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sábado, 20 de febrero de 2016

El extraterrestre era alto. Poseía unos ojos muy grandes, almendrados, de un azul límpido, tan claro que su mirar daba la sensación de ser un tanto desvaído pero llenos de vitalidad. Su tez, era blanca, ligeramente sonrosada. Imberbe. Los cabellos de un rubio claro, cayéndole casi hasta los hombros. Le dijo a Jaime Bordas Bley: ¡Quisiera pedirle un favor! “Espero de su amabilidad que me facilite cada día, a esta hora, un par de botellas de leche y pan”.

El extraterrestre era alto. Poseía unos ojos muy grandes, almendrados, de un azul límpido, tan claro que su mirar daba la sensación de ser un tanto desvaído pero llenos de vitalidad. Su tez, era blanca, ligeramente sonrosada. Imberbe. Los cabellos de un rubio claro, cayéndole casi hasta los hombros. Le dijo a Jaime Bordas Bley: ¡Quisiera pedirle un favor! “Espero de su amabilidad que me facilite cada día, a esta hora, un par de botellas de leche y pan”.




¿Por qué querrían comunicarse civilizaciones extraterrestres con los seres humanos? Muy posiblemente porque sienten cierta responsabilidad moral hacia los habitantes de este planeta. Si tenemos en cuenta las atrocidades que cometen los seres humanos; aquellos que visitan la Tierra intentaran de algún modo “que la evolución” del planeta azul se corrija necesaria y definitivamente… ¿Pero como deberían hacerlo, si las autoridades niegan su presencia?... La lógica nos lleva entonces hacia un ritmo lento pero constante, apareciendo sus naves en cualquier punto del planeta y dejándose fotografiar por los asombrados testigos.


Otra forma más elaborada por los extraterrestres (intuyo) viene a ser la presencia directa de los tripulantes de esas naves prodigiosas, tomando contacto con algún que otro terrestre; intentando que ese contacto llegue algún día a conocimiento de la población en general. En estos casos, los extraterrestres suelen “escenificar” unos hechos que pueden parecernos sorprendentes e ilógicos, como le ocurrió en su momento a  Jaime Bordas Bley cuando un “ser de apariencia extraña” se acercó hasta su casa “pidiéndole un favor”. En este caso, el sorprendido contactado necesito de un tiempo hasta llegar a ciertos razonamientos y conclusiones, más concretamente cuando el extraterrestre le explicó que venía “de arriba”.

Pero,… ¿Cómo se pueden los extraterrestres manejar la psique de unos seres aparentemente tan atrasados como los humanos? ¿De qué forma lo haríamos nosotros mismos, por ejemplo, intentando explicar a un nativo de la Amazonía los principios básicos de la computación? Difícil empresa, ¿verdad?



Si hacemos caso de algunos contactados, la Vía Láctea se encontraría en estos momentos habitada por incontables civilizaciones capaces de desarrollar viajes interestelares. Por ejemplo el 5 de Julio de 1978, a las 02:30 horas de la madrugada,  el contactado español Pablo R. viajaba por la provincia de Alicante (España) tras haber realizado una reunión de negocios. Tras una curva, se topó con una nave discoidal que emitía una luz anaranjada. Por un momento su coche se detuvo. Entonces sintió que una voz le llamaba e hizo aparición un extraterrestre de aproximadamente 1,80 de altura o más. :

Decía Pablo R.:

Pero fue sólo un segundo. Hasta que me di cuenta de que me habían llamado por mi propio nombre. Tenía que ser alguien que me conociera...Apunté la linterna a la oscuridad y distinguí una figura alta...No sé... tal vez un metro ochenta...tal vez más. Vestía una especie de mono transparente muy ajustado. Me extrañó por el calor que hacía aquella noche.
Su rostro era de facciones regulares y sólo recuerdo que sus ojos eran brillantes y un poco rasgados. Como los chinos... o más bien como los malayos.

Y momentos después, se estableció un dialogo claramente telepático entre Pablo R. y el extraterrestre. Añadía Pablo R.:

Creo que debí preguntarle quién era… cómo había llegado hasta allí.... de donde procedía...Sí, debí preguntarle todo aquello, porque contestó con mucha claridad...



Nave nodriza fotografiada por el contactado George Adamski

VELOCIDAD, DISTANCIA.

Ustedes no conocen mi planeta, dijo. Está en una zona de oscuridad que no captan sus telescopios ni sus receptores de radiaciones de microondas.
‑ ¿Están a mucha distancia de la Tierra?
‑Para su concepto de distancias, sí. Sus más veloces astronaves tardarían cientos de años en llegar allí.
‑ ¿Viajan ustedes a velocidades superiores a la luz?
‑No se trata de velocidad. Ni tampoco de distancias. Es un concepto incompren­sible para la física que ustedes conocen y tardarán aún bastante en descubrirlo. Con los conocimientos actuales de la ciencia no pueden ni siquiera entenderlo. Nosotros vivimos en una concepción totalmente distinta, para la que no sirven los parámetros de la Tierra en cuanto al tiempo y espacio.
‑Pero usted es un ser físico..., humano... ¿verdad?


extraterrestres

Sonríe...Tiene un cierto carisma de sonrisa benevolente.
‑Claro. En mi mundo somos humanos como ustedes. Existen algunas diferencias anatómicas de poca importancia. Sin embargo, lo que más marca la diferencia entre nosotros no es la materia física, sino la desigualdad de evolución, primero mental y luego astral y espiritual. Ustedes están evolucionando aún en el plano físico. Pero van a iniciar el paso a una evolución mental muy importante. Después... tal vez dentro de mil o dos mil años iniciarán la evolución astral...Y más adelante podrán dar el gran paso en la evolución espiritual. Más ésta tardará aún mucho tiempo en llegar.
-Yo había imaginado a los extraterrestres...de otra forma.
‑Hay algunos de otra conformación morfológica.
‑ ¿No son ustedes los únicos?
‑Naturalmente que no.
‑ ¿De dónde vienen los otros?
‑ ¿Por qué dan tanta importancia al lugar de procedencia. Cuando ustedes colonizaron las tierras salvajes de su planeta, las tribus que las habitaban no se plantearon nunca si los primeros seres blancos que veían procedían de un lugar o de otro...Actualmente llegan naves de diferentes puntos del espacio, porque ustedes se hallan en un lapso de transformación.

Seguí preguntando:
‑ ¿En qué planetas hay vida?
‑ Venus... Marte... En la Luna hubo vida hace mucho tiempo. Fueron establecidas allí unas bases para investigaros. Con el paso de los siglos las bases han quedado ocultas, aunque algunos astronautas han detectado algo que se silenció a la opinión pública por razones políticas.
Existe también una avanzada civilización en Ganimedes (satélite de Júpiter) que se halla muy cerca de vuestros parámetros mentales. Posiblemente, con el tiempo, sean ellos quienes establezcan el contacto directo a nivel oficial con vosotros. Urano está vacío. Una serie de condiciones cósmicas adversas lo imposibilitan para ser utilizado por ningún ser viviente. Lo mismo le sucede a Neptuno.



Imagen de Saturno tomada por la sonda Cassini el 28 de marzo de 2014 a una distancia de 2.861.094 km.

 Saturno dispone de una forma de civilización que os sorprendería. Es como un enorme jardín. Pero hay una diversidad de factores que, aunque llegaseis allí, os impedirían verlos.
Lo cierto es que aún os faltan muchos siglos para llegar a alcanzar el nivel cósmi­co adecuado que os permita establecer lo que vosotros llamaríais un contacto irreal, pero que en verdad es más real que ningún otro.
‑ ¿Son muchas las razas que existen en el espacio?
‑ Sí, incontables. Yo mismo no las conozco todas. Ningún sabio de mi planeta ha conseguido saber hasta dónde llega el Universo (Aquí se refiere seguramente al Cosmos), ni cuántas son las razas que lo habitan.
‑ Pero, ¿conocen ustedes muchos planetas habitados?
‑ Alrededor de ciento veinte mil. No todos ellos se encuentran en avanzado esta­do de evolución. Algunos incluso han evolucionado en sentido contrario y hoy se hallan en plena regresión hacia el estado vegetal. Sin embargo, con el tiempo volverán a resurgir.


Luis Jiménez Marhuenda
(FUENTE: Información recogida por el investigador Luis Jiménez Marhuenda que publicó en el periódico Información de Alicante, los días 22 y 29 de Octubre de 1.978. Articulo incluido en el libro Los Grandes Contactados, de Manuel Navas Arcos)

Todo ello nos lleva a la conclusión que los seres humanos vivimos “artificialmente aislados” del resto de la “comunidad de vecinos planetaria” principalmente por dos razones: Primera el miedo y cerrazón mental de las autoridades que temen perder su cuota de poder, alimentando la ignorancia del pueblo para conseguirlo; segunda, por la desidia de la población en general, que eligen y prefieren cierta “comodidad artificial” frente a una “necesaria evolución” que presumiblemente implicaría hacerse determinadas preguntas, que tal vez chocarían contra su propio ego...

Antes de dar paso al relato de Jaime Bordas Bley, descrito con destreza en el libro ¿De veras los OVNIS nos vigilan? de Antonio Ribera,  traeré una pequeña parte del dialogo mantenido por el contactado Daniel W. Fry con un extraterrestre llamado A-Lan, y recogido en su libro “El incidente de White Sands


Así explicaba A-Lan a Daniel W. Fry respecto a cómo necesariamente transmitir su vivencia de contacto al resto de seres humanos:

-“Si bien es verdad que mucha gente teme cualquier cambio en sus vidas, hay muchos otros que comprenden los problemas críticos que existen en su civilización y están buscando muy seriamente y en forma incansable una solución.

Esa gente entenderán su deseo de propalar las verdades que yo voy a darle. Ellos le prestarán cortés atención y expresarán el deseo de un mayor conocimiento, así que ellos pondrán cuidado antes de reír. Y en cada uno que presta atención y desea comprender, Ud. tendrá otro amigo.

No se olvide de lo que le dije respecto al poder del pensamiento. Cuando Ud. tiene amigos, nunca estará solo no importa donde esté. Cada mente que está con Ud., permanecerá con Ud. y lo respetará. Yesos amigos adicionales le darán valor y capacidad para sobreponerse a los problemas que puedan presentarse”.

-Eso espero, -dije- .Tengo la sensación, que si hago lo que Ud. dice, voy a necesitar abundancia de ambos.
Han transcurrido más de cuatro años desde su primer contacto conmigo. Ud. debería estar ya completamente adaptado a nuestro ambiente. ¿Por qué no hace descender su nave sobre los jardines de la Casa Blanca alguna mañana, pide que se le den facilidades para comunicarse con el mundo entero y transmite inmediatamente su mensaje a todo el planeta?

-Una solución tan simple sólo está dictada por el deseo, -replicó Alan-. Hemos discutido esto antes. Si Ud. piensa un poco, verá que hay muchas razones de orden general y específico por las cuales tal solución no daría resultado.

En primer lugar está el aspecto psicológico. Si nosotros apareciéramos como miembros de una raza superior viniendo de arriba para conducir el pueblo de la Tierra, haríamos pedazos el equilibrio del ego de su civilización. Decenas de millones de habitantes, en su desesperada necesidad de evitar ser desplazados a un segundo lugar en el universo, llegarían a extremos inconcebibles para negar nuestra existencia. Sí nosotros recurriéramos a medios para forzar en ellos la conciencia de nuestra real existencia, aproximadamente el 30% de esa gente insistiría en considerarnos dioses e intentarían responsabilizarnos de su propio bienestar.

En el restante setenta por ciento, la mayoría nos consideraría como tiranos potenciales que estuviéramos planeando esclavizar su mundo y muchos empezarían inmediatamente a buscar recursos para destruirnos.
Si puede derivarse algún bien importante y durable de nuestros esfuerzos, los líderes deberán ser miembros de su propio pueblo u hombres indistinguibles de ellos.

Es práctico por consiguiente darse cuenta que si nosotros fuéramos a aterrizar cerca de la sede de su gobierno, seríamos inmediatamente rodeados y llevados por las fuerzas militares, cuyo deber es proteger a sus gobernantes de todo posible daño.

Seríamos interrogados por horas, quizás días antes que se atendiera cualquier pedido nuestro. Luego seríamos obligados a exponer nuestra superioridad en el dominio de la ciencia material. Una vez demostrada nuestra superioridad en este campo, los jefes militares considerarían imperativo que sus países adquirieran y protegieran ese conocimiento científico avanzado.



La actitud de su gobierno, común con la de los gobiernos de otras naciones adelantadas de su planeta, es que todo nuevo conocimiento, particularmente el conocimiento científico, es propiedad del estado. Será conservado secreto, o será diseminado cuando y en la manera que ellos lo consideren necesario.

Tal actitud no es defecto de un individuo o de una fracción política. Es simplemente una filosofía de gobierno que se desarrolló durante las dos últimas guerras mundiales.

Recibió gran impulso en su país por la necesidad de guardar en secreto el desarrollo de las armas nucleares. Pero la "seguridad" militar debería basarse en la lógica y la razón. Se ha transformado en muchos casos en un pretexto para ocultar cualquier cosa que pueda molestar a uno o más miembros del cuerpo de gobierno.

En realidad, la mayoría de las tensiones que existen entre muchas naciones del globo, son el resultado directo de este excesivo secreto.

Con esto presente, Ud. puede darse cuenta clara: cualquier información que su gobierno pueda adquirir concerniente a nosotros, nuestra nave o nuestros conocimientos, será considerado el más vital secreto militar jamás poseído.

-Pero supongamos que Uds. aterricen, -dije-. Supongamos que Uds. dieran a nuestro país los beneficios de su sabiduría, ¿No prevendría esto el estallido de otra guerra?

-Seguramente Ud. no pensará que nosotros seríamos tan bárbaros, que atacaríamos otro país simplemente porque nos sentimos poseedores de medios para conquistarlos.
De ninguna manera -replicó Alan-, permítame que aclare mi punto de vista. Si nosotros aterrizamos en su país, su gobierno trataría de mantenerlo secreto, pero no tendría más éxito que el que tuvo para guardar en secreto sus armas nucleares. Tan pronto como el Gobierno de la Unión Soviética sepa que las fuerzas militares de los Estados Unidos han adquirido conocimientos altamente avanzados, decidirían que la única esperanza de evitar el dominio por los Estados Unidos, sería lanzar un ataque inmediato. Recuerde la lección de Pearl Harbor, y se dará cuenta de esto más claramente.




Si aterrizáramos en ambos países simultáneamente, el resultado más probable sería, una intensificación de la ya existente carrera de armamentos. Eventualmente podría desencadenar el holocausto que estamos intentando prevenir.

Nosotros señalaremos el camino y los ayudaremos a comprender la sabiduría del amor y la cooperación. Les brindaremos nuestra ayuda en la medida que podamos, pero Ud. y la gente que hemos contactado tendrán que difundir la palabra y ayudar al mundo a comprender.

“Si sus niños tendrán un futuro hacia el cual mirar, dependerá grandemente del éxito o fracaso de sus propios esfuerzos”.

-Me doy cuenta el peligro que plantea a nuestra civilización el riesgo de una guerra atómica, -dije-. Cualquiera que trabaje en el campo técnico lo sabe. Casi todos los científicos cumbres de nuestro país han, en un momento u otro, hecho la afirmación que una guerra atómica en gran escala llevaría a la virtual destrucción de nuestra civilización, pero nadie parece prestarles atención.

-Ello es porque sólo han planteado el problema sin ofrecer una solución,-dijo Alan-. En realidad la posibilidad de una guerra atómica no es el problema, sólo es un síntoma y nunca nadie ha curado una enfermedad tratando únicamente los síntomas.



Su civilización está enfrentando un gran problema, que durante los últimos años se ha vuelto crítico. Su existencia no es culpa de ninguna raza, credo o facción político, sino el resultado de una debilidad básica de la naturaleza humana. La falta de atención y la incertidumbre que Uds. manifiestan a menudo hacia la Fuerza Creadora Suprema, y su fracaso en comprender cómo esta gran Fuerza Creadora Espiritual puede ser usada para ayudarlos a expresar más amor y consideración hacia los otros seres humanos.

Es un problema extremadamente simple, y como la mayoría de las cosas simples, su importancia ha sido pasada por alto por demasiada gente de su pueblo. Realmente la solución descansa en; una completa comprensión del problema. Para ayudarlo a Ud. a comprenderlo a fondo, me expresaré en los términos más simples posibles.

Toda civilización en el Universo, no importa dónde o cuando se haya originado, se desarrolla primeramente a través del continuo aumento del conocimiento y de la comprensión que resulta de la exitosa prosecución de la Ciencia.

(Donde puede leerse completo el libro El incidente de White Sands, de Daniel W. Fryhttps://danielfry.com/daniels-writings/white-sands-incident/in-spanish/)

………………………………………………………….

A continuación los hechos que acontecieron a Jaime Bordas Bley en su encuentro con un extraterrestre, narrado a la perfección en el libro ¿De veras los OVNIS nos vigilan? de Antonio Ribera.


El enigmático personaje del Canigó

Abandonemos ahora al misterioso Mothman de Virginia Occidental y pasemos a Europa, y concretamente a la región pirenaica del monte Canigó, para trabar conocimiento con un personaje de aspecto mucho más simpático y atractivo. En este caso, quien realizó personalmente la encuesta no fue John Keel, sino yo mismo, beneficiado por el hecho de conocer personalmente al principal testigo de este desconcertante caso: Jaime Bordas Bley. Mi amigo Bordas es por muchos conceptos un personaje extraordinario: ex meteorólogo, llegó a ser una de las primeras potencias de Andorra; regentaba en la época en que se sitúa este suceso (junio de 1951) un hotelito situado al pie del Canigó, en el pueblo de Casteill y un poco más arriba de la estación balnearia de Vernet-les-Bains. El nombre del hotelito era «Hostal de l´Isard» (Hostal del Rebeco).



Casteil, Francia
 En los comienzos del verano de 1951, Jaime descansaba en el patio del «Hostal de l´Isard», bajo la sombra de unos perales. Por la puerta de la terraza que daba al lado de la montaña y al valle del Cadí, hizo su aparición un individuo que se detuvo en la entrada.
-Bonjour -dijo cuadrándose mientras realizaba una leve inclinación con todo el cuerpo.
Jaime le devolvió el saludo maquinalmente, examinándolo con detenimiento.

El individuo en cuestión era alto, de 2 metros. Su andar era pausado y su voz había sonado en tono bajo pero de timbre claro, que sin ser excesivamente varonil no correspondía a su físico.
Lo que más atrajo su atención, además de su extraña voz y sus peculiares modales fue su aspecto y su manera de vestir. Llevaba unos pantalones ajustadísimos, a modo de unos leotardos en donde resaltaba toda la musculatura de los muslos, bajo aquel color indefinible, de tonos azules, petrolíferos y grisáceos. Las largas y perfectas piernas rememoraban las de una estatua griega, tal vez demasiado largas en proporción al resto del cuerpo. Calzaba unas botas de media caña, de una sola pieza, sin ojales, ceñidas, muy negras, confeccionadas con una especie de piel extraordinariamente mate. Llevaba el torso ceñido por un blusón en el que destacaba un bordón de un dedo de grueso en torno al cuello. El blusón era un poco holgado, sin ajustarse tanto como el pantalón pero marcando su figura. Le llegaba hasta la cintura, rematado por una tira -a modo de cinto estrecho- cerrado por contacto, al igual que la abertura central.

Es de notar que los cierres de contacto, tipo «Velcro», por ejemplo, aún no se habían inventado. La blusa también estaba cerrada por sendos bordones rodeándole las muñecas. Este detalle hizo que Jaime se fijase en las manos del «desconocido»: eran unas manos provistas de dedos finos, alargados, bellas, muy afeminadas, lisas, blancas sin vello ni venas destacadas. Pese a su estrecha cintura tenía el cuerpo atlético y era bastante ancho de hombros. Su conjunto era más bien fino, de una esbeltez notable y no aparentaba poseer ni un solo gramo de grasa.
En cuanto a su tez, era blanca, ligeramente sonrosada. Imberbe. Los cabellos de un rubio claro, cayéndole casi hasta los hombros -de una manera similar a la del famoso «venusiano» de Adamski-, provisto de amplias ondulaciones y vuelto ligeramente hacia el interior por abajo.

Su cara era alargada, provista de una boca perfectamente dibujada; más bien sensual que fría, con los labios ligeramente carnosos y bien formados. Al hablar mostraba una dentadura normal y sana. La nariz de trazo rectilíneo sin ser clásica, algo achatada en las aletas, pero por encima de ellas continuaba en punta. Poseía unos ojos muy grandes, almendrados, de un azul límpido, tan claro que su mirar daba la sensación de ser un tanto desvaído pero llenos de vitalidad. Eran unos ojos propios de una mujer bellísima, turbadores, casi insondables y provistos de una especie de magnética penetración.

Cuando el «desconocido» posaba su enigmática mirada sobre él, Jaime experimentaba la sensación de sentirse atravesado de parte a parte. No le era posible sostenerle la mirada ni fijar sus pupilas en las de aquellos ojos. Cada vez que lo intentaba sentíase intimidado a pesar de que el «desconocido» le contemplaba atento y respetuoso.
Las cejas eran finísimas, formando un trazo rubio bajo una frente enormemente espaciosa.
Hablaba sin gesticular. Su cara y sus manos no se movían. Sus brazos se apoyaban en la mesa, quietos también. Daba la impresión de que en él todo el cuerpo era pura voz surgiendo con el mismo diapasón: muy agradable, sin inflexiones, sin altos ni bajos, suave pero a la vez penetrante y clara. Usaba un francés «químicamente puro» sin que resaltase ningún acento regional determinado.

Montaña del Canigó
 Empleaba un vocabulario de elevada técnica; sin embargo, todo lo exponía con sencillez y claridad. Aparentaba tener de 30 a 35 años.
-Quisiera pedirle un favor.
-Siéntese-le invitó Jaime con amabilidad. El «desconocido» tomó asiento en una silla, a su lado.
Al tenerlo tan cerca observó que la tela de su vestido tenía una contextura especial, lisa, al parecer sin fibras, como de espuma.
-He venido a verle para pedirle -continuó el «desconocido»- un favor.
-Si está en mi mano...
-Espero de su amabilidad que me facilite cada día, a esta hora, un par de botellas de leche y pan.
-No me dedico a vender lo que solicita -replicó Jaime-. Esto es un restaurante.
-Lo sé-admitió el desconocido-, pero no puedo dirigirme a nadie más en este pueblo. Si no me vende lo que le pido me causará una extorsión.
-¿Y por qué una extorsión? -
-No tengo documentos ni dinero -aclaró-. Además, he de procurar que me vean paseando por los alrededores de su casa lo menos posible.

Jaime pensó que su misterioso interlocutor podía ser un perseguido o un fugitivo político.
Entretanto, el «desconocido» le miraba fijamente con un rostro que se iluminaba, pero sin llegar a sonreír. En realidad no le vio sonreír jamás, únicamente en determinados momentos se le aclaraba toda la faz. Diríase que sonreía interiormente, sin ningún signo externo, como si la vida física cediese a la interna, a la espiritual.
Jaime accedió a su petición.
-Muchas gracias-dijo su extraño visitante con aquella indefinible expresión.
-Mañana ya puede pasar a recoger el pan y la leche, que yo iré a buscar al pueblo.

El «Hostal de l'Isard» estaba enclavado en la misma entrada de la población.
De súbito, Jaime le preguntó:
-¿De dónde viene usted?
-De arriba.
-¿Está en Marialles o cerca del Coll de Jou?
-De arriba -repitió el «desconocido».
Jaime no quiso insistir. Hubiera deseado saber la identidad de aquel raro personaje pero se contuvo. Un cuarto de hora antes de que éste se fuese le hizo prometer que sería muy discreto y no revelaría a nadie su presencia, quedando en volver al día siguiente a la misma hora.

En efecto, a la hora concertada volvió a comparecen, hizo la misma clase de salutación que el día anterior y fue a sentarse directamente al lado de Jaime.
-Me gustaría saber qué es lo que hace usted por esta región-dijo Jaime procurando no dar demasiada importancia a sus palabras.
-He venido con una misión científica -le respondió-. Más adelante le diré de qué se trata.
-¿Es usted un científico?
El «desconocido» asintió con la cabeza.
-¿Por qué rama de la Ciencia se interesa?
-Por muchas -contestó, preguntando a su vez-. ¿Usted también se interesa por la Ciencia?
-Sí. Bastante.
-Pues sepa usted que esta región es muy interesante para la Ciencia. El macizo del Canigó es riquísimo en mineral, pero además tiene otras cosas que usted no podría comprender nunca.


Le hablaba benévolamente, como si tratase con un niño de diez o doce años. Le exponía las cosas con claridad y sin el menor asomo de suficiencia o pedantería. En el tono que empleaba no existía el menor atisbo de orgullo o petulancia. Se limitaba a hablarle del Canigó. Entre otras cosas le dijo que era una montaña de hierro, magnética. Acaso esta inesperada información explicase los frecuentes accidentes de aviación que se han ido registrando y cuyo historial desde 1945, comprende una trágica lista de once catástrofes de aviación, con un total de 229 muertos. Posiblemente los compases de los aviones fueron desviados por la fuerza magnética de la montaña.

Al tercer día, extrañado ante las escasas necesidades que demostraba tener el individuo, le preguntó:
-¿No quiere que le traiga otra cosa del pueblo?
-Ya tengo suficiente-repuso con su habitual tono de voz.
-Me es usted muy simpático -insistió tratando de romper aquella especie de hielo que les separaba-. Si le hace falta algo más sólo tiene que decírmelo.
-No necesito absolutamente nada más -atajó el visitante. Tras una pequeña pausa continuó-: Yo me alimento únicamente de pan y leche.
Esta declaración no le sorprendió demasiado. Jaime había sido vegetariano durante muchos años, por lo que este tipo de alimentación, un tanto sobria, la atribuyó a una cuestión puramente dietética.
«Acaso esté enfermo», pensó para sí.

Con singular naturalidad, el «desconocido» empezó a desarrollar temas más profundos, de un curioso carácter social.
-El Régimen francés es retrógrado-díjole entre otras cosas y agregando a continuación-.Desde luego, el planeta en que nos encontramos está compuesto por una sociedad dislocada. Todo en vías de arreglo, pero aún no hay nada que se sostenga.
Por sus palabras y por los conceptos que vertía -que a veces sólo entendía confusamente- le pareció un auténtico comunista.


Este concepto Ideológico que había formado del «desconocido» se reafirmó al oírle decir:
-Existe un país que tan sólo es un embrión de lo que será el mundo del futuro. Pero sólo es un embrión.
Jaime le escuchaba cada vez más interesado.
-Es preciso desarraigar el egoísmo del hombre, totalmente. Ustedes creen que es algo congénito, pero no, no lo es. Aunque la tarea de su expulsión será muy dura.

Hizo una pausa. Daba la impresión de que sus palabras surgían por todas las partes de su cuerpo provocando una especie de fascinación a la que no podía sustraerse.
-El hombre se considera solo en la Tierra y no sabe que no es más que uno de los elementos de la evolución. Con todo su desmesurado orgullo, con toda su pretendida sabiduría, ignora que en el planeta Tierra existe un animal, hoy en proceso evolutivo, que andando el tiempo le sustituirá. Actualmente no puede sospechar que ya se está preparando algo que le superará.
-Me gustaría saber qué clase de animal o...
La intensa y fija mirada del «desconocido» cortó su pregunta. Cada vez más cohibido se vio obligado a apartar la mirada de él.


Y de nuevo, sin saber cómo, se entabló la conversación. Uno de los temas en que insistió muchísimo fue el de las fuerzas ocultas que ahora el hombre cree dominar.
-Al hombre se le han dado muchas atribuciones para dominar gran cantidad de fuerzas extraordinarias, pero él no lo sabe. Y si hace mal uso de ellas, únicamente conseguirá la precipitación de su propio holocausto y la aparición de esta cosa que vendrá después. El hombre ha de esperar. Tiene que saber esperar a darle tiempo al tiempo, sin quemar estérilmente las etapas. Solamente entonces será posible que, el hombre actual, llegue a enlazar con esta cosa futura.
Cada vez se hallaba más convencido de que su misterioso visitante era un ruso. Esta opinión la compartían los escasos habitantes de Castell que habían visto a aquel étre bizarre (ser extraño), como lo clasificaban en su patois del Rosellón. Sobre todo al oírle decir:
-Nosotros podemos evitar el cataclismo que las potencias capitalistas pueden provocar.
En otro retazo de las conversaciones que sostenían afirmó:
-Sus hijos verán el final de las religiones. Al menos tal como están estructuradas en la actualidad.



Hablando de la generación de la posguerra y de la rebelión de los hijos, expresó:
-Las revoluciones sólo vendrán de las juventudes. -Con sus pensamientos lisamente expuestos semejaba prever una verdadera mutación de la juventud.
El «desconocido» ya llevaba cuatro o cinco días en Castell, y pese a sus precauciones, se había convertido en la comidilla de sus habitantes.
Una mañana, estando ambos sentados en el patio, salió el hijo de Jaime, llamado como él y llevando entre sus manos una máquina fotográfica.
-Papá, os haré una foto.
Pero el «desconocido» mirándole con fijeza, rechazó diciendo con tajante acento:
-No. No, gracias.
Ante la insistencia del muchacho su rostro se alteró por primera vez tomando una expresión muy rara. Al fin accedió diciendo:
-Bien, hágala. De todos modos es inútil. No vale la pena.
Jaime les hizo no una, sino dos fotografías.
Al revelar el carrete, transcurridos unos días, cuando ya el «desconocido »se había despedido de Jaime, los dos fotogramas correspondientes a aquel par de exposiciones aparecieron en blanco. La película aparecía completamente transparente, sin señales de emulsión. Los otros seis fotogramas de la misma película, tamaño 6 x 9, salieron bien, mostrando escenas familiares.
El hecho continúa tan inexplicable ahora como cuando tuvo lugar.
El día de las fotografías el «desconocido» insistía en un tema, que sin lugar a dudas, le era muy caro: el de la perversidad del hombre que, según él, tocaba ya a su fin.

Transcurridos unos días, Jaime, sin poder dominar por más tiempo su creciente curiosidad decidió seguir los pasos del «desconocido» sin que éste se diese cuenta. Al abandonar el «Hostal de de l'Isard» comenzó a seguirle con la mayor discreción posible. Después de traspasar el puente del río Cadí volvió a subir hacia el Coil de Jou. Con no poca sorpresa pudo comprobar que el «desconocido» subía sin esfuerzo alguno, como si la cuesta descendiese en forma suave en lugar de ascender empinadamente. Tan regular y elástico era su paso. «Subía como una pluma... »
Manteniendo siempre la misma distancia le vio llegar hasta la parte superior de la cuesta. Allí, entre la espesura del bosque, le esperaba un ser de apariencia y traje iguales a los del «desconocido», aunque un poco más bajo de estatura. Tuvo la impresión de que se trataba de una mujer.
Los dos seres, sin saludarse, continuaron ascendiendo por el monte, introduciéndose en un bosquecillo. Jaime se vio obligado a seguirles por las alturas, ocultándose entre las matas, procurando no perderles de vista ni un solo instante.


El «desconocido» y su idéntico acompañante se detuvieron en un pequeño claro del bosque. En el centro del mismo, en una especie de calvero divisé algo que tenía toda la apariencia de una tienda baja, no cuadrada, sino ovalada o circular, con la parte central más elevada. Su color era como «gris metálico». Por más que se esforzó no pudo ver toda la superficie de la supuesta tienda de la que le separaba una distancia de unos 200 metros aproximadamente.

Montañero experimentado, quedose estupefacto ante aquel tipo de tienda. Caso de serlo, pertenecía a un género de confección muy rara en la época, utilizado sólo por las expediciones del Himalaya y en las misiones polares de Paul Émile Victor.
Los dos misteriosos personajes comenzaron a pasear alrededor de la tienda. Jaime no quiso ser inoportuno e indiscreto y decidió retirarse. Pero su curiosidad no quedaba satisfecha. Lo primero que hizo cuando el desconocido volvió de nuevo al Hostal, con su acostumbrada puntualidad, fue lanzarle de sopetón la siguiente pregunta:
-Pero, ¿qué hace exactamente usted aquí?


El desconocido adopté su postura acostumbrada, mirándole sin despegar los labios.
-¿Cómo se llama usted? -insistió con idéntico resultado.
Conformado pero no satisfecho por la imperturbable postura del «desconocido» desistió de hacerle más preguntas por el momento. Era casi seguro que estaba allí clandestinamente.
Poco a poco volvió a entablarse la conversación, versando como siempre sobre los temas sociales.
De pronto el «desconocido» lanzó su pregunta:
-Y usted, ¿qué hace socialmente?
-Pues yo no pertenezco a ningún partido político-repuso Jaime-, pero soy muy avanzado socialmente.
-Tiene la obligación de desplegar más actividad social. No hace lo bastante en este terreno, porque usted, con las aptitudes que tiene, está obligado a una actividad social de acuerdo con sus impulsos interiores.

Por unos momentos, Jaime quedó como en suspenso. ¿Cómo podía saber el «desconocido» las condiciones que concurrían en él? ¿Qué sabía de su vida, tanto anímica como física? Reaccionando tardíamente replicó:
-Yo no tengo su capacidad. ¿No se da cuenta de que a veces no puedo seguir el hilo de sus pensamientos ni los entiendo?
A partir de aquel instante, el «desconocido» se esforzaba por hacerse entender, explicándole las cosas hasta lograr que las comprendiera. El comentario entonces era muy singular. Decía simplemente:
-Bon, enregistré. (Bien, registrado.)
Empleaba a menudo un lenguaje muy técnico, tal como lo haría un profesor de física, utilizando símbolos matemáticos que escapaban a su comprensión.


Como era de esperar, la curiosidad de los habitantes del poblado no podía permanecer sin manifestarse.
Jean Pi, cultivador de manzanas, le interpeló en cuanto tuvo ocasión.
-¿Quién es ese ser tan raro que te va a visitar?-.Ante el silencio de Jaime, un poco molesto continué: El otro día estaba yo en el manzanar y al verle le grité: « ¿Eh, dónde va usted?» No me hizo caso. Yo insistí: « ¿Eh, es que no oye?» Entonces se volvió mirándome de tal manera que me intimidé. Tienes que saber, amigo, que es un ser muy raro. El caso es que ya no pude decirle ni media palabra más.
Pocos días después, hallándose en el pueblo, el padre de M. Nou, que ostentaba el cargo de alcalde del lugar, le preguntó:
-¿Quién es ese ser tan raro que le visita? El otro día le saludé pero ni siquiera me contestó. Creyendo que era extranjero y no me entendía le dije por medio de gestos: « ¿Y los papeles?» Me miró tan fijamente, con tal intensidad, que creí haberle ofendido y me sentí muy intimidado. Por un momento tuve la sensación de que me tapaban la boca con una mordaza. No pude decir ni palabra. ¿Quién es este individuo? ¿Le conoce usted?
-Puede estar tranquilo -respondió Jaime-. Es un buen amigo y una excelente persona. Desde luego es extranjero y ha venido de muy lejos para hacerme una visita. Yo respondo por él Pero por favor, no diga nada a la Gendarmería. No es que pueda ocurrir nada, pero sería enojoso.
- ¡Ah, bueno, así está bien!

Jaime Bordas cada día estaba más intrigado. Habían transcurrido diez días desde la primera visita del desconocido, que se presentaba invariablemente a la misma hora, para efectuar una breve inclinación corporal y sentarse luego a charlar, unas veces a la sombra de los árboles, en el patio o en el comedor del Hostal. Ni una sola vez quiso entrar en el bar. Después recogía su pan y su leche marchándose con su característico caminar.
Aquel ser representaba un enigma. A menudo se había forjado diferentes hipótesis, que no tardaba en desechar, quedando sumido en un caos de agitadas confusiones. En su mente quedaban agitándose una infinidad de preguntas a las que no podía dar una respuesta lógica.
¿De dónde había surgido? ¿Cuál era su origen? ¿Se trataba de un hombre fuera de «serie nacido en algún nórdico lugar? ¿Se trataba de un miembro perteneciente al clandestino movimiento de la Resistencia o de un espía soviético? ¿Qué misión u objeto tenía que llevar a cabo en aquellos solitarios aledaños?

En cuanto le vio aparecer fue a su encuentro. Sin poder dominar sus impulsos le preguntó casi a boca de jarro:
-Oiga, ¿qué es lo que hace usted por ahí arriba?
El le dirigió una, de sus extrañas miradas sin que sus labios se despegaran para emitir sonido alguno.
Jaime insistió:
-Tenga en cuenta que yo he respondido por usted. De sus acciones depende mi prestigio y tal vez mi seguridad.
La cara del «desconocido» pareció iluminarse con una extraña claridad y sus frías pupilas relumbraron por unos segundos, pero persistió en su silencio.
-Supongo que no se pasará todo el día sin hacer nada -continuó Jaime-. ¿No puede decirme qué clase de misión le ha traído por aquí?


Los labios del «desconocido» apenas si dieron sensación de que se movían. Y por primera vez contestó conciso a sus insistentes preguntas.
-Estoy haciendo el mapa topográfico del Canigó.
-Es un trabajo innecesario -replicó Jaime-. Ya existe el plano directo de la carta de Estado Mayor. Yo podría procurárselo con facilidad. Cualquier librería de Perpiñán lo tiene.
-Ya lo he visto. No me sirve.
De repente, sin saber por qué, a Jaime le llamó la atención la clara tonalidad del rostro del «desconocido». Pensó, con lógica, que éra imposible que, al cabo de diez días efectuando escaladas por aquellos riscos, pudiera conservar la tez tan fresca y sonrosada como la de una doncella., El sol de la alta montaña quema intensamente. Bastaba ascender al Canigó (2.785 re), al pico Barbet (2.750 m), al pico de Tres Vents (2.700 m), al pico de Roja (2.600 m), para acusar los efectos de la insolación.
-¿Cómo es posible que conserve la cara tan blanca si se pasa todo el día en lo más alto de los picos?-objetó-. ¿Acaso se pone un velo o una gasa? Jaime esperó sutilmente una contestación El «desconocido» volvió a adoptar su típica actitud silenciosa, mientras semejaba envolverle con la aguda mirada que surgía del fondo de sus ojos. Llegó a pensar que la palabra no, que nunca había empleado, no existía en su vocabulario.
-¿Terminará pronto este.., trabajo?
-Sí, dentro de unos dos o tres días lo habré concluido.
-¿Me lo enseñará? Me gustaría verlo.


La sombra de una sonrisa pareció esbozarse fugazmente. Dio media vuelta y emprendió el camino hacia las alturas. Un día antes de su partida el «desconocido» realizó su habitual aparición. Esta vez llevaba algo en la mano: un tubo de aspecto metálico y de cuyo interior extrajo un mapa que extendió sobre la mesa. Era un plano cartográfico, limpiamente ejecutado, con las cotas, las curvas de nivel perfectamente trazadas, reproduciendo con inusitada fidelidad todo el macizo del Canigó. El tipo de papel empleado daba la sensación de un pergamino muy suave, sin pliegues y no crujía al ser manejado. Reconoció con harta facilidad el trazado que aparecía ante sus ojos sin ninguna clase de letras ni números; únicamente se distinguían unos símbolos indescifrables. Uno de ellos era una especie de media luna en las curvas de nivel. La tinta empleada era negra y las altitudes no estaban señaladas con cifras arábigas. La topografía era perfecta.

Cuando Jaime hubo saciado su curiosidad, el «desconocido», doblando el sorprendente mapa, volvió a guardarlo, no en el tubo, sino en una especie de carpeta provista de tapas metálicas, que como es de suponer había traído consigo, pero que de pronto, había pasado desapercibida a la atención de Jaime. En el interior de la carpeta había otros documentos, así como en el tubo.
La labor topográfica para levantar aquel plano con sus detalladas curvas de nivel, hubiera requerido el esfuerzo continuado de un equipo de topógrafos del Ejército durante dos meses, cuando menos. Sin embargo, aquel misterioso ser lo había llevado a cabo -solo o con la ayuda de su no menos enigmático compañero- en quince días es casos... Y al parecer sin más alimento que pan y leche.
El hecho en sí era algo desconcertante e incomprensible. Un misterio más que añadir a los que rodeaban al «desconocido».

Aunque las sorpresas de Jaime no habían terminado.
El fantástico topógrafo le dijo:
-Mañana no me traiga ya más leche. No le podré pagar.
-No importa -repuso, comprendiendo que aquello significaba una despedida-. Lo que he aprendido de usted durante estos quince días, vale mucho más que el pan y la leche que le he proporcionado.
-No le podré pagar con dinero -continuó el «desconocido»- porque no lo tengo, pero le daré al que para ustedes tiene mucho más valor. -Y le tendió un pequeño paquete que llevaba en la mano.
Jaime no había observado nunca que el traje del «desconocido» tuviese bolsillos. Otro detalle que de repente le asaltó fue que realmente pese a que le había tratado siempre como a un hombre, en realidad no lo podía asegurar, pues su conformación de cintura para abajo no daba señales de atributos masculinos, sino que presentaba una superficie lisa, mórbida.


Al abrir el paquete vio que contenía unas cuantas piedras.
-Tómelas -le dijo el «desconocido»-. Son pepitas de oro.
-¿De dónde las ha sacado?
-Del río Cadí. Es aurífero -contestó-. Yo puedo encontrar tantas como quiera.
Jaime no dudó ni por un momento de su afirmación. Estaba acostumbrado a confiar completamente en su palabra. Siempre había tenido la impresión de que aquel «desconocido» no podía mentir.
-Gracias. Buen viaje. ¿Por dónde se irá? ¿Pasará por Vernet? Se lo pregunto con la intención de acompañarle con mi coche hasta Vilafranca del Conflent, donde puede tomar el tren. Piense que no tiene documentos que acrediten su personalidad,
El desconocido se limitó a decir.
-Por arriba.
Mientras se alejaba hacia donde tenía instalado el campamento, Jaime pensó que se iría por la alta montaña. No cabía otra explicación. Sólo ahora, transcurridos bastantes años, cree que aquel «arriba» pudiese significar algo más.

Aunque de momento, bajo la influencia de la poderosa personalidad del «desconocido», le creyó cuando le dijo que aquellos pedruscos redondeados que parecían unos vulgares cantos o guijos eran pepitas auríferas, después empezó a dudar. Hasta que por fin se decidió a llevarlos a Perpiñán con el objeto de mostrárselo a sus amigos, los hermanos Ducommun. ¡Cuál no sería su sorpresa ante el entusiasmo desbordado que le mostraron los joyeros al asegurarle que aquello era oro purísimo!
-¿Dónde los has encontrado? -le preguntaron con avidez-. ¿Quieres que nos asociemos para explotar este placer?
Jaime no quiso revelar su procedencia, cosa que molesté en extremo a los joyeros.
El «desconocido» había pagado con la magnificencia de un rey los alimentos que le proporcionó. El valor de las pepitas era muy superior al de los modestos víveres que había consumido: más de 50.000 francos.

Con este golpe de efecto terminó el hasta hoy inexplicable episodio de Castell a los pies del Canigó. La confirmación del encuentro con un personaje extraterrestre sería el mejor documento que existe y el de mayor duración. Los supuestos contactos de Adamski, Cedric Allingham, Truman Bethurum, Siragusa, Daniel Fry y algunos otros, no poseen pruebas tan corroborables como el de Castell, ya que en ellos todo depende de lo que cuenta el contacto. En el caso del Canigó no se registra la presencia de una «astronave», un «disco» o cualquier otro tipo de vehículo espacial. La presencia de la tienda da pábulo a muchas suposiciones. ¿Se trataba de un medio de transporte discoidal, aplanado y de color gris metálico, lo que Jaime tomó por una tienda último modelo?

Es muy significativa la observación aportada por  el eminente y estudioso francés Jacques Vallée, doctor en Matemáticas, asesor de la NASA en el mapa de Marte, especialista en máquinas calculadoras «IBM» y uno de los mayores expertos del mundo en «objetos no identificados», tema sobre el que ha publicado varías obras en inglés. En su lista de doscientos casos de aterrizajes de OVNIS y en el que lleva el número 55 y la fecha 4 de octubre de 1954, dice, que un niño de diez años, llamado Bartiaux, vio un objeto «en forma de tienda» que había aterrizado cerca de Viliersle-Tilleul (Ardenas). A su lado se hallaba de pie un individuo desconocido.
Pero en este caso se cuenta con el testimonio de casi todos los habitantes de una población. En mayo de 1967, en Castell, existían varias personas que habían conocido a Jaime cuando éste regentaba el «Hostal de L'lsard». Entre ellas Michel Cases, propietario del hotel-restaurante «Le Catalan».

El macizo del Canigó es perfectamente conocido desde el punto de vista geológico, pero la verdad es que los aviones que lo sobrevuelan sufren extrañas perturbaciones magnéticas en sus aparatos de navegación Algo o alguien perturba los compases y los radiogomómetros de los aviones en las inmediaciones del misterioso y poético macizo que en un mapa de Europa ocupa un espacio menor que una antigua moneda de cinco céntimos, Sin embargo, este pequeño círculo constituye EL MAYOR CEMENTERIO DE AVIONES DE EUROPA (1).

El vuelo 19. El 5 de diciembre de 1945 desaparecieron en el Triangulo de las Bermudas cinco aviones torpederos Avenger TMB-3 pertenecientes a las Fuerzas Aéreas norteamericanas sin dejar rastro. Éstos estaban realizando unas practicas cuando se les perdió la pista. Se trata del caso mas conocido y analizado de todos. El avión que enviaron inmediatamente en busca de los desaparecidos también se perdió en mitad del mar.

La conclusión de cada una de las encuestas efectuadas fue siempre la misma: error de navegación. Pero, ¿cuál es la razón natural, conocida y comprobada que hace que tantos pilotos experimentados, guiados por una completísima red de radiofaros desde tierra, cometan siempre el mismo error y en el mismo lugar?
Los técnicos responden que se trata de una desdichada coincidencia. El cálculo más elemental de probabilidades nos dice que ya no puede hablarse de «coincidencias» en el caso del Canigó. Caso que recuerda el «triángulo mortal de las Bermudas», misteriosa zona triangular que existe en el mar, a la altura de la península de la Florida, y, donde se han «esfumado» misteriosamente docenas de barcos y aviones, en pleno día y con calma chicha.
¿Existirán acaso en nuestro planeta centros de perturbación magnética capaces de «volver locos» los instrumentos de navegación aérea y marítima? De ser así, ¿cuál es la causa? ¿Tendrá relación con esto el secretísimo Proyect Magnet de la Aviación americana consistente en varias superfortalezas volantes y equipadas con perfectos magnetómetros? Y por último, ¿qué relación tiene -si la tuvo- el «desconocido» de Castell con estos trágicos y osos sucesos?

Sea como fuere, es de notar que, por causa verdaderamente incomprensible, el extraño episodio de Castell se borré, al poco tiempo, de la mente de Jaime, sufriendo una amnesia total-temporal que ha durado durante unos diez años. ¿Fue un bloqueo psicológico impuesto de «arriba»? El enigma subsiste y posiblemente aún nos hallemos muy lejos de su solución.
Sin embargo, el «desconocido» predijo a Jaime que su vida cambiaría radicalmente y que sería objeto de shocks muy violentos.
Los hechos posteriores parecen confirmar esta predicción. Efectivamente en el verano de 1971, hallándose Jaime en su magnífico chalet de Andorra y en compañía de Odile, su esposa parisiense que conoció poco después de los hechos antes reseñados, recibió una misteriosa llamada telefónica desde París. La voz era la misma que había oído en 1951 en Castell, la del «personaje misterioso», que le dijo:
-«Te hablo desde un automóvil, en el Bosque de Vincennes. Experimentarás una nueva mutación. Cesarás de envejecer, y tu mente se abrirá a verdades más amplias.»

En 1967, Rafael Farriols y yo nos personamos en Casteil para efectuar una detallada investigación in situ. Entrevistamos a varias personas que aún recordaban a Jaime Bordas y al etre bizarre que iba a buscarle pan y leche; es decir, el «extraño ser» de nuestra historia. Entre estos testigos se contaban el ya citado Michel Cases, M. Nou, antiguo alcalde del pueblo, Jean Pi, cultivador de árboles frutales, y otros. Bordas me había confiado, como se recordará, el nombre de los joyeros que adquirieron las pepitas de oro que le entregó el desconocido: los hermanos Ducommun. Por una afortunada casualidad, uno de ellos, Henri, era a la sazón Vicepresidente de la Federación Francesa de Estudios y Deportes Submarinos. Al ser yo uno de los pioneros del buceo autónomo en España, autor de varias obras sobre la materia, amigo personal del comandante Cousteau y de otras personalidades del mundo submarino, tenía ya garantizado un buen recibimiento por parte de dicho joyero quien, según pude luego comprobar, conocía en efecto mi nombre.

Castillet, Perpiñán (Francia)
La joyería de DUCOMMUN FRÉRES se encuentra en uno de los lugares más céntricos de Perpiñán: en la misma plaza que se abre al pie del Castillet.  Henri Ducommun me recibió amablemente, yo le presenté a Farriols y acto seguido le expuse el motivo de nuestra visita, después de hacer unos breves comentarios sobre el buceo y hablarme él de un compresor para la carga de botellas que se había hecho instalar en Rosas.
-En efecto, me acuerdo perfectamente de Jacques Bordas -me dijo-.. Era un guía de montaña que entonces regentaba un hotel de montaña en Castell. Era un hombre fuerte, simpático y de trato muy agradable.
-¿Recuerda usted si alguna vez le trajo pepitas de oro para vender?
-Pues sí -respondió Henri Ducomniun-, creo que fue hacia el año 50 ó 51, no recuerdo bien. Como ustedes saben -agregó.-, la cuenca del río Cadi es aurífera, pero nunca nadie había traído pepitas de aquella calidad.
Confirmado este último extremo, que parecía corroborar la veracidad de la extraña historia, Farriols y yo reemprendimos el regreso a Barcelona, en el «Monis 1100» de mi amigo, mientras en nuestro interior se alzaba este interrogante:
¿SERIA EL DESCONOCIDO DEL CANIGÓ UNO DE LOS PRIMEROS HOMBRES DE UMMO LLEGADOS A LA TIERRA?

Las fechas concordaban: mamo de 1950; junio de 1951. Poco más de un año después...El interrogante sigue en pie.