada por el CICOANI sobre la personalidad del protagonista de este caso singular: todos los datos, naturalmente, están referidos a 1969, año en que ocurrió el incidente:
Edad: 24 años. Estado: soltero. Es el segundo en edad de once hermanos, uno de los cuales había fallecido.
El padre vive. La madre falleció en 1967.
Nivel de instrucción: no terminó la escuela primaria.
Profesión: ingresa como soldado raso en las fuerzas de la Policía Militar del estado de Minas Gerais en 1964. En 1967 pasa a ser ordenanza del comandante del Segundo Batallón de Gendarmería.
José Antonio da Silva pertenece a un nivel socio-económico modesto.
Su constitución física es sana.


Vive con su familia en la zona urbana de Belo Horizonte.
En su casa toma numerosas iniciativas y resuelve la mayor parte de los problemas. Sus parientes así como sus superiores, lo consideran una persona digna de confianza Fuera de su trabajo, que aprecia mucho, tiene pocas distracciones. Es muy creyente, pero no trata de convertir a los demás a su religión. No pertenece a ninguna cofradía ni asociación religiosa, pero practica la religión con asiduidad.
Su padre destaca su comportamiento y sus iniciativas en las cuestiones domésticas; sus relaciones con el prójimo son buenas. No tiene ningún defecto, tara ni vicio notorio.
Ésta es la “ficha” de José Antonio da Silva. Podría ser la misma de Antonio Villas Boas, de Herb Schirmer, de Liberato Quintero, de Armando Valdés, de Dionisio Llanca, de Julio F. de Zanfretta... con muy pequeñas variantes. Siempre hombres jóvenes, sanos física y mentalmente, con cultura nula o escasa... “Puros”, en una palabra.
¿Por qué?
Un texto muy citado y poco leído, llamado el Evangelio da precisamente gran importancia a estas características
¿Por qué? ¿Por qué?

El investigador y ufologo español Antonio Ribera





Antonio Ribera, en la Rosa de los Vientos


Para mas información en Youtube, sobre Antonio Ribera, consultar los siguientes enlaces: