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jueves, 23 de marzo de 2017

La abducción de Prospera Muñoz: Uno de ellos aproximó a mi rostro lo que identifiqué como dos capsulitas de muy pequeño tamaño. Las colocaron en el extremo de una jeringuilla y las inyectaron por la nuca con suavidad y muchísima delicadeza por la lentitud de sus movimientos. Allí quedó instaurado aquel artilugio diminuto que, según me explicaron, no podrían retirar o eliminar los médicos de la Tierra.

La abducción de Prospera Muñoz: Uno de ellos aproximó a mi rostro lo que identifiqué como dos capsulitas de muy pequeño tamaño. Las colocaron en el extremo de una jeringuilla y las inyectaron por la nuca con suavidad y muchísima delicadeza por la lentitud de sus movimientos. Allí quedó instaurado aquel artilugio diminuto que, según me explicaron, no podrían retirar o eliminar los médicos de la Tierra.



 ¿Programan las abducciones los extraterrestres? En muchos casos sí. También puede decirse que hacen un seguimiento durante muchos años de aquellos que han abducido, tal como se deduce analizando el caso de Prospera Muñoz; unos hechos que ocurrieron en Jumilla (España), allá por el año 1947 cuando la protagonista era todavía una niña. Leyendo el libro Contacto entre dos mundos (las extraordinarias experiencias ovni de Prospera Muñoz), de Jorge Sánchez, los extraterrestres la habrían seleccionado entre otros motivos porque su “aura* denotaba unas características físicas especiales para la “experimentación”.



*(En el ámbito de la parapsicología, el aura se concibe como un campo energético de radiación luminosa multicolor que rodearía a las personas o a los objetos como un halo y que sería invisible para la gran mayoría de los seres humanos). (FUENTE: Wikipedia)

Tal vez, lo más relevante del caso de Prospera Muñoz fuese el hecho de que los extraterrestres habrían “programado a 30 años vista revelar sus actividades de aquel lejano año 1947 para que llegado el momento y siendo ya una persona adulta, Prospera pudiese recordar aquellos increíbles acontecimientos”, tal vez con el fin de que fuese plenamente consciente de la importancia del experimento en el cual ella estaba involucrada y era parte importante y necesaria del mismo.


Prospera Muñoz
Si analizamos infinidad de testimonios donde muchos seres humanos relatan “sus propias abducciones”, en algunos casos ayudados mediante sesiones de “hipnosis regresiva”, los extraterrestres son capaces de  monitorizar el desarrollo de toda una vida ayudados mediante “implantes* localizados principalmente en la cabeza (nariz, oído o en el cerebro junto a la glándula pineal), aunque a veces se sitúan en los dedos de pies y manos o en los órganos genitales.

*(Por ejemplo, los abducidos, bajo hipnosis, cuentan de haber sufrido una extraña intervención quirúrgica a través de la nariz y en efecto fue el propio Hopkins el que descubrió por primera vez un microimplante en el interior del cerebro de un abducido que había descripto esta intervención.
Este tipo de implante, introducido a través de una de las fosas nasales (generalmente la derecha) hasta llegar al hueso esfenoides, perforándolo, que viene colocado en la posición final en el interior de la hipófisis, ha sido después encontrado fácilmente en muchos otros abducidos mediante RMN (Resonancia Magnética Nuclear), TAC (Tomografía Axial Computada) y a veces también, por medio de simples radiografías frontales y parietales.



Otros tipos de implantes han sido encontrados bajo microcicatrices que los abducidos tienen en el cuerpo, sin saberlo a nivel consciente; pero que, bajo hipnosis, ellos recuerdan siempre la operación, aunque no siempre saben decir con certeza si algo le ha sido introducido o extraído.
En los Estados Unidos Derrel Sims ha profundizado la investigación y, con la ayuda del doctor Leir y de otros cirujanos, ha extraído del cuerpo de muchos abducidos, cuando fue posible, extraños objetos microscópicos, algunos de los cuales, analizados en por lo menos cinco universidades americanas, han revelado la presencia de un porcentaje isotópico (en los componentes del implante) diferente del terrestre, confirmando, sin sombras de “duda lógica”, la procedencia alienígena.

Para citar un ejemplo, hace unos años Sims extrajo, del dedo grande del pie izquierdo de una mujer de mediana edad, un pequeño objeto metálico cubierto por una membrana de material quitinoso, probablemente para evitar el rechazo. Este material poseía un porcentaje isotópico diferente del terrestre previsible para esa muestra, tan diferente, que hizo declarar a Sims que la naturaleza del objeto encontrado era alienígena, algo que resultaba confirmado por el resultado de las hipnosis regresivas efectuadas sobre la señora.
Del libro Alien Cicatrix, del Dr. Corrado Malanga)



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Y puede deducirse también, que esos mismos seres de las estrellas estudiaran de igual modo el comportamiento humano en su conjunto; así como las reacciones que pudiera experimentar cualquier ser humano, tal como Prospera Muñoz frente a la innegable realidad extraterrestre una vez se llega a ser consciente de ello: Desde hace miles, quizás millones de años, seres de otros planetas estudian a la humanidad; es decir, que los extraterrestres tutelan y vigilan nuestro planeta, quizás dentro de un plan cósmico, algo así como un “Proyecto de Evolución en la Tierra”, que se movería principalmente en torno al estudio de las emociones y la genética humanas, sin obviar lógicamente, un detallado análisis de la sociedad en su conjunto y su evolución a través de los siglos.

Si tomamos en consideración lo revelado por los extraterrestres a algunos contactados como el peruano Sixto Paz Wells, ese “macro-plan* sobre el planeta Tierra” se habría iniciado en el albor de los tiempos, mucho antes de que en nuestro planeta existiera la vida. Por alguna razón, la evolución de ciertas civilizaciones extraterrestres se habría estancado y necesitaban “estudiar y aprender aspectos ya olvidados” de otros seres menos evolucionados como los humanos a fin de  alcanzar la séptima dimensión. Por ello, cuando se trata de buscar una explicación a hechos como el ocurrido a Prospera Muñoz, allá por el año 1947 en Jumilla, deberíamos entenderlo en su conjunto: La comprensión de las emociones y los sentimientos en seres tan contradictorios e impredecibles como los seres humanos.

*(…Me llamo Oxalc, soy de Morlen, ustedes la llaman Ganímedes, una  de las lunas de Júpiter.  Podemos tener contacto, pronto nos verán
– ¿Llegó un momento en que no podían ser mejores de lo que eran? ¿Qué les impidió llegar a la séptima?
– Ciertamente se llegó tan rápido a niveles tan altos que se perdió la perspectiva.  Sobre todo porque el patrón u orientación procedía de los seres mentales, que valga la reiteración son muy mentales, los cuales no poseen la conexión vivencial con el universo espiritual (su conexión con lo espiritual es mental) y requieren aprender a través de la experimentación espiritual que puedan lograr los seres del universo material…
– ¿Podrían darnos un ejemplo de toda esta situación?
– Por un momento imagínense que la evolución en esta última creación es como una movilidad (un auto) de los que ustedes conducen, y que se encuentra subiendo por una cuesta, hacia lo alto de una muy empinada colina.  Cuando ya les faltaba poco para alcanzar la cima y luego descender con toda facilidad, siempre y cuando los frenos y la destreza lo permitieran, la movilidad de pronto se detiene bruscamente... No restaba casi nada para llegar a la cumbre y sin embargo, el medio de locomoción se ha estropeado.  Y no hay forma de echarlo a andar.



Esta es exactamente la situación: Las civilizaciones más avanzadas se encuentran estancadas sin poder llegar a la cumbre, a pesar de que les falta poco.  Empujar hacia arriba es imposible, y esperar a que llegue un remolque, sería como aguardar todo el tiempo que les demoró ascender hasta allí.  Por ello se planteó la posibilidad de crear una alternativa mediante un experimento especial en planetas de categoría “Ur”.
– ¿Qué es un planeta “Ur”?
– En la Galaxia hay cientos de miles de millones de estrellas formando sistemas solares.  La mayoría de los sistemas son binarios o trinarios, lo que significa dos o tres soles.  Pocos son los sistemas de una sola estrella donde suelen surgir planetas de clase “Ur”, que son conocidos por tener un aura marcadamente azul y, no sólo por el reflejo de su composición atmosférica, sino por su propia vibración, lo cual los hace ser planetas predestinados para un desarrollo espiritual superior, siempre y cuando logren superar sus agudas crisis de inestabilidad.
Sí, estos mundos son muy inestables, sujetos a una vida efímera, debido a que fácilmente entran en convulsión o atraen otros cuerpos del espacio que colisionan con ellos destruyéndolos.  Pero a la vez, esta inestabilidad permite una gran biodiversidad.  Por ello, suelen ser seleccionados como laboratorios de experimentación natural de nuevas formas y alternativas de vida y evolución.
La Tierra es uno de esos planetas “Ur”, que fue seleccionado junto con otros mundos pertenecientes a galaxias del grupo local del que forma parte la Vía Láctea, para llevar a cabo un proyecto que consistía en tratar de crear las condiciones como para que más adelante surgieran en ellos, civilizaciones con un potencial psíquico y espiritual capaces de ubicar y abrir por sí mismos puertas entre las dimensiones, para reconectar en su momento los universos, entre sí a través de las dimensiones y planos de conciencia.  Para lograr lo que los otros no habían conseguido pero en un tiempo sin tiempo.



Volviendo al ejemplo anterior, imagínense que estando estancados, en vez de esperar la grúa pudieran sin perder lo alcanzado, retroceder con cuidado para que con el impulso intentaran accionar su máquina, o también el que la grúa pudiera materializarse allí mismo de manera instantánea, sin haber tenido que perder tiempo aguardando.  Y es que si por un momento tratamos de visualizar la situación, veremos a la evolución como expectante de otra evolución paralela, creada al lado.
De pronto, se establece un círculo imaginario que lleva a partir del punto inicial –el lugar de estancamiento de los planetas superiores—, a trabajar durante un largo tiempo que sólo transcurre para los directamente involucrados en él (la Tierra y otros planetas Ur), para así irse cerrando poco a poco dicho círculo mientras se va creciendo en madurez y conciencia.  Este retorno, que significa volver pero por sí mismos al punto de donde partió todo, habiendo en el camino, experimentado y descubierto alternativas nuevas de progreso y avance, serviría en su momento de inspiración o pauta a los observadores y promotores de dicho experimento, para llegar juntos a dar el gran paso a séptima.  Al ser un hecho los viajes en el tiempo y el espacio, se pueden crear a su vez tiempos alternativos, donde se puedan barajar posibilidades nuevas y convenientes.  Por ello, que no les resulte difícil pensar que uno puede saltar dentro de un tiempo que tiene forma espiral, y viajar así al pasado de mundos que se destruyeron en su proceso de formación, y que si se llegase a evitar dicha destrucción, dependiendo del momento en que se hiciese la modificación, no se estaría alterando inconvenientemente, sino que en gran medida, se estarían creando nuevas oportunidades con consecuencias muy positivas, que podrían beneficiar a muchos.
– ¿Y qué hay del destino?
– La voluntad heredera del Creador nos permite modificar y alterar, creando nuestro propio destino.
– ¡Pero, estamos hablando del nuestro, no del de ustedes! (Comentario del grupo.)
– Todos los destinos están interrelacionados.  Y se puede modificar hasta donde se nos permite poder hacerlo.  ¿Recuerdan aquello de la ética cósmica?
En el centro de este grupo local de galaxias se encuentra la nebulosa de Andrómeda, allí hay un Consejo de Galaxias.  Esto es, los representantes de los consejos locales.  A este Consejo Principal se le conoce como el Consejo de los Nueve de Andrómeda, y la relación entre este consejo y los consejos locales, se la conoce como la Gran Hermandad Blanca de la Estrella.  Ellos mantienen una guardianía superior sobre el equilibrio de esta parte del universo.
Cuando se vino a la Tierra aún no había seres inteligentes sobre la faz del planeta, pues se vino en el pasado
Del Libro de los Guardianes y Vigilantes de Mundos, del contactado Sixto Paz Wells.)


Andromeda
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De este modo, teniendo una visión ampliada puede atisbarse una explicación a los cientos de abducidos que se han reportado en la Tierra hasta la actualidad; si bien es cierto que muchas de esas abducciones resultan ser experiencias traumáticas ya que alguna de las 70 razas extraterrestres que estarían visitando nuestro planeta en la actualidad son conocidas como regresivas; cuya ética y moralidad dejaría mucho que desear.

Retomando la abducción de Prospera Muñoz se deduce el hecho que los extraterrestres previeran que la abducida recordase de una forma consciente lo acontecido en 1947, tal vez porque esa “interacción” con sus recuerdos formaba parte del propio experimento. En el libro Contacto entre dos mundos, de Jorge Sanchez, la protagonista revela como posteriormente contactó en dos ocasiones y de una forma inesperada, con aquellos mismos extraterrestres. En el año 1954, cuando sus padres regentaban el bar Europa, en la calle Cánovas del Castillo, 64, calle conocida como “calle de la Feria”, en Jumilla, Murcia (España) y estando Prospera trabajando en el bar llegaron dos hombres bajitos, sentándose en la barra. Su tez era pálida, de un azul suave. Pidieron dos cafés y según se narra en el libro, al poco de que se los sirviera Prospera, esta encendió unas luces de mayor potencia y los extraños se echaron las manos a la cabeza porque al parecer les molestaba en exceso. Instantes después aquellos seres bajitos dejaron unas monedas en la barra y se marcharon precipitadamente… aunque a Prospera le dio tiempo a observar un detalle: …Las manos de los extraños solo tenían cuatro dedos.

El tercer encuentro con los extraterrestres sucedió en el año 1961 en la playa de San Juan, Alicante (España). Por aquel entonces el padre de Prospera había vendido el bar de Jumilla, haciéndose cargo de la concesión de la Centralita de Teléfonos de la playa. Según Prospera Muñoz, un día que se encontraba sentada junto a la playa cuando vio llegar a dos seres también bajitos, vestidos de una forma ciertamente estrafalaria, aunque quisieran de alguna forma pasar desapercibidos y cuya fisonomía se correspondía con los mismos que pudo ver en el año 1954 en el bar de Jumilla. Cuando aquellos seres pasaron  junto a ella mantuvieron una breve conversación entre ellos:

-¡Está enamorada! -dijo uno de ellos.
-Sí, es cierto, se la ve muy feliz.
-¡Lleva gafas!
-En efecto. Pero no es culpa nuestra, no es por lo que sucedió en aquella ocasión.
(Del libro Contacto entre dos mundos, de Jorge Sánchez.)

Aunque esta pueda parecer una conversación fuera de contexto, analizándola de un modo amplio, se deduce que efectivamente los extraterrestres siempre hicieron un seguimiento de Prospera Muñoz; incluso del estado anímico de la abducida.

Para terminar, he traído unos pequeños fragmentos del libro Contacto entre dos mundos (las extraordinarias experiencias ovni de Prospera Muñoz), de Jorge Sánchez. Felicitar al autor por el buen trabajo de investigación realizado, que sin duda ayudara a muchos en la comprensión del fenómeno extraterrestre, una realidad incuestionable que poco a poco se abrirá camino en la psique de los seres humanos.
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Del libro Contacto entre dos mundos (las extraordinarias experiencias ovni de Prospera Muñoz), de Jorge Sánchez.

…Por aquel entonces yo tendría unos siete u ocho añitos, era la menor de cuatro hermanas y, para situarnos, todo aconteció exactamente en la población de Jumilla, provincia de Murcia, donde nací y crecí. En aquella época mis padres regentaban una cafetería en el centro del pueblo y eran propietarios de una pequeña finca a unos trece kilómetros del núcleo urbano, en un paraje llamado “La Jimena”. Sencilla, humilde pero en un entorno muy agradable en el campo, “Villa Próspera” -así se la bautizó-, fue el lugar donde comenzó esta increíble experiencia que marcaría toda mi vida.
Solíamos pasar algunos días allí, de cuando en cuando, con la compañía y la tutela de mi tío Juan, hermano de mi padre, quien se encargaba de trabajar la tierra, el mantenimiento y otras labores. En aquella ocasión le acompañábamos mi hermana Anita, que tenía entonces doce años, muy propensa a los resfriados y que experimentaba cierta mejora al respirar aire puro en el campo, y yo.



Aquella mañana nos pusimos en marcha los tres, junto con una burrita que hacía las veces de corcel, Capitana, y nuestro fiel perro Ligorio, que jugó un papel muy importante en lo sucedido, ya veremos más adelante por qué. Sí, sé que es un nombre poco usual para una mascota, pero tiene su explicación. Cuando nos lo regalaron, siendo todavía un cachorro, no nos poníamos de acuerdo sobre cómo llamarlo, así que mi padre propuso ponerle el nombre del santo del día. Consultamos el calendario y aparecían tres exactamente. Cuando escuché el nombre de Ligorio me hizo tanta gracia que nos decidimos finalmente por él. Recuerdo que pasamos un rato muy agradable en familia con aquella anécdota. Todos los niños de la zona jugaban con él, y aunque su gran tamaño pudiese imponer, ya que era una mezcla de mastín era, como suele decirse, un buenazo. Pero cuando tocaba montar guardia por las noches en la puerta de la finca era un can excepcional, un animal muy protector.
Cuando llegamos a la villa ya caía el atardecer, y lo primero que hizo mi tío fue acercarse hasta otro caserío muy próximo, llamado La Amacoya, donde nos solíamos abastecer de agua.






Justo en el instante en el que nos quedamos solas, ocurrió algo que nos llamó poderosamente la atención. Un extraño y llamativo juego de luces de colores surgió de un punto oculto tras una montaña cercana, como una especie de arcoíris radiante, algo peculiar por su viveza, para segundos más tarde desaparecer sin más. Cuando Juan regresó poco después le contamos que habíamos visto una puesta de sol maravillosa, algo espectacular. Tras esbozar una sonrisa muy marcada, nos explicó cariñosamente, mientras entrábamos ya en casa, que era imposible, que el sol se ponía del lado opuesto, y que de hecho, lo estaba haciendo en esos precisos instantes, algo que nos dejó un poco descolocadas. Al poquito tiempo la luz del día había sido sustituida por un manto de estrellas en mitad del campo, y la tranquilidad reinaba como siempre Con aplomo, y tan solo se escuchaba el canto de los grillos y el lejano ladrido de algún perro. El nuestro dormía casi siempre enroscado en la puerta de la finca, dispuesto a advertirnos de cualquier intruso a altas horas de la madrugada, aunque ese tipo de situación jamás se dio con anterioridad, al menos que yo recuerde previamente, ya que era un paraje más bien tranquilo, donde nunca sucedía gran cosa. Pero curiosamente, aquella noche se rompería la “rutina” con su constante gruñido, y una inquietud que llamaba la atención. Ligorio ladró con mucha insistencia e incluso llegó a aullar. Tal fue el escándalo, que mi tío salió para comprobar qué sucedía, temiendo que hubiera algún tipo de alimaña. Finalmente, tras constatar que todo estaba en orden, le dejó entrar al interior de la casa, ubicándolo en la cocina.

El “aparato” -por llamarlo de algún modo-, llegó a la altura de la casa y se posó en el suelo, justo frente a la ventana donde nos encontrábamos las dos. No podíamos creer lo que estábamos viendo. ¿Qué era aquella cosa? De repente vimos salir de la cúpula a dos hombres vestidos con monos de color blanco, ceñidos al cuerpo, como sin costuras ni cremalleras.
-¡Qué raro! -pensé. Los monos de trabajo son de color azul.
Llevaban en la cabeza una especie de casco transparente, como de cristal, supongo, que me recordó a las peceras esféricas de toda la vida. Era algo inaudito, inquietante. En ese mismo instante vimos cómo procedieron a quitárselo. El gesto fue casi como el que hacen los buzos al salir del agua, medio giro suave sobre la base de dicho casco y luego un leve tirón hacia arriba.



…Aquellos hombres eran de baja estatura. El más alto sería como mi hermana, que por entonces tenía doce o trece años, y el otro más bajo aún. Tenían una tez muy pálida, casi blancos, diría yo. Cabeza voluminosa con muy poco cabello y éste a su vez prácticamente pegado al cráneo, incluso me pareció que estaba "pintado". El más alto aparentaba tener más de cuarenta años de edad, y el segundo unos veintitantos.
Parecía que el tiempo se hubiese detenido por completo. Casi podía cortarse el aire con un cuchillo. De repente, uno de ellos nos pidió un vaso de agua. Mientras Anita se lo servía, noté que la luz del ambiente parecía molestarles, como si fuese demasiado intensa para ellos. Al fijarme en sus ojos pude comprobar cómo sus pupilas llegaron a dilatarse de un modo increíble. Jamás había conocido a nadie con unas pupilas de ese tamaño, era impactante. La forma de los ojos también era llamativa. Eran unos ojos ovalados, asiáticos, cuyas puntas terminaban en las sienes, hacia atrás.
Comenzaron a deambular por la casa, como curioseándolo todo. En concreto les llamó la atención un calendario lunar de cartón que teníamos sobre la chimenea. Preguntaron si teníamos armas de fuego en la villa, y les comentamos que nuestro padre usaba una escopeta. Cuando explicamos que su uso estaba destinado a la caza de animales, y no contra otras personas, ambos se miraron como sorprendidos, desaprobándolo.



Por fin mi hermana les ofreció el agua. Uno de ellos se quitó uno de los guantes para coger e! vaso y para nuestra sorpresa nos dimos cuenta de que no tenía pulgar. Con aquellos cuatro largos y huesudos dedos abrazó le vaso. Hizo ademán de beber pero no llegó a hacerlo. Cuando recuerdo este detalle pienso que en realidad aquello fue una “excusa” para entablar conversación, si bien es cierto que podrían no haber necesitado ninguna. Comenzaron a explicarnos que procedían de Venus, pero no, del Venus que nosotros conocíamos. Nunca comprendí a qué se referían. Fue entonces cuando nos dijeron si queríamos participar en un experimento de tipo altruista, y sin saber muy bien por qué, dado lo surrealista de la situación, dijimos que sí. Se inició entre ellos una especie de discusión en voz baja para decidir con cuál de las dos iban a llevar a cabo dicha experimentación. Finalmente se decantaron por mí, supuse que al ser más pequeña sería más manejable y Anita quedó a un lado del salón, observando la escena. La extraña conversación prosiguió conmigo. Una extraña sensación recorrió mi mente y mi cuerpo. Nunca he sabido transmitirla con exactitud, es difícil pero... fue como si de repente mi consciencia cambiase, se abriese, madurase, llamémoslo como queramos. Era como si comprendiese todo. De hecho sentí que ya los conocía, al igual que conocía lo que querían y lo que iban a hacer conmigo.

…Ya en la cama, y bien entrada la noche, el único sonido que podía escuchar en el silencio del campo era el leve ronquido del tío Juan que, pese a no ser muy fuerte, terminó por despertarme. Durante unos minutos permanecí con la mirada perdida en el techo del cuarto. Todo lo que estaba sucediendo no tenía ningún sentido. Trataba de volver a dormirme intentando recordar las expresiones y los rostros de los hombrecillos cuando, para mi sorpresa, en el único ventanuco de la habitación apareció uno de aquellos seres. Inmóvil, con la mirada fija en mí, como si no le importase nada más.

-Ven con nosotros -me dijo sin mover los labios.

Repentinamente volvió aquella extraña sensación familiar, como si los conociese de siempre. Y todo el temor, más que razonable, que habría podido experimentar en una situación así... desapareció.

-A estas horas mi tío no me va a dejar salir afuera -le contesté.
-Sal -insistió-. Tu tío no se va a despertar.



Y efectivamente. Para poder salir del cuarto debía de pasar casi por encima de él y de mi hermana, pero dormían tan profundamente que ni siquiera parecían respirar. Los sobrepasé con cuidado, y cuando llegué a la puerta principal, aquellos seres se percataron de que tan solo llevaba un camisón e iba descalza. Insistieron en que me pusiera más ropa, pero les dije que no tenía frío, aunque con el calzado si fueron insistentes. Así que volví a entrar y me coloqué mis alpargatas de cinta a toda prisa. Cuando crucé de nuevo el umbral de la puerta, ya en el exterior de la casa, no podía creer lo que tenía ante mis ojos. Había mucha actividad bajo la luz de la luna. Gente como ellos y otros mucho más altos, que con la ayuda de unas palas recogían plantas, tierra y objetos de alrededor. Recuerdo que pude ver a uno arrastrando una olivera enorme. Me chocó, si se puede decir así, que la llevara al hombro con las raíces por delante, arrastrando toda la copa del árbol por el terreno.
Otro de aquellos seres altos llevaba a Ligorio en sus brazos. La cabeza y el rabo colgaban por ambos lados de los enormes brazos de aquel ser, como si estuviese dormido, incluso pensé que estaba muerto y me puse muy triste.

-¿Qué le habéis hecho a mi perro?
-No te preocupes... Solo lo hemos dormido para que no alborote, enseguida estará bien -respondieron.

Uno de los hombres que habían venido por la mañana, el que aparentaba ser el jefe, me dio la mano y nos pusimos a caminar. A los pocos segundos me dijo que uno de aquellos seres más altos podía llevarme en brazos, pero me había impresionado tanto ver a Ligorío en esa misma posición que no quise hacerlo.



Mientras todo acontecía con un surrealismo absoluto, pero “terroríficamente” real, noté lo mal que me sujetaba la mano. Apenas la sostenía. Daba la impresión de que no sabía llevar a un niño, y para muestra un botón. A los pocos pasos tropecé. Y en ese momento insistieron de nuevo en que me transportase el otro ser. De gestos muy mecánicos y con una luz en la frente que me recordó a mi otorrino, aquel gigante me llevó casi hasta las faldas de la montaña que se encontraba más próxima a la villa.

Fue entonces cuando volví a ver aquel “cacharro” de la primera vez. Pero esta vez era de proporciones increíbles. Siempre lo he descrito del tamaño de un chalet de dos pisos. Mientras me depositaban en el suelo vi que al perro se lo llevaban a la parte de atrás de aquel aparato. Acto seguido, los gigantes abrieron una especie de compuertas, en la parte más baja del objeto, entraron y cerraron de nuevo por dentro ellos mismos. Sé que suena ridículo, si bien la experiencia puede parecerlo también, pero me hizo gracia, y les dije que me recordaban a mis muñecas, justo cuando las guardaba en sus cajas. Uno de los seres me contestó que efectivamente eran eso mismo...  muñecos.

Parecía haber mucha expectación con mi visita. Casi todos los que allí se encontraban se aproximaron hasta mí. Incluso dos de los seres que se hallaban en la parte más alta del objeto, en aquella cúpula, quisieron bajar para verme de cerca. Recuerdo sus botas, de suela bastante gruesa y que parecía estaban como imantadas, ya que tuvieron que dar un leve tirón de sus piernas para soltarse de la estructura del aparato. En unos segundos, casi todos estaban cerca de mí, en un extraño, irreal y peculiar recibimiento. Pero ninguno de ellos se aproximó a más de unos cuatro o cinco pasos de distancia.

Tras unos instantes inquietantes, procedimos a acceder al interior de la nave por una gran rampa. Nada más entrar, varios de ellos se encontraban sentados delante de lo que parecían unas consolas, ocupándose respectivamente de cada una de ellas. En cada una de aquellas pantallas aparecía una parte del perímetro que rodeaba, no solo a la villa, sino a todo el lugar, como si tuviesen controlado todos los alrededores.
Me colocaron frente a otro de aquellos monitores, esta vez uno mucho más grande, y me dijeron que me fijase en él. Uno de ellos comentó que no podría ver nada. Pero el más mayor, el que me había dado la mano comentó que sí, que éramos inteligentes y que podría ver. En un principio tan solo aparecieron unas líneas horizontales de colores, pero enseguida comencé a reconocer unas imágenes.



¡Éramos Anita y yo! Al parecer nos habían filmado el primer día que llegamos a la finca. Pero hubo un detalle que destacó por encima de todo. A nuestro alrededor brillaba una luz preciosa e intensa, como si emanase de nuestros propios cuerpos. En mi caso se trataba de un color celeste muy tenue, y en otras zonas de mi cuerpo, de un color rosado y violeta. Entonces me explicaron que esa luz, ese “aura”, era el motivo por el que habían llegado hasta nosotros. Me mostré preocupada porque vi que el aura de mi tío era de color marrón, pero ellos me explicaron que no tenía por qué preocuparme.

-Las personas adultas suelen perder el colorido y la intensidad. Aun así, tu tío es una buena persona -me explicaron.

También pensé en mi padre. En que su aura, aun siendo adulto igual que mi tío, debía de ser preciosa. Mi padre es la persona más buena del mundo. Desde muy pequeñas ya nos inculcaba ciertos valores que, según él, no debían perder importancia jamás. Valores como el respeto hacia todo tipo de personas. Respeto por los animales, las plantas, todo nuestro entorno. La dignidad, la fidelidad o mantener la palabra de uno mismo en todo momento fueron una constante en nuestras vidas. De otro lado, ahora ya a mi edad, tengo entendido que el aura, en algunas religiones y desde algunas perspectivas de tipo esotéricas, es común a todos los seres vivos.
De repente, apareció otro de los seres y dijo: “Ya están aquí”. Mientras esperábamos a esas otras entidades, la cúpula se abrió diametralmente y subimos hasta el ala circular de la nave, donde los esperamos por unos instantes. Uno de los que me acompañaban alargó el brazo señalando al cielo. Y destacando una estrella que cada vez se hacía más y más brillante me dijo: “Allí vamos nosotros”.

Desde la parte de arriba del descomunal objeto descendió un haz de luz cegador, proyectando sobre el suelo, a escasos metros de mí, un círculo luminoso de aproximadamente un metro de diámetro. Con un suave empujoncito me introdujeron en su interior.



-Es como un ascensor -dijeron-. No temas.

De repente comencé a experimentar ingravidez. Mi cuerpo empezó a elevarse poco a poco. Una sensación indescriptible recorría mi estómago. Estaba viviendo algo realmente fascinante, real. Los detalles serían importantes para el recuerdo. Por ejemplo, y es algo que quedó grabado a fuego, recuerdo cómo el pelo -que normalmente llevaba peinado en dos largas trenzas y suelto para ir a dormir, como era el caso-, parecía succionado hacia arriba al igual que mi cuerpo. Los cabellos se arremolinaban con cierta fuerza, como si de un aspirador se tratase.
Para cuando me quise dar cuenta ya me hallaba en el interior. Noté que me agarraban por todas partes haciéndome salir del tubo de luz. Salimos a lo que a mí me recordó a un andamio, pero horizontal, por el que anduvimos un largo trecho hasta una sala de grandes dimensiones. Me llamó la atención la palidez de la luz que había allí dentro, y que dejaba la estancia casi en penumbra. Al principio creí que las paredes no alcanzaban el techo, y que esa poca luz provenía de una estancia contigua. Pero tras entrar en otro pasillo, este mucho más largo que el anterior, me dio tiempo a constatar que dicha luminosidad la proporcionaba una especie de gas verdoso que se acumulaba en lo alto de las paredes.

Por fin llegamos a otra sala, donde en esta ocasión me dejaron sola por unos minutos. De nuevo mis ojos recorrieron la estancia tratando de registrar todos los detalles posibles. Frente a mí había un panel con dibujos geométricos de donde al parecer emergía una especie de extraño vapor. El tiempo allí dentro, rodeada de tanta estimulación visual, carecía de importancia. Mi mirada se detuvo en una puerta en la que no había reparado previamente. Por ella entraron sin vacilar con un andar decisivo, cinco o seis de los seres, acompañados por aquel mayor que nos había visitado posteriormente en la casa, el “jefe”.

Todos llevaban una especie de bata médica, de color blanco. Con cierta sutileza me invitaron a desnudarme y me tumbaron en una especie de camilla metálica, algo pequeña incluso para mí, que era una cría. De hecho, notaba como se me salía media pierna de su superficie. Giré mi cabeza desde dicha camilla y pude ver como aquella sala contigua estaba inundada de una luz intensísima, al contrario que en la que nos encontrábamos y el resto, al parecer, de la nave. Pude escuchar como en perfecto castellano se preguntaban entre sí, si me iban a anestesiar. Pero la respuesta fue negativa, ya que me consideraron muy dócil y tranquila.



Aquel examen médico comenzó con una exploración completa de mi fisonomía. Tomaron muestras de todo tipo. Raspaduras de piel, un mechón de pelo, etc. Lo más llamativo de aquel examen fue una exploración vaginal y anal que llevaron a cabo con una especie de sonda. En ningún momento recuerdo dolor alguno. Cuando llegaron al oído derecho descubrieron que tenía un problema. En seguida me preguntaron y les comenté que había tenido una infección, que mis padres me llevaron a un especialista y que al final éste dio por solventado dicho problema. Pero aquel argumento no les convenció. Me aseguraron que no estaba curado en absoluto.

Al parecer, comentaron entre ellos que había sido una “imprudencia” haberme expuesto a aquella experiencia con dicha lesión. Asentían, debatían, e intercambiaban impresiones al respecto. Tras un brevísimo "debate" prosiguieron con el examen médico, centrando su atención esta vez en los genitales. Mientras continuaban me fijé en la forma de manejar las tijeras que tenía el “jefe”. Las sujetaba con los dedos índice y corazón. Las hojas de las tijeras no se parecían a las que yo estaba acostumbrada. Estaban giradas unos noventa grados con respecto a los aros de sujeción.

Fue entonces cuando reparé en que también le faltaba el dedo pulgar, al igual que a los dos seres que vi por primera vez en el interior de la villa junto a mi hermana. Sintiendo curiosidad, le pregunté por favor si podía ver sus manos. Debió de ser una proposición muy violenta, porque el resto de sus compañeros parecieron escandalizarse al escucharlo, llegando a comentarle que no lo hiciera. Aun así, el “jefe” depositó su mano entre las mías. Pude contemplarla todo el tiempo que quise. Con detalle y curiosidad escudriñé cada centímetro de aquella piel tan peculiar. Los cuatro dedos eran alargados y huesudos, finos y aparentemente delicados. Pero tenían algo más peculiar si cabe. Las puntas de los dedos eran de un tono amoratado, casi morados. De repente solté de golpe su mano mostrando un gesto de temor casi asustada, y para mi sorpresa se produjo un momento único y muy peculiar entre todos los que componíamos aquella estampa. Todos reímos por la situación. Tras aquel hecho sin precedentes, pregunté si los demás también tenían los dedos así y a continuación todos las levantaron bien estiradas hacia arriba para constatarlo. Efectivamente eran idénticas.

De entre todos los seres que allí había se encontraban dos mujeres. Una de ellas, al contrario que los demás, disponía de cinco dedos en lugar de cuatro. La explicación que se me ofreció al respecto me dejó sin palabras.

-Ella es diferente porque su madre tiene su origen en la Tierra.

Momentos después acercaron una pantalla en la que, según me dijeron, yo vería mi cabeza. No entendía a qué se referían, pues lo que allí aparecía eran como dos mitades. Yo jamás había tenido ocasión de ver un cráneo por dentro, pero evidentemente lo que tenía frente a mis ojos no era otra cosa que los dos hemisferios cerebrales. Uno de ellos aproximó a mi rostro lo que identifiqué como dos capsulitas de muy pequeño tamaño. Las colocaron en el extremo de una jeringuilla y las inyectaron por la nuca con suavidad y muchísima delicadeza por la lentitud de sus movimientos. En ese preciso instante y sobre aquella pantalla pude ver un pequeñísimo punto de color rojo, a modo de guía, señalándoles el lugar exacto por el que aquellas cápsulas iban pasando. Todos estaban muy atentos, como si se tratase de la operación más delicada del proceso médico. Aquel “radar” les guió en línea recta hasta el centro del cerebro y un poco más tarde hacia la parte derecha, hasta localizarse concretamente a unos centímetros de mi oído izquierdo. Allí quedó instaurado aquel artilugio diminuto que, según me explicaron, no podrían retirar o eliminar los médicos de la Tierra.

Dieron por finalizado el delicado proceso, me volví a vestir con toda normalidad, y deshicimos el mismo camino por el que habíamos llegado a aquella sala hasta el tubo inicial de luz, por el que de nuevo volví a bajar hasta tocar suelo. Así como al principio, la subida en aquel “ascensor” provocó que mi pelo “volase” hacia arriba, en esta ocasión, con el trayecto inverso ocurrió al contrario: el pelo caía con fuerza hacia mí como si el aire lo agitase de arriba a abajo. Fue algo incómodo, porque al tenerlo tan pegado me tapaba la cara constantemente. Me sentí incomoda, algo molesta, inquieta y de golpe me puse a llorar.
Nada más tocar el frío suelo nocturno de la montaña -tan solo llevaba unas finísimas alpargatas de cinta-, las piedrecillas y parte de la tierra acariciaban mis pies en algunas partes del calzado. De pronto, aquella mujer casi humana apareció a mi lado y trató de apaciguarme acariciándome el pelo con cierta ternura.

-¿Podría venir con nosotros? -preguntó al que parecía estar al mando.
-Imposible -respondió este
-Es una preciosidad de criatura -le replicó la mujer, pero el “cabecilla” volvió a contestar con un tajante “¡no!”, dio media vuelta y regresó al interior de la nave.

Durante todo el tiempo que estuve en el interior del objeto no pude ver a Ligorio. Di por sentado que lo tendrían en otro habitáculo. Pero justo en ese momento aparecieron dos de aquellos “robots” de gran tamaño. Uno de ellos con el perro en brazos. El otro se acercó, me aupó, y de la misma forma en que nos aproximaron al principio hacia donde estaba ubicada la nave, nos llevaron a ambos hasta la puerta de la villa. El último de los detalles de aquella increíble noche también fue impactante.

Antes de dejarme en el suelo, aquel ser alto me dijo que le mirase a los ojos. Justo en ese momento, dos haces de luz salieron de los suyos e impactaron en los míos. Quedé muy aturdida, porque lo siguiente que recuerdo es que no sabía cuánto tiempo había pasado. Ya no estaban allí. De nuevo comencé a llorar, porque quería irme con ellos. Al constatar que no sería así, y verme allí en el campo, sola, de noche... hizo que sintiera cierta sensación de abandono. Fue algo indescriptible. Pasados unos minutos, resignada, volví a la cama. A la mañana siguiente el griterío de Anita me despertó, zarandeándome sin cesar mientras gritaba mi nombre:

-¡Peri!, ¡Peri!, nos hemos quedado dormidos! ¡Son más de las doce, hay que vestirse! ¿Se puede saber dónde te has metido y qué es lo que has hecho?
-¿Por qué? -le contesté. -¿Cómo que por qué? ¡Tienes los pies llenos de tierra, por no hablar de las sábanas y la cama!


Jorge Sanchez, autor del libro Contacto entre dos mundos.


Jorge Sanchez y Prospera Muñoz.